Javier Peña: «En una competición de egos no sé qué escritor ganaría»

El creador del podcast ‘Grandes infelices’ publica ‘Tinta invisible’. La relación de un hijo con su padre a través de las historias y los genios de la literatura: llenos de traumas, manías y contradicciones

El creador del podcast ‘Grandes infelices’ publica ‘Tinta invisible’. La relación de un hijo con su padre a través de las historias y los genios de la literatura: llenos de traumas, manías y contradicciones

Un hombre espera la muerte en una habitación de hospital. Para engañar al tiempo, él y su hijo rememoran las historias que los unen. Las mismas que permanecen en las estanterías. Al hilo de la conversación, Javier Peña –es el hijo– se obsesiona con la vida de esos escritores, con sus manías, sus virtudes y sus defectos, sus angustias y esperanzas. Los desmitifica. El resultado es Tinta invisible (Blackie Books) que entrelaza los grandes de la literatura universal con la enfermedad paterna y el poder sanador de las historias. Javier Peña es también el creador del exitoso podcast literario Grandes infelices.

Plantea dos tramas. La muerte de su padre y las historias que los unen a ambos.

Diría que el corazón del libro son las historias. Es un canto de amor a las novelas, a las películas, es imposible entender mi vida sin ellas. Me gusta citar a Sherezade porque me considero un cuentacuentos. Son cuentos, pero basados en hechos reales de escritores. Y creía que le venía muy bien al libro que el descubrimiento de esa esencia de cuentacuentos al lado de mi padre fuese el hilo conductor porque es real. Lo descubrí con su enfermedad y, de alguna forma, lo comparto con el lector.

Define a los escritores como sospechosos, ególatras, oscuros... Usted no se verá así, ¿no?

Me veo completamente así.

(...)

Está basado en mí. Claro, en Tinta invisible hablamos de Virginia Woolf, de Tolstoi, de Dostoyevski, de Hemingway... Yo no comparto con ellos su talento, pero sí los traumas, al 100%. Quiero decir, esa es la putada. Que ellos tienen un talento y traumas sobrehumanos y yo un talento normal y traumas sobrehumanos.

¿Por ejemplo?

Para hacer este libro, en los últimos tres años me he leído unas 300 biografías. Y siempre me veía reflejado en algo. A ver, no me veo como Mishima, secuestrando un cuartel y haciéndome el harakiri, pero la idea del ego, la envidia, la obsesión, el sufrimiento, el depender del azar, de la dictadura del mercado... todas esas cosas que fui recogiendo son un poco en las que me veía reflejado.

Si le coge manía a un autor o autora ¿qué hace? ¿Lo sigue leyendo?

No cambia. Es decir, hay un autor al que le tengo una manía terrible, a Hemingway. Es una persona nefasta, insoportable. Sin embargo, me sigue gustando su literatura. Y sé que la ha escrito una persona con la que no me gustaría estar ni cinco minutos. Intento separar al autor de la obra. La de Hemingway me sigue pareciendo maravillosa.

Los desmitifica.

Me gusta mucho hacerlo, tanto en el podcast como en el libro. Humanizarlos, especialmente a los míticos. Por ejemplo, Tolstoi, el gran patriarca de las letras rusas, uno de los escritores más importantes de la historia, tenía envidia de Dostoyevski. Y cuando tú tienes envidia de otro escritor piensas, si le pasaba a Tolstoi, igual no es tan malo que me pase a mí.

Cuenta que a Virginia Woolf le ocurría algo parecido...

Sí. Con Katherine Mansfield. Era una relación extraña. Era envidia y adoración al mismo tiempo. Sentimientos muy humanos.

Por fin, con su libro he entendido lo que me han dicho muchas veces: que el personaje se escapa. Lo he entendido con Conan Doyle y con Nabokov.

Hay muchísima gente que no sabe quién es Doyle ni Nabokov. Pero todo el mundo conoce a Sherlock Holmes y a Lolita. Son universales, como El Quijote o Frankenstein. No hace falta leer los libros para conocerlos. Pero entiendo que para el ego del escritor es terrible que, de repente, el personaje te suplante.

¿El que más ego tiene es Poe?

En una competición de egos no sé quién ganaría. El de Poe me interesa porque básicamente nace de la inseguridad máxima. Sus padres murieron y la persona que lo adoptó ni siquiera le dio su apellido ni lo reconoció como hijo. Él siempre escondió sus complejos tras la literatura. No creo que sea el escritor con más ego, pero sí es un ejemplo de ego tras la inseguridad.

Se ha centrado en las mujeres. Atwood no podía entrar en las bibliotecas. No hace tanto.

Imagínate las anteriores: Mary Shelley o Shirley Jackson. Me gusta mucho la historia de esta última. En su casa era la persona con más éxito literario, pero su marido era ensayista y el que tenía la máquina de escribir. Ella solo podía utilizarla cuando se la dejaba. Y gracias a eso, a esa cabronada de su marido, componía los relatos en su cabeza y después los escribía de golpe, lo que hace que sus relatos y novelas sean como son. Pero sí, me he preocupado por recuperar a algunas escritoras porque cuando escribes un libro sobre autoras del pasado, igual que el podcast, no existe el equilibrio que hay ahora. También quería hablar de Vera Nabókova, la mujer de Nabokov. Hubiera sido una escritora fantástica, pero simplemente se dedicaba a ser la secretaria de su marido.

A Nabokov y Roald Dahl los tiene como hilo conductor.

Mucha gente me dice que leía a Roald Dahl de pequeño y se lo he tirado por el suelo por completo, pero es que era insoportable. Yo intento comprenderlo, aunque todo lo que le ocurre en la vida no lo justifica. A los Oompa-Loompas en Charlie y la fábrica de chocolate los hizo como pigmeos de África y le dijeron que aquello era muy racista. Los cambió a regañadientes, como son ahora, unos hippies. Pero su literatura es magnífica.

Quedarse sin vista les aterroriza. Borges por ejemplo.

Sí, o Joyce. Emily Dickinson salvó el problema, pero tenía terror a quedarse ciega. El amor por la lectura está completamente reñido con la ceguera. Es uno de los grandes miedos de los grandes lectores.

¿Usted procastina como Tolstoi?

Diría que no porque hoy en día las cosas van demasiado rápido. No puedes irte a la estepa rusa en pelotas como hacía él porque tienes que pensar que todo ese tiempo que estás paseando en pelotas no estás ingresando. Con lo cual, hay que organizarse bien.