Acusar a la gente de cosas
Tras ‘Los optimistas’, vuelve Rebecca Makkai con ‘Tengo algunas preguntas para usted’: una novela tan adictiva como bien tramada de una escritora sensacional
Es matemático. Cuando sucede una tragedia, nadie desea quedarse al margen, y todos proyectamos nuestra participación en la desgracia. Ya sea a través de nuestra cercanía al hecho en sí o desde nuestro código ético, nos posicionamos. O no solo adoptamos un lugar en la hecatombe, sino que, además, necesitamos concretar nuestro lugar en ella. Así lo cuenta Rebecca Makkai (Illinois, 1978) en ‘Tengo algunas preguntas para usted’. En esta ocasión, la escritora norteamericana construye una herramienta capaz de desactivar la nostalgia y la esconde en una falsa novela de campus. Todo ello, maridado con un buen crimen: el asesinato sin resolver de Thalia Keith, una compañera del internado en el que Bodie, que es quien cuenta la historia, estudió.
Casi veintitrés años después, Bodie Kane, ahora ‘podcaster’ de éxito, regresa a Granby, el centro donde cursó sus últimos años académicos, para impartir dos seminarios: uno sobre ‘podcasting’ y otro acerca de cinematografía, algo introductorio. Dos disciplinas que le sirven a la autora para reforzar su propósito literario. Por un lado, una de las alumnas de la primera materia, decide volver al homicidio de Keith y relatarlo nuevamente; esta vez, en formato ‘podcast’. Por el otro, las notas breves que Makkai desliza en torno a las clases de Kane sobre historia del cine, las utiliza a modo de recordatorio en torno a la carga personal que puede soportar una historia ajena. No obstante, lo llamativo de este libro, lo protagónico, no es su estilo. Tampoco la complejidad de su argumento y la enormidad de puntualizaciones que se efectúan en tres tiempos: aclaraciones en relación al pasado, prolijidad en las determinaciones del presente, así como un sinfín de incertidumbres en torno al futuro. La estrella del ‘thriller’ es su interlocutor, el misterioso señor Bloch, un profesor que impartía clase en aquel fatídico 1995. Es a él a quien Bodie se dirige al tiempo que reconstruye la historia, le obliga a revivirla con ella.
Si se efectúa una lectura detenida de la novela, se advierten algunas cosas que Makkai igualmente ocultó en ella. “Entiendo que es un instinto humano lo que nos lleva a ponernos en el centro de un desastre. Ni siquiera para atraer los focos, solo porque ‘parece’ auténtico”, dirá la autora en boca de Bodie. Puede que retorzamos el lenguaje al recrear una experiencia propia o nos abstraigamos de ella al recordarla y nos disociemos. Pero cuando participamos de los relatos de los demás, existe algo que nos delata y que nos traiciona. Parece que nuestra intimidad no nos es suficiente, se ha de ampliar y legitimar, y que no existe tal cosa si no se trata como un ente participativo. Es, entonces, cuando el formato ‘podcast’ adquiere sentido y los ‘mass media’ hacen su aparición en el texto.
El empleo masivo de los mal llamados medios de comunicación o difusión permite ya no sencillamente colaborar del relato de la intimidad del otro, sino intervenirlo, comunicarlo a otros sin consentimiento explícito. O, dicho de otro modo, devorarlo e influir sobre las relaciones de poder que lo atraviesan. Volver sobre el homicidio de Thalia en un ‘podcast’ es encontrar en la ficción otra forma de asaltar la problemática que vertebra la novela: estamos más solos que nunca, y si nadie ha sido testigo de nuestra alegría o nuestra tristeza, ¿habremos existido, realmente? La crisis comunicativa de la que Makkai habla, y que sucede con especial crudeza entre hombres y mujeres, queda bien representada también en el libro gracias a la obsesión de Bodie por los ‘true crime’, que no son más que crónicas en clave de hipótesis sobre lo que pudo o no haberle sucedido a alguien, en las que se hace al espectador testigo y se le facilita tomar partido.
En la novela conviven con lo ya comentado otras ideas y también preguntas, que no dejarán a nadie indiferente, como la ilusión masculina de que los hombres pueden salvar a las mujeres en la misma proporción que dejarlas sin vida o qué es lo que hace o no hablar a una víctima.