madre-hija
La cineasta Celia Rico Clavellino (Sevilla, 1982) vuelve a una historia sobre una madre y una hija en su segunda película, Los pequeños amores, que llegó a las salas comerciales tras ganar la Biznaga de Plata Premio Especial del Jurado en el Festival de Málaga, donde Adriana Ozores se llevó el premio a mejor actriz de reparto. Puede decirse que Los pequeños amores conforma un díptico con Viaje al cuarto de una madre, primer y deslumbrante largometraje de Rico. En Los pequeños amores el tándem madre-hija se ve forzado a convivir tras un accidente de la madre: Teresa, la hija, interpretada por María Vázquez, acude unas semanas del caluroso verano para ayudar a su madre, Ani (Adriana Ozores), a la que una caída ha dejado con la movilidad temporalmente limitada.
Sabemos que hace calor por el ruido de las chicharras, sabemos que Teresa planeaba un viaje a Amherst, Massachusetts, pueblo natal de la poeta Emily Dickinson. Aunque lo que movía ese viaje, descartado rápidamente dada la inmovilidad de la madre, era el encuentro con un hombre.
La película se construye a base de silencios y lo que no se termina de decir esconde el auténtico meollo del asunto: Ani teme que su hija se quede sola; y sola quiere decir sin hijos, más que sin pareja. Esto se subraya con el encuentro de un antiguo amor de Teresa, cuya novia espera su primer hijo. Todo es sutil y un poco grave en Los pequeños amores, desde la crítica al gazpacho de la hija hasta la resolución de ella: comprarlo hecho y meterlo en la batidora antes de servirlo. La fotografía de Santiago Racaj recrea un entorno idílico que refuerza la melancolía del verano y, sobre todo, de los veranos pasado. Queda en suspenso una potencial historia de amor con Jonás, un chaval del pueblo que quiere ser actor y trabaja como pintor y chapuzas ocasional, aunque disfruta más siendo lector de novelas francesas del XIX para Ani entre mano y mano de pintura. Hay elementos que le dan encanto, como la música, suena “El bello verano” de Family; y casi guiños, como que la novia del aspirante a actor se llame como la hija, casi subrayando que quizá si las circunstancias fueran otras...
Teresa no tiene pareja ni hijos, ya no viaja tanto como solía porque ya no va a congresos; la madre, viuda joven, asumió la soledad cuando la hija se fue de casa y vuelca su amor a un perro leal. Para Ani el problema de su hija es que cambia de opinión, le cuesta decidirse. No termina de quedar claro lo que piensa Teresa. Es una de las debilidades de la película: fiarlo demasiado a la circunstancia de la hija, como si eso fuera lo único que determinara la relación. Uno de los problemas de Los pequeños amores, a pesar de sus muchas virtudes, es que no termina de levantar el vuelo, tal vez por el enfoque del personaje de la madre, demasiado monolítico. Eso hace que interese menos el pequeño amor que la madre tuvo años después de la muerte del marido, por ejemplo. La película resulta fresca y un poco triste, por lo que tiene de constatación de pasado, cada vez que aparece Jonás. Los logros de la película no son pocos: el manejo de los silencios, el retrato con acciones aparentemente cotidianas y anodinas, la naturalidad de la puesta en escena y la sutileza del guion. Que Los pequeños amores no termine de elevarse muestra que hay algo mágico en el cine, porque la película tiene todo para ser memorable y la magia está a punto de suceder.