Manuel Baixauli: «Tenemos menos influencia en los hijos porque sus referentes no somos nosotros, sino lo que ven en el móvil»

Tras el éxito indiscutible de ‘Ignot’, el escritor publica ‘Cavall, atleta, ocell’ en la que aborda les relaciones paternofiliales, con el arte como centro de la narración

Cavall, atleta, ocell es la última novela de Manuel Baixauli, tras el éxito incontestable de Ignot, ambas publicadas por Edicions del Periscopi. En ella, el escritor y pintor (Sueca, 1963) aborda las complejidades de las relaciones paternofiliales. La historia se centra en la vida de Alapont, un carpintero humilde que observa cada uno de los pasos de su hijo adolescente Aristides. Como es habitual, está impregnada de arte y de referencias cinematográficas que se inician en el título, que proviene de una frase de Robert Bresson.

Hace poco se preguntaba en X cómo iría el libro, si se podría comparar con ‘Ignot’.

Pues está yendo muy bien, incluso podría ir mejor que Ignot, pero esto no lo sabremos hasta que pasen los meses.

Me ha hecho llorar.

Buena señal.

¿De dónde surgió la historia?

De una anécdota insignificante, de muchos años atrás. Estaba en un museo y me senté a descansar. Había pasado toda la mañana viendo pinturas. Como soy pintor, lo hago con mucha calma, disfruto. Me gusta estudiar cómo está pintado cada cuadro. Y en la cafetería, en la misma mesa, había un padre con su hijo, de 12 o 13 años. El joven estaba mirando folletos del museo, señalando cuadros con mucho entusiasmo. El padre, por el contrario, estaba exhausto, pero mirándolo con un cariño que me impactó. Pensé que yo era como aquel joven a su edad, quería ser pintor, era mi ilusión. Aquella asimetría entre ambos no la entendí hasta años más tarde, hasta que fui padre. Por otra parte, también me gustó mucho la película Había un padre, de Yasujiro Ozu.

Alapont, un hombre entregado, aunque no acaba de llegar a su hijo. Es algo con lo que muchos padres se pueden identificar.

Sí, hay una gran incomunicación. A pesar del cariño, la incomunicación es grande. Y es algo que a veces hablo con mi mujer. Los hijos no nos preguntan nada de nuestra vida y nosotros, a veces sermoneamos, no queremos comprender por qué somos tan diferentes. Esto ha pasado siempre, pero creo que la revolución digital lo ha agravado. Ahora tenemos mucha menos influencia en ellos porque sus referentes ya no son los padres ni el entorno inmediato, sino lo que ven en el móvil. Y se nos escapa un poco el control de lo que consumen, de las cosas que hacen.

¿Es bueno negociar con ellos? El protagonista empieza siendo duro y después llega a la conclusión de que quizás no es el camino.

Mi experiencia personal como padre es que echo en falta haber sido más riguroso cuando eran más pequeños, con ocho o diez años. Cuando ya son adolescentes, es imposible imponerles nada, tienes que negociar. Sobre todo, no aceptan lo que les viene impuesto. Tienes que tener mucha paciencia e intentar comprenderlos.

Autor: Manuel Baixauli
Editorial: Edicions del Periscopi
Idioma: Catalán

La novela lanza la pregunta de ‘Si pudieras escoger, ¿volverías a ser padre?’

Cuando pasa el tiempo tienes clarísimo que sí, te llenan mucho. Lo que ocurre es que en un momento de crisis, igual piensas lo contrario ¿en qué lío me he metido? Me ha pasado más de una vez.

Para ayudar en su educación, el padre crea un artefacto.

Tenía mucho interés en que no quedara explicado, que no fuera obvio, que cada uno se lo imaginara de una manera, dar pistas, pero sin definirlo demasiado.

Yo también querría uno como el que ha planteado.

