Alejandro Simón reseña ‘Todas las noches que fuimos humo’, de Alejandro Pelayo
Tras toda una vida dedicado a la música, tras veinte años componiendo canciones para Marlango, proyecto que fundó en 2004 junto a la artista Leonor Watling, y tras otros tantos años publicando canciones bajo su propio nombre, Alejandro Pelayo (Santander, 1971) se atreve a lanzar su poética, su visión del mundo, su manera de mirarte a los ojos y contarte lo esencial, al estricto espacio del poema con el libro ‘Todas las noches que fuimos humo’, con el que nos invita en un viaje que parte desde el atardecer («los días son muy largos / anochece tarde / todavía la ciudad no ha terminado sus tareas») y acaba al amanecer, como muchas de las mejores cosas que a veces nos ocurren en la vida y que nos acaban haciendo partícipes de la tarea cotidiana de lo eterno, ese infinito que aparece de pronto («quiero pedirte un favor ahora que amanece / quiero que nos pidamos favores»).
El libro, como comenta el propio autor, fue escrito durante unos meses en los que estuvo sin piano y con un disco recién terminado, titulado ‘Sobre la piel’, una historia de amor para dos cuerpos.
El músico cántabro nos ofrece una selección de las canciones que le acompañaron durante esas noches, una magnífica playlist para que el lector pueda también pasar las suyas con la mejor compañía más allá de las presencias, Karen Ann, Laura Marling, Patrick Watson o Fiana Apple, componen algunos de los muchos nombres que Pelayo ofrece en este libro.
Cada vez son más los músicos que se atreven a salir de la música y las letras para atreverse con el poema y publicarlo, ejercicio natural que todos agradecemos, pero el caso de estas noches es ciertamente una de los mejores noticias que últimamente hemos tenido en nuestra poesía, un riesgo en un músico entregado al riesgo y al arte, que solo podemos agradecer y celebrar con vino, como él propone con todo lo que se celebra o vive, como en el poema de las 03:19 dice: «con una copa de vino joven / en esta noche de luna nueva / con la cabeza despejada / a mis cincuenta años». Y lo que queda.