Gentileza del pasado

La eterna lucha entre tradición y modernidad vivió ayer una tregua en forma de arte de la mano de Alberto Velasco en el festival Danseu que se celebra en Les Piles hasta hoy

Solemos postrar las tradiciones en un pedestal desde el que miramos distantemente a través de un cristal. Lejanas e inamovibles, ¡Dios nos salve de la golosa modernidad!

A veces olvidamos que una de las propiedades principales del arte y la cultura es su inherente carácter cambiante, siempre explicativos de los tornadizos segmentos de la presencia colectiva del hombre y de sus necesidades sociales y trascendentales.

Ayer en una pequeña plaza del municipio de Les Piles se dio una tregua en la eterna lucha entre tradición y modernidad de la mano del polímata artista Alberto Velasco.

Los que asistimos a su muestra en el Danseu festival, Mover montañas, pudimos disfrutar durante casi 50 minutos de energía pura y baile, con el que el simbolismo arcaico e incluso castizo de las danzas tradicionales peninsulares se desabasteció de la materia agazapando sus propiedades esenciales bajo un velo carnal.

Reivindicativo, seductor y grotesco en ocasiones, Velasco creó un triunfo (en el sentido romano de la palabra) de la danza folklórica, mezclando los pasos propios de estos bailes tan nuestros como la jota, con movimientos expresivos de la danza contemporánea, e incluso vibraciones pop. Acompañado por un espacio sonoro creado por el compositor Mariano Marín, Velasco vibró entre registros musicales de distintas regiones y culturas mezclados de manera que las melodías no se podían identificar del todo, a la vez que se reconocían en totalidad. Un eco de nuestra identidad sin fronteras ni rivalidades, solo filiación compartida.

El arte contemporáneo, junto con su vertiente en la danza, son para muchos un rompecabezas más complejo que cualquier ecuación matemática, quizás por su uso de un nuevo lenguaje que busca lo divino de maneras tácitas. Algunas danzas tradiciones son muchas veces miradas con desprecio, quizá por rivalidad o simplemente porque resaltan lo que nos ata a nuestra tierra. Tristemente, cuanto más te acercas a las grandes urbes, se encuentra menos tradición y arraigo en la tierra. El diálogo que establece el artista entre lo de siempre y los giros más modernos, ayuda también en la homogeneidad de la pieza.

Cuando pretendes darte cuenta, ya se han sustituido los pasos de la jota por contorsiones flamencas siendo la música el único hilo conductor que guía su cuerpo en este viaje regional atemporal.

Durante la duración de su gala personal, Velasco abrumó asemejándose a una aparición fabulosa e inverosímil de nuestra mitología más inmediata; desde su entrada entre el follaje sabio y pícaro como un minairó, hasta sus impecables giros de mantilla grácil como una ninfa.

Cada detalle, expresión y movimiento curado perfectamente para vagar entre alegorías, y es que ¡oh! ¡Cómo le gusta al arte ser simbólico! A pesar de su espectacular puesta en escena, con un copioso atrezo, lo que sin duda me llevo del espectáculo es su admirable complicidad con el público.

Cultura popular y arte

Por mucho que nos encontremos en un momento especialmente interesante con la mirada del público mayoritario y comercial hacia el folklore y las piezas con voces más territoriales como el flamenco de Rosalía, la tradición gallega con Tanxugueiras y, más reciente, Juanjo Bona con sus jotas, no es secreto que todavía queda un largo camino para recuperar nuestra esencia en un mundo cada vez más globalizado y homogéneo.

En un momento en que la discusión sobre si la cultura popular es considerada arte está sobre la mesa (en la carrera de historia del arte que me aqueja, no se encuentra ni una triste optativa que trate las tradiciones inmateriales), obras como Mover montañas arrojan luz sobre tal pensamiento desatinado.