Demi Moore aborda en ‘La sustancia’ un gran tabú del cine: el miedo a envejecer
“La sustancia” lleva el mito sobre la vejez de las estrellas al terreno del body horror
Uno de los textos más bellos sobre cine es el que escribió Roland Barthes sobre Greta Garbo. El escrito, breve, forma parte del volumen llamado mitologías. En él, el autor se refiere al rostro de Garbo, a su condición casi escultórica, y en un momento, quizá uno de los más destacados, habla de cómo la actriz de origen sueco decidió no envejecer. Garbo se retiró a los treinta y seis años, en la cúspide de su carrera. Se instaló en un apartamento en Nueva York e intentó (a veces sin éxito) que la gran ciudad le otorgara una suerte de anonimato.
Barthes escribió: “Ella lo sabía: cuantas actrices han consentido en dejar ver a la multitud la inquietante madurez de su belleza. Ella no: no era posible que la esencia se degradara, hacía falta que su rostro no tuviera jamás otra realidad que la de su perfección intelectual, más aún que plástica”. El filósofo se refería así a uno de los grandes mitos de la historia del cine: aquel que señalaba la dificultad de las actrices a la hora de mostrar su rostro, su cuerpo, su figura en estado de madurez. El rostro de Garbo no solo era de naturaleza enyesada y no pictórica, sino que aquel busto quedó precisamente petrificado en el tiempo. No la vimos resquebrajada, no la vimos flácida, no vimos sus arrugas en la gran pantalla.
A lo largo de la historia del cine, la madurez estaba vetada a las estrellas mujeres, que debían mantener un ideal de belleza vinculado a la juventud. De esto trata precisamente “La sustancia”, la película de Coralie Fargeat sobre una estrella venida a menos precisamente por su edad que decide hacer una suerte de pacto con el diablo. Elisabeth Sparkle tiene una estrella en el paseo de la fama y es la protagonista de un programa de fitness para mujeres, al estilo de aquellos vídeos que la actriz Jane Fonda hizo en los ochenta. Cuando el director de la cadena decide prescindir de ella, Sparkle decide tomar una misteriosa sustancia que desdobla su cuerpo: a ratos es Elisabeth, la mujer madura deprimida porque la industria le ha dado la espalda, y a ratos es Sue, una chica joven que se convierte en la nueva promesa de la televisión. Fargeat lleva aquel mito sobre las estrellas al terreno del género del body horror, el terror sobre el cuerpo, visceral. Aunque su puesta en escena es más calculada y geométrica que la de “Titane” –otra película sobre las mutaciones del cuerpo dirigida por una autora contemporánea pero deudora de la tradición de la Nueva Carne (la del cine de David Cronenberg)–, ambas películas comparten algo: la voluntad de observar el cuerpo cosificado de las mujeres desde una perspectiva crítica. No en vano, las dos encuadran sin piedad los culos de las protagonistas, haciendo ejercicio, bailando o haciendo twerk.
El vehículode la película de Fargeat no es solo el terror en torno al cuerpo, sino la misma noción de estrella. Esta aparece encarnada por una actriz que tuvo su momento álgido en los noventa y que, como tantas otras, sufrió el ostracismo cuando se adentró en la madurez: Demi Moore. La protagonista de “Ghost” parece poner su propia experiencia al servicio de “La sustancia”, una película de género con un poso existencial, con una angustia, con un retrato de las estructuras patriarcales sumamente real. Quizá la única pega de la película de Fargeat sea precisamente su necesidad de subrayar el discurso. No pasa nada, toma suficientes riesgos como para obviar su obviedad.