Ivan Pintor reseña ‘Domingo flamenco’ de O. Schrauwen
“No se hace literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos”, escribía André Gide, y quizá es el mejor y más sabio de todos los consejos literarios posibles.
De Catulo a Góngora y de Homero a James Joyce, el canon literario occidental está surcado por la cólera, el escarnio, la venganza, el resentimiento o el más ominoso de los vacíos. Como Joyce en su Ulises, Schrauwen sigue a su protagonista, el joven tipógrafo Thibault, durante toda una jornada, tan azarosa como cualquier otra, un Domingo —que se transforma en Domingo flamenco en la exquisita edición española de Fulgencio Pimentel, con la traducción de Joana Carro y César Sánchez— aburrido y preñado de ansiedad, malbaratado. Pero dónde Joyce gesta una relectura de la Odisea que recorre toda la cultura occidental, Schrauwen traza con su obra monumental un corte sintomático del vacío existencial contemporáneo. Sus casi 500 páginas con espléndidos bitonos risográficos se leen sin descanso, como un cautivador retrato de todos y cada uno de nosotros, de nuestro ruido mental y de todas las miserias que se nos pueden ocurrir sin salir de casa.
Desayunar o no bollos de mantequilla, masturbarse o no, darle vueltas infinitas al próximo mensaje de whatsapp, marear la primera línea de un libro comprado con más avidez que interés, hurgar en cuentas de Instagram ajenas, emborracharse en soledad mientras se posterga la comida, evitar a los vecinos y cocinar con desgana, fantasear con amores pasados y futuros constituyen los hilos dispersos de un torrente de pensamiento cuya forma visual no deja de reinventar el cómic a partir de modelos como Pellos, Hergé, Moebius, Franquin o Guy Peellaert. Las “spam-images” que sustentan nuestro mundo afectivo, el tráfico incesante de nuestros mensajes y likes, nuestros ataques de ansiedad, el miedo a estar ausentes y la dispersión mental se convierten, en manos de Schrauwen, en una auto-fabulación fascinante, que atribuye a su primo Thibault Schrauwen esta banal jornada de otoño de 2017, una especie de elogio simultáneo de lo futil y del entrelazamiento cuántico de todos los acontecimientos del universo. A diferencia del Bloomsday en honor al Ulises de Joyce, que se celebra cada 16 de junio en Dublín, no es necesario celebrar el Scrawenday en ninguna fecha especial, en Gante o Bruselas o conforme a un periplo específico, sino que a partir de ahora le rendiremos culto en cualquier interior dominical, sobre cualquier sofá, frente a cualquier plato de pasta improvisado y viendo el más banal de los tutoriales sobre slime. Las viñetas de Schrauwen son un elogio y una elegía de nuestro tiempo, el único que tenemos.
Domingo flamenco
Autor: O. Schrauwen
Editorial: Fulgencio Pimentel