El toro que no quería morir en la plaza y decidió escapar

En el verano de 1967, un toro bravo de más de 500 kg procedente de Sevilla se escapó del cajón de un camión en Miami Platja y sembró el terror en sus calles

Antes del Covid, Miami Platja había vivido ya un confinamiento. Fue durante el verano de 1967. Un toro bravo de más de 500 kg que tenía que lidiarse en el ruedo de Lloret de Mar se escapó del camión que lo transportaba. Durante su fuga sembró el terror en la transitada carretera Nacional 340 (actual avenida de Barcelona) y en las calles del incipiente núcleo costero mont-roigenc. Aún hoy, hay gente que tiene pesadillas por las noches con la terrible experiencia que vivieron aquel fatídico 8 de agosto.

El día que recuperé esta vieja historia del mensaje de una botella que flotaba por mi memoria, me asaltó una primera pregunta. ¿Cómo narices podía estar aparcado un camión de toros bravos en la calle más concurrida del pueblo? La respuesta tiene miga. Entre los años 60 y 70, hubo en Catalunya hasta veinte cosos taurinos en funcionamiento. El litoral catalán se había convertido en uno de los destinos preferidos de los turistas europeos y los empresarios del gremio vieron una oportunidad de negocio organizando esos festejos que tanto atraían a los extranjeros. A los más jóvenes les costará creer, pero en nuestra provincia localidades como Tarragona