Erri De Luca: «El destino tiene una fuerza consoladora que rechazo»
El gran poeta napolitano, uno de los autores italianos de todos los tiempos, vuelve con la narrativa serena de ‘Las reglas del Mikado’
«Todas las generaciones de Europa anteriores a la mía fueron destruidas por las guerras. Por eso el personaje de mi novela Las reglas del Mikado dice que son los jóvenes los que reflexionan sobre la muerte porque fueron los que arriesgaron su vida enviados a la guerra. Estos son los pensamientos de un relojero, alguien que desmonta mecanismos, que tiene un punto de vista panorámico del tiempo. Ha llegado a ver más allá de su propia vida y ya no piensa en la muerte». Como su relojero, Erri De Luca también tiene una perspectiva temporal. Nacido en 1950, él mismo es una suma de muchos pedacitos con los que se ha ido construyendo porque De Luca ha sido camionero, trabajador de almacén y albañil. Escritor, periodista y activista, se fue de voluntario a Tanzania y durante la guerra de la exYugoslavia condujo convoyes de ayuda humanitaria.
En Las reglas del Mikado (Bromera), su última obra, De Luca teje los destinos de dos personas que se conocen por azar entre Italia y Eslovenia. Ella es una joven gitana que huye de su familia para escapar de un matrimonio concertado; él, un relojero que acampa en la frontera y que la acoge en su tienda de campaña. A pesar de la distancia entre ambos, sus vidas se entrelazan a través de hermosos diálogos, profundas reflexiones y hechos irreversibles. Ella cree en el destino; él se siente un engranaje de la máquina del mundo, que interpreta según las reglas del juego del mikado. «Creo en el azar», afirma De Luca. «Creo en el arte de combinar acontecimientos. Pero no creo en una fuerza planificadora, en un billarista que manda bolas al hoyo tras haber calculado mil rebotes contra las orillas. El destino, como la providencia, tiene una fuerza consoladora que rechazo».
Las nuevas masculinidades, la búsqueda del significado de las acciones o la violencia de la guerra son algunas de las cuestiones que el poeta aborda en su novela, en la que nada es lo que parece, donde la realidad se desvanece para convertirse en otra muy distinta, entrecruzada con el devenir del otro. Un encuentro fortuito, dos personajes unidos para toda la vida.
«La búsqueda de significado, incluso el descubrimiento de significado no me ayuda a vivir. Pueden complacer mi capacidad de investigación y análisis en profundidad, pero de ninguna manera me ayudan a superar el duelo», manifiesta. Y en cuanto a la masculinidad, de la que en la novela se dice que es la más asustada de toda la historia, destaca cómo actualmente «el género masculino está consternado por la independencia femenina. Ha perdido el control económico, patriarcal y sexual sobre el género femenino».
La guerra y los espías de la Guerra Fría, asimismo, hilan las hebras de este mikado. La vida de los espías son literarias porque se tienen que inventar identidades, escribe. Sin embargo, no pueden hacer otra cosa que morir o vivir, nunca liberarse. «Tienen una media de edad corta y sobre ellos pesa mucho la abrumadora sospecha de traición y doble trato. Son parte de un reloj que desgasta sus engranajes y los considera intercambiables».
Espías que alimentan las guerras, desatadas sin argumentos que las justifiquen. La guerra aniquila, devora y una vez se ha puesto en marcha no necesita ningún motivo, batallas que siempre retornan. «En Europa ya hay una gran guerra, librada, por ahora, solo por el ejército ucraniano, que no tiene suficiente número de soldados para su frontera de mil kilómetros con la del invasor», reflexiona el autor de obras como Los peces no cierran los ojos o La palabra contraria.