‘La reina del Islote de Tierra’, de Donal Ryan: Mi Irlanda
Un verdadero homenaje a la figura de todas las mujeres y madres que luchan contra viento y marea por mantener a los suyos a flote
Hace unas semanas comentamos que en cuestión de imaginarios no hay nada escrito. Estos son incluso más flexibles que los gustos, y parece que solamente se rigen por una lógica impenetrable –rayana en su total ausencia–, una falta absoluta de rigor y grandes dosis de azar. Sobra decir que el resultado de este acopio de información tan dispar suele ser una imagen disparatada que poco o nada tiene que ver con el referente real que había inspirado nuestra curiosidad inicial. Me explico: si mi Budapest, en una reseña anterior –y no ha cambiado demasiado desde entonces–, era el Danubio de Magris, La marcha Radetzky de Strauss padre, húsares de plomo, el honor, los amores imposibles, los duelos, las charreteras, los sables y los mosquetes del Imperio austrohúngaro, mi Irlanda es a su vez el color verde, la lluvia, la destilería Old Bushmills, una Guinness en Temple Bar y las interminables veinticuatro horas de Leopold Bloom. También es Sally Rooney, Claire Keegan, Louise Kennedy, las extravagantes novelas de Flann O’Brien y el esquivo Jamie O’Neill. O Liam Neeson haciendo de Michael Collins o un jovencísimo Cillian Murphy en El viento que agita la cebada, pasando por la Irlanda rural, la hambruna de la patata, Boston, los Wolfetones y los Pogues de Shane MacGowan, y los Troubles y la Irlanda de Patrick Radden Keefe en No digas nada. Y desde hace unos pocos días, este remedo apedazado de Irlanda que es la mía –personal e intransferible–, también es Donal Ryan.
Título: La reina del Islote de Tierra
Autor: Donal Ryan
Traductora: Ana Crespo
Editorial: Sajalín Editores
Páginas: 252
Doce años desde la publicación de su primera novela, Corazón giratorio, ocho libros en total –no todos traducidos al español todavía, aunque sí la mayoría por Sajalín– y prácticamente una decena de premios es lo que he tardado en descubrir la obra de este irlandés. Quién le iba a decir al bueno de Donal, allá por el 2012, cuando sus dos primeros manuscritos –Corazón giratorio y Un año en la vida de Johnsey Cunliffe– acumulaban ya cerca de cincuenta rechazos, que solamente se trataba de tener algo más de paciencia, que en apenas unos meses ese montón de papeles que llevaba por título The Spinning Heart iba a ver la luz y se iba a convertir en un auténtico éxito que le cambiaría la vida para siempre. Suena a tópico y a película de los domingos por la tarde, lo sé, pero es verdad, le cambió tanto la vida que Donal dejó su trabajo de funcionario para dedicarse por entero a la literatura y a dar clases de escritura creativa en la universidad de Limerick. Ahora, cuando ya cuenta en su haber con el Premio de Literatura de la Unión Europea, un par de candidaturas al Man Booker y diversos premios al mejor libro de Irlanda del año, es fácil hablar de Donal Ryan como una de las grandes voces que ha dado Irlanda en las últimas décadas, pero estuvimos muy cerca de quedarnos sin él. Solamente le salvó –y nos salvó– su cabezonería. ¿Cuántos con igual o mayor talento nos habremos perdido por falta de paciencia y tesón, y también de buen ojo editorial? La historia de Donal Ryan, como la de las tres generaciones de mujeres Aylward que protagonizan su nuevo libro, La reina del Islote de Tierra, es una historia de resiliencia.
La casa de Nenagh, en el condado de Tipperary, es el epicentro de esta novela que se despliega ante el lector como un mosaico familiar. También es el refugio de un mundo que quedó hecho pedazos tras la trágica muerte del que fuera padre de Saorsie, marido de Eileen e hijo de Mary. Desde entonces las mujeres Aylward solamente se han tenido las unas a las otras para hacer frente a una comunidad carcomida por la cerrazón. Con capítulos breves, todos ellos ejemplos perfectos de aquella máxima que dice que de todo relato solo debería contarse una mínima parte de la historia, dejando que el lector interprete el resto, Donal Ryan nos cuenta la vida de estos tres personajes. De su mano, el lector se adentrará en las inabarcables extensiones de verde de la Irlanda rural, en esos pueblos que, ajenos al transcurrir del mundo más allá de sus lindes, motean su paisaje. En sus comunidades cerradas que nada tienen que ver con Dublín ni mucho menos con Belfast. En la vida y las costumbres de sus gentes. En definitiva, en un sinfín de historias que conforman un tapiz y un relato familiar que es a la vez un verdadero homenaje a la figura de todas las mujeres y madres que luchan contra viento y marea por mantener a los suyos a flote y llevarlos a buen puerto.