Josep Maria Rosselló: Poesía visual y más cabales del sublime

El artista tarraconense inaugura el seis de septiembre dos exposiciones ya visitables en la galería La Catedral de Tarragona

Josep Maria Rosselló i Virgili es un agitado artista tarraconense con gran repercusión nacional e internacional. Polifacético y provocador, trabaja con un lenguaje propio que aplica a todo tipo de soportes artísticos; desde la música y la literatura a la pintura, pasando por la escultura, Rosselló ha demostrado no sólo ser hábil en casi todos los ámbitos gráfico-plásticos, sino que también ha evidenciado con su extensa y variada trayectoria la capacidad de adaptar su lírica personal a cualquier espacio que se le proponga.

Formado también en la historia del arte, mantiene los influjos pasados en mente en todo momento: entre sus veladuras de pincelada rápida se eternizan las influencias de aquellas mentes brillantes que le preceden como Man Ray o el mismo Da Vinci, este último mostrado en una de las exposiciones que la galería La Catedral presenta.

Foto: Àngel Ullate

Con juegos matizados de la muerte, el pasado y el presente, muestra la evidencia del tacto en lo visual a través de personajes mitológicos enigmáticos, paisajes coloridos, pero complejos en su significación y protagonistas que advierten al espectador con vigorosos trampantojos.

Entre la intensidad especial de las obras de Ponç y los rasgos extraordinarios de un paisaje envenenado, Josep Maria Rosselló ha construido un fragmentado bestiario propio que se desarrolla en habilidosas extensiones pictóricas de él mismo llenas de abstractos conceptualmente sublimes.

En sus obras siempre se encuentra representado su complejo mundo interior, lleno de alusiones internas y con policromías que crean horizontes muy arraigados a los territorios y sueños que ha vivido, con viñedos, toros e inagotables espectáculos oníricos remitentes de sus raíces mediterráneas.

Sus juegos de luz irreal asestan un golpe de inquietud en aquellos que los observan con atención, pues tras sus coloridos espacios se esconden temáticas del más allá, seres fantasmagóricos en un livor mortis constante que inducen a una reflexión sofisticada.

Es así como el visitante puede entender que sus obras parecen ser más sobre el espacio y el vacío que sobre los colores dramáticos que los saturan. Son acogedoras, en ocasiones invaden sutilmente el espacio personal del espectador y superan completamente cualquier otra cosa que hubieran estado sintiendo. Estas nociones de encontrar y sentir son las que dan el poder a las piezas, el ambiente hinchado creado por los contrastantes motivos que generan un campo de atracción casi extraño. Se trata de una experiencia que va más allá de la simple contemplación visual y que engloba todo el bagaje personal que remueve la entrañas de cada uno.

Esta vez, la recientemente estrenada Galería La Catedral de Tarragona maravillará al público de nuevo con la inauguración de dos exhibiciones individuales de Rosselló que conformarán una casi síntesis de su extensa obra. Con piezas pertenecientes a diferentes épocas del artista, pero comisariadas por él mismo, los espacios selectos de la galería se convertirán en coloridas gateras de candela recóndita donde el visitante se encoge ante arlequines, bufones, magos, coyotes y, sobre todo, serpientes con cabellera, entre otros seres mitológicos o extraños que se manifiestan a través del más puro estilo de vanguardia de posguerra española.

La exposición que acoge al visitante en la sala principal de la Galería apodada Suite ponciana, parte de un recuerdo compartido con su amigo el coleccionista Joan Burguet, que ha desencadenado en la producción de una serie de 19 piezas entrelazadas por uno de sus recuerdos plásticos más potentes: «Durante un crepúsculo de los años 80, andábamos por las tierras de poniente. Salían chispas y resplandores de soldaduras autógenas de una casita lejana y ambos exclamamos: ¡Parece un Joan Ponç!».

La segunda muestra, escondida en el patio gótico del Palau del cambrer o Casa Balsells adjunto a la Galería y a la Catedral de Tarragona, lleva por nombre La Experimental Da Vinci, y se extiende con 11 obras, muchas de ellas de gran formato, que reinterpretan las obras magnas del maestro renacentista que se perpetúa más allá de su contexto.

Su obstinación con la obra perdida de Da Vinci, La batalla de Anghiari, lo lleva a imaginar el encuentro del fresco deteriorado por el tiempo y las intervenciones de su presente y a combinarlo con otras magnas piezas que conviven en nuestro imaginario como el Gernika de Picasso.

Entre sus otras obsesiones, Rosselló comenta su fijación por el poeta granadino Federico García Lorca, del cual se convierte en un gran estudioso e intérprete. También se puede divisar en la muestra, entre otras piezas afectadas por esta aprensión, Waltz, una pintura que empieza el año 83 en su residencia en Sitges, pero que acabaría perdida en un altillo de Madrid durante más de 20 años hasta que el mismo autor la recupera en subasta y logra acabarla con el tiempo.

Rosselló se transforma a través de sus piezas en un cicerone de lujo por sus cosmos intrapersonales a través de caballos, manos y sinuosidades de marcados contornos que se podrá disfrutar en ambas exposiciones individuales hasta el 29 de septiembre.