Gombe, los chimpancés de Jane Goodall

El libro ‘Siempre nos quedará Cabinda’ (Editorial Silva) recoge las experiencias de los viajeros y escritores que se reúnen en el Forn del Senyor (Altafulla), en unos encuentros que son los mejores de España en su ámbito

En julio de 1960, una joven secretaria británica, sin experiencia previa, llegaba a Gombe con un objetivo: estudiar el comportamiento del grupo de chimpancés que habitaba en ese pequeño valle a orillas del Lago Tanganica, en la actual Tanzania. Llegó para unos años y se quedó toda una vida. Y con 64 años de estudios ininterrumpidos, esos chimpancés son los primates más conocidos de todo el mundo. Esa chica inglesa es ahora una dama que, con 90 años, recorre el mundo para promover su fundación y alertar sobre el cambio climático y la necesidad de la preservación de los hábitats salvajes. ¿Su nombre? Jane Goodall.

Gombe es ahora uno de los Parques Nacionales más pequeños de Tanzania (sólo tiene 35 km2) pero posee una gran biodiversidad patente en varios pequeños primates como babuinos, colobos rojos, cercopitecos de cola roja, monos azules, cercopitecos verdes... Más de doscientas especies de pájaros y una de las mayores cantidades de especies distintas de peces en un lago (más de 1500) en el Tanganica. Y, sobre todo, e ellos se encuentran los chimpancés que estudió Jane Goodall...

Para los entusiastas de la naturaleza, Gombe es el paraíso. Pero llegar aquí es un viaje largo. Incluso tomando el avión diario de Dar es Salaam a Kigoma, la ciudad más cercana, después hay que subirse a una lancha para navegar durante dos horas a lo largo de la costa del Lago Tanganica, y es que a Gombe solo se puede llagar en barca. Eso es parte de su encanto, navegar por las aguas casi transparentes del lago y sorprenderse con el paisaje del parque: esas estrechas playas de arena o guijarros que dejan paso rápidamente a una tupida vegetación de matorrales; esos grandes árboles tropicales que se levantan hasta los veinte o treinta metros de altura y que poco a poco se elevan sobre el terreno de fuertes pendientes y valles estrechos; y esos picos que parecen esculpidos que rematan el marco. Las aguas claras del río Kakombe, que atraviesa el valle principal, refrescan el ambiente, en el que las temperaturas diurnas no superan los treinta grados y por la noche refresca.

Llego para ver a los chimpancés, y tengo mucha suerte, llegando a ver a varios de los individuos a quienes la misma Jane había puesto nombre. Pero de todos ellos me quedo con el día en que conozco a Gimli, un joven adulto de veinte años, hijo de Gremlin, una de las chimpancés favoritas de Goodall.

Cada mañana bien temprano los rastreadores salen a buscar las trazas de los chimpancés, que construyen sus camas en los árboles. Cuando los encuentran, mandan ubicación a los guardabosques del parque, quienes son los que lideran los grupos de observación. Esa mañana me añado al grupo que lidera Gregory Mathew, un joven entusiasta que lleva en Gombe seis años y conoce a todos los chimpancés. Como todas las observaciones naturales de animales, nada está asegurado, pero tenemos suerte: a pocos minutos del centro de investigación y la sede del parque, encontramos a Gimli en medio del camino. Nos ve, pero pasa de nosotros. Está de cuclillas en medio del camino, rascándose la panza, y al cabo de un tiempo empieza a moverse sin objetivo aparente. Busca comida, y va mordisqueando aquí y allá algunos tallos verdes y hojas.

Entra en la selva y cruza el pequeño arroyo: le seguimos; empieza a remontar el fuerte pendiente de las montañas que conforman el valle: y le seguimos también entre la maleza. Luego llega el gran momento. Se detiene allá donde un rayo de sol consigue cruzar la espesa cobertura arbórea y le ilumina la cara. Bajo esa luz, lo observo desde mi posición, apenas a tres o cuatro metros de distancia, y el tiempo parece detenerse.

Muy pocas veces he sentido esa emoción en la naturaleza. Miras a un tigre o a un caballo a los ojos y no sientes conexión. Pero observas a un chimpancé y en su mirada ves algo distinto a los otros animales. Hay algo familiar. Unos ojos de inteligencia. Jane decía que no sólo los humanos podíamos sentir emociones y razonar. Y en esos ojos de miel de Gimli, en la selva de Gombe, por unos momentos veo esa capacidad especial de nuestros primos más cercanos. Gimli me interroga con su mirada, lo mismo que yo me pregunto qué está pensando...

Los descubrimientos que hizo Jane Goodall en Gombe cambiaron totalmente la visión que se tenía de los chimpancés: se dio cuenta de que no eran sólo vegetarianos (también comían carne) e incluso hacían la guerra contra otros chimpancés. Pero quizá el descubrimiento más impactante de Jane Goodall fue cuando observó que los chimpancés utilizaban herramientas, como pequeñas tiras vegetales con hojas para introducir en el agujero de termiteros y pescar así las termitas que se agarraban a él, de las que se alimentan los chimpancés. A raíz de este descubrimiento, el paleoantropólogo Louis Leakey, que fue quien mandó a Jane Goodall a Gombe para entender el comportamiento de nuestros antecesores a través del estudio etológico de los primates más cercanos, dijo: «Ahora tendremos que redefinir al ser humano, redefinir herramienta o aceptar a los chimpancés como humanos».

Después de contemplar los ojos de Gimli en Gombe, empecé a pensar que, visto lo visto y sabiendo que compartimos el 99% de nuestro genoma, quizá deberíamos empezar a tratar a los chimpancés más como a humanos que como animales.

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