Montblanc y Sant Jordi, su relación a estudio

Un curso de verano se interroga sobre la figura del santo-caballero en la Vila Ducal. Hasta siete especialistas en historia, arte y literatura abordarán su biografía en la ponencia

La leyenda de Sant Jordi, el caballero-mártir oriental, nos dibuja una figura que encarna muchos valores y que admite, por esta razón, aproximaciones diversas. El objetivo del curso de verano que se celebra en Montblanc los días 26, 27 y 28 de agosto bajo el titulo Sant Jordi. El màrtir, la guerra i la cavalleria medieval, persigue bucear en algunas de estas vías. Siete medievalistas especializados en historia, arte y literatura, abordarán su biografía con todo lo que compendia: desde los episodios maravillosos (su triunfo sobre el dragón monstruoso), a los cruentos que se suceden a lo largo de su martirio. Se tratarán, asimismo, aspectos relacionados con su culto en época gótica en los antiguos territorios de la Corona de Aragón, amén de otros temas que entroncan con todo lo que encarna su figura legendaria.

Los estrechos nexos que los reyes establecieron con el santo-caballero, de los que las fuentes históricas se hacen amplio eco, se fundaban en la creencia de que sus apariciones milagrosas en batallas trascendentales de la guerra santa contra los musulmanes, favorecieron el triunfo del ejercito cristiano que éstos comandaban sobre el de los enemigos de la fe. A lo largo de la baja Edad Media los reyes vieron a Sant Jordi como su aliado en el campo de batalla, y lo homenajearon, convirtiéndolo en el patrón de nuevas órdenes militares y en el titular de algunos de los espacios más emblemáticos de sus palacios. Recordemos que diversos oratorios (en la Aljaferia de Zaragoza, y en el palacio Real Mayor de Barcelona, particularmente) le estuvieron dedicados. Esta realidad conllevó el encargo de los muebles destinados a presidirlos a los artistas góticos más afamados. En ellos, el santo, se visualiza a través de su triunfo sobre el dragón para salvar a la princesa, la secuencia más emblemática de su leyenda. Ocurrió en las capillas del rey, pero también en la del Palau de la Generalitat barcelonés, puesta bajo su advocación, cuyo retablo (repartido ahora entre el Museo del Louvre y el Art Institut of Chicago), obra de Bernat Martorell, exhibe este episodio en su maravillosa tabla principal.

La nobleza y las milicias urbanas adoptaron a Sant Jordi como patrón de las cofradías privativas que fundaron a lo largo y ancho de los territorios de la antigua Corona. Para sus miembros fue el héroe en el que reflejarse. De ahí la dedicación al santo-caballero de muchas de las capillas funerarias que auspiciaron. En la biografía del santo se narraba su muerte martirial, pero también se glosaban las cualidades caballerescas que le habían significado, un compendio de virtudes que lo convertían en el mejor alter ego para los hombres que tenían la guerra como objetivo vital.

El culto a Sant Jordi tuvo una dimensión festiva que fue compartida por todos los estamentos sociales. Cuando en los siglos XIV y XV las ciudades de Mallorca y Valencia festejaban la gesta protagonizada por Jaime I al liberarlas de los musulmanes, toda la ciudad se volcaba en la celebración, y Sant Jordi se convertía, año tras año, en el epicentro de esa evocación histórica. Poco importaba que los hechos conmemorados mezclaran realidad y fantasía. Para todos los que intervenían en la fiesta y se visualizaban en el desfile que era su acto nuclear, Sant Jordi había luchado junto al rey en las batallas trascendentales de esas conquistas.

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