La mayoría de cosas que aparecen se me han ocurrido por el camino, escribiendo. No tenía un esquema de todo lo que ocurre, solo un principio. Después, me dicen que todo encaja y que no se creen que lo haya hecho de esta manera tan espontánea. Pero todo encaja porque haces muchas reescrituras y es en las reescrituras donde concuerda.

En ‘Cavall, atleta, ocell’ el arte es el centro también. ¿El artista no debe prostituirse?

Es el centro de toda mi obra porque Ignot también hablaba de arte. No vale la pena prostituirse. Yo sería incapaz porque no me lo pasaría bien. Entonces, no tiene sentido. Porque, ¿vas a forrarte si lo haces? No. Vale la pena hacer lo que realmente tienes dentro, hacer una obra sincera, sin pensar en si tienes éxito o no. Resulta que quien tiene éxito suele ser el que no se prostituye, el que hace una obra muy personal. A la larga, acaban premiándote el compromiso contigo mismo.

Pero es difícil. Pocos artistas pueden vivir del arte.

Está claro. Para vivir de la literatura o de la pintura tienes que hacer demasiadas concesiones.

Como los protagonistas, los jóvenes.

Sí, aunque llega un momento en que también se dan cuenta de que lo que hacen no tiene sentido. La vida dura cuatro días y si no intentas hacer lo que te llena, después tienes muy mala sensación.

Tiene artistas profesionales, pero el padre, Alapont, es un artesano.

El padre es un héroe. Parece un alma de cántaro, ingenuo, pero es un creador, alguien que hace algo extraordinario. Pienso que hoy en día, en el mundo en que vivimos actualmente, muchas cosas funcionan fatal. Mucha gente trabaja con negligencia, no solo en su oficio, sino en cualquier cosa que haga, como tender la ropa o cocinar. Y este hombre es un perfeccionista, todo lo que hace quiere que quede de la mejor manera posible. Y esto para mí es subversivo. Es decir, este hombre es un revolucionario.

¿Usted es un poco Alapont?

Soy bastante perfeccionista, aunque no tan obsesivo porque siempre, cuando escribes, exageras las cosas. Pero sí, valoro y admiro a la gente que sabe hacer un buen pan, un buen café o un buen arroz. Es una cosa que cada vez encuentras menos porque hay una tendencia a la facilidad.

Las mudanzas que propone son fáciles. Cambian de ubicación sin cajas de por medio.

Tengo una gran influencia de todo el mundo de la literatura fantástica, a partir de Borges, pero no de Borges en sí mismo, que sí que me gusta mucho, sino de las colecciones de libros que él dirigía, en las que había autores para mí desconocidos de la otra parte del mundo, orientales, clásicos, que hacen literatura fantástica y donde también había conocidos como Kafka, por ejemplo. Obras donde la imaginación era lo más importante. Me gusta mucho imaginar. Siempre digo que tengo una vida bastante aburrida, por esto no hago autoficción, pero me gusta mucho imaginar. Es decir, pienso que lo más importante nos pasa dentro de la cabeza, por lo que no tenemos que tener miedo a imaginar, a contar lo que imaginamos.

Con arte, también habla de un suicidio sencillo.

Sería bonito que uno pudiera dejar de sufrir sin pasarlo mal.

Imagino que los cineastas que cincela el escultor Kaneko y que conversan entre ellos son los suyos: Dreyer, Tarkovski, Bergman, Ford, Hitchcock...

Más o menos. En principio, los cineastas no tenían que aparecer, no estaba previsto. Aparecieron después. Y al final han tenido mucho protagonismo.

Aristides, Alapont, Orofila...

Es como aquellos directores de cine que siempre utilizan los mismos actores. Cuando un personaje te gusta, lo puedes volver a utilizar. Y ellos ya aparecen en novelas anteriores. Es mi mundo. Los personajes ya tienen un pasado. Aunque se puede leer sin haber leído los libros anteriores, los lectores que los conocen, los pueden relacionar.