Antonio Soler: «Cuando los maltratadores no tienen el control de la situación, se frustran y estallan»

El autor se mete en la piel de un manipulador psicológico en ‘Yo que fui un perro’

El eje del diario de un joven estudiante de medicina es su novia. Desde su casa, el futuro médico ve la casa de ella. Siempre vigilada. Analizada minuciosamente. En sus gestos, en sus salidas, sola o con amigas, en cada vestido que se pone y que provoca ira, celos o complacencia en el protagonista. Antonio Soler se pone en la piel de un maltratador psicológico en Yo que fui un perro, novela publicada por Galaxia Gutenberg.

¿Cómo ha sido meterse en la mente de un maltratador psicológico?
Los novelistas estamos un poco acostumbrados a indagar, a meternos en la piel de gente que no tiene en muchas ocasiones nada que ver con nosotros. Y en este caso, como al final del libro se dice, encontré unas cuantas páginas de un diario, de un chico estudiante de medicina, que hacía casi exclusivamente hincapié en su relación sentimental un tanto perturbadora, por llamarlo de algún modo.

¿Es cierto entonces? ¿No es un artificio literario?
No. Es cierto. Y el tono que había allí fue importante para mí, fue como un pequeño hilo a partir del cual ir tirando y recomponiendo esa personalidad. Por otro lado, también recurrí a la memoria, a recordar comentarios, alusiones, cosas que les he oído a lo largo de mi vida a muchos hombres en referencia a sus parejas y muchos de estos hombres, ni por supuesto han aparecido en los telediarios ni han sido considerados maltratadores. Pero había un germen ahí de control, de manipulación que no era tomado por los que lo estaban oyendo como una barbaridad. Es decir, parte de lo que el personaje de mi novela dice, lo he visto en algunos momentos, quizás más en el pasado porque ahora estamos en guardia, pero en algún momento estaba asimilado como algo natural.

Está hablando en pasado. Es cierto que somos más conscientes, pero ¿diría que esto ha mejorado sustancialmente?
Creo que ha mejorado el estado de alerta y que en ciertos ámbitos algunos hombres se coartan a la hora de expresar determinados sentimientos, algo que en muchos casos, desde luego, los ha llevado a moderarse y a reflexionar. Pero la cuestión latente permanece de fondo y, de hecho, hablando con amigas psicólogas, me cuentan cómo chicas jóvenes a las que tratan están enganchadas a tipos bastante indeseables en ese sentido, que las controlan, que se inmiscuyen en la relación que tienen con otras personas, amigas, amigos, cuestionan la ropa que se ponen, miran sus teléfonos para ver con quién hablan y con quién no. Hay un problema todavía de fondo muy considerable.

Los jóvenes. ¿Cómo cuesta tanto hacer saltar las alarmas cuando alguien te dice que no te pongas una ropa determinada?
No lo tengo muy claro. Mi sensación es que hay un retroceso de valores en diferentes ámbitos. Es decir, que las generaciones que por lo que se podría considerar regla general tendríamos que ser más conservadoras, no son así. Ha habido como un movimiento de péndulo en muchos sectores, que a pesar de que la sociedad está más concienciada, íntimamente han dado un paso atrás y toman como algo positivo la figura del chico que va de hombrecito, de machote, que se erige en figura capital en el mundo de la pareja y eso es muy extraño. No sé lo que hemos hecho mal, pero que se han hecho mal las cosas, sí. Eso es evidente, y aquí habría que recurrir a psicólogos. Como novelista lo he abordado desde el punto más íntimo, intentando sumergirme en ese territorio de penumbra, intentando sacar a la luz los pensamientos de determinados individuos.

Su personaje es de clase media, no viene de una familia desestructurada.
Es un chico de clase media-baja que ve en sus estudios una fórmula para progresar y para ascender de clase social y también en eso destila bastante machismo y clasismo porque su novia está estudiando magisterio y él la mira un poco por encima del hombro.

El lector conoce a los demás personajes a través de sus ojos. Está todo distorsionado.
Era un riesgo que tenía el escribir desde la fórmula del diario, pero me parecía que era el modo más directo para entrar en la mente del personaje principal. Evidentemente, a los demás los vemos a través del cristal de sus gafas, de sus ojos y el lector, que siempre supongo que es inteligente, va discerniendo quiénes son los demás y cómo son porque a medida que se va avanzando en la lectura, se va dando cuenta de la deformidad o del desenfoque que este personaje tiene en su mirada y lo va descreyendo, va distanciándose de él y va suponiendo cómo son los demás.

¿Podríamos decir que esa personalidad es como la de un dictador? Solo acepta lo que él cree que está bien.
Sí, absolutamente. Es alguien que tiene una visión de la realidad que él considera la correcta y, aunque no hay nada que lo avale, lo considera así y quiere que todo el mundo marque el paso según él lo dicta. Él es el pequeño emperador de un mundo muy reducido, pero lo intenta tiranizar. ¿Qué ocurre? Que como el mundo es libre y no se acopla a sus pautas, eso le genera una gran frustración y yo creo que es lo que ocurre también con los manipuladores, con los maltratadores, cuando ven que la situación escapa de sus manos, que no tienen control, eso genera una gran frustración que puede estallar y tener una salida incontrolada. De hecho, lo vemos en los casos más dramáticos de agresiones, de muerte, normalmente se producen cuando la mujer intenta ejercer su libertad y romper la pareja y tomar un nuevo rumbo. Eso le genera tal frustración en su falta de control, que estallan.

Él no quiere ser un perro faldero, pero tampoco se quiere mucho a sí mismo.
Sí, es burdo. Es alguien que tiene un movimiento oscilatorio que va de lo que él supone que es el amor, al tormento porque lo que él llama felicidad no acaba de cuajar ni por asomo. Es una persona atormentada y sí, no quiere ser un perro, pero quizás si esa persona con el paso del tiempo hubiera recapacitado y reflexionado sobre su conducta, como probablemente ocurriera a quien escribió aquellas cuartillas a quien yo encontré, se daría cuenta de que sí fue un perro, en el doble sentido además.

Antes ha hablado de un retroceso de valores. ¿Cómo puede ser que estemos como estamos, con partidos de ultraderecha?
Porque hay un movimiento mental y social, pero que también lleva a muchos hombres a estados regresivos que van en contra de sus propios intereses. En el caso de las mujeres es muy llamativo porque parece que es más evidente. Esto ocurre con la sociedad en general, que muchas veces apuesta en contra de sí misma. Y que algunas mujeres apoyen ese estatus quo yo creo que tiene que ver con valores regresivos, con ideas de acogerse a un pasado que en sus mentes fue ideal y que, evidentemente, es inexistente. Además, yo creo que eso se da en muchos otros elementos sociales. Es decir, elevándolo a otras alturas, la gente que votó por el Brexit votaba por un país que nunca existió, por un imperio que ya no tiene razón de ser, por una Inglaterra de 1920 o la época que tuvieran en su mente, que nada tenía que ver con la realidad. Son movimientos utópicos, regresivos para ir al país de nunca jamás y en el caso de mujeres que se aferran a esa situación yo creo que apelan a una sociedad del pasado que consideraban ideal a pesar de que las tenían de rodillas. Tiene que ver por ejemplo con Trump, también. Pero realmente, ¿el pasado era mejor? Esa es la cuestión.

Temas: