Alberto Barrera: «Venezuela es un país sin verdad»

Uno de los referentes de la literatura venezolana explora en el thriller psicológico ‘El fin de la tristeza’ los límites de la percepción de lo real

Un suicidio, la detención de una psiquiatra, las redes sociales echando humano y un paciente perplejo. Este es el punto de partida de El fin de la tristeza (Random House) del Premio Herralde de Novela y Premio Tusquets, Alberto Barrera. Un thriller psicológico de la mano de uno de los mayores referentes de la literatura venezolana.

Aborda un tema tan espinoso como el suicidio con una acusada por inducir a sus pacientes a quitarse la vida.

Diferentes países han aprobado una legislación donde la inducción al suicidio se ha tipificado como un crimen, cosa que en algunos casos podría ser un favor humanitario si alguien te lo pide. El peso moral que tiene el suicidio representa lo mal que lo llevamos y lo incómodo que resulta para nuestras sociedades. Yo creo que tiene que ver con lo que se dice en la novela, con la incomodidad con respecto al suicida que, en el fondo, es víctima y verdugo. Es un crimen que no tiene un culpable claro.

Todo ello juzgado en las redes sociales. Intuyo que no es demasiado fan.

No. Especialmente de la figura del influencer que aparece en el relato. Pienso que las redes sociales son un espejismo extraordinario. Logran contagiar ilusiones de todo tipo: de tener muchos amigos, de estar informado con leer media frase sobre algo o de justicia, donde se puede linchar a cualquiera sin pruebas y sin trámites. Todo esto está creando en nuestras sociedades un nuevo sentido de lo real y de lo irreal, de lo eficaz y de lo inútil.

¿Se puede vivir sin información?

Me temo que no. Es lo que intenta hacer Gabriel Medina, el protagonista, y sospecho que es una tentación que todos tenemos frecuentemente. Entre otras cosas porque cada vez es más difícil saber dónde está la verdad, qué es cierto y qué no.

¿Ocurre así en Venezuela?

En Venezuela ocurren varias cosas. Desde hace mucho tiempo somos un país sin verdad, sin posibilidades de tener una verdad común, en la que todos podamos creer, estar de acuerdo. Todo, incluso hechos fácticos como un asalto armado, tiene siempre varias versiones enfrentadas. Nunca es posible saber realmente qué pasó. Pero luego también hay un exceso desinformativo, la desinformación como estrategia oficial produce agotamiento, una suerte de desinterés masivo en lo que supuestamente ocurre.

Dice en la novela que esto da lugar a liderazgos estrafalarios, ¿Milei? ¿la extrema derecha europea?

Sin duda. Desde hace tiempo estamos viviendo una profunda crisis de representación política. La democracia ya no parece un referente importante y las ideologías tampoco sirven como categorías.

Habla de la peligrosidad de la policía.

Hay muchas policías en Venezuelas, muchas «fuerzas del orden», algunas no claramente identificadas. Puedes ver en la calle a gente armada, en motos o carros sin placas. Todos saben que son o pueden ser «funcionarios», aunque no se sepa muy bien a quién responden o cómo actúan. Frente a eso, la ciudadanía está indefensa.

¿Usted ha estado en líos como los que refleja la novela? ¿Ha ido a una manifestación en contra de...?

Los gobiernos autoritarios demandan sumisión y devoción. Si no cumples eso, siempre puede haber una consecuencia. Pero, por supuesto, hay unas consecuencias peores que otras. En Venezuela hay líderes sindicales, dirigentes de oenegés, periodistas, etc., en situación de desaparición forzada o en prisión, sin juicio ni derecho a defensa.

¿Qué me puede decir del final?

Desafío al lector. Le doy un giro a la historia para tratar de obligarle a ponerse en los zapatos de Gabriel Medina para, de alguna manera, contagiarlo con lo que está viviendo. Y entonces, el lector debe también decidir qué hacer con la historia.

¿Cómo lleva la tristeza?

Me he acostumbrado a vivir con ella. Ahí vamos, negociando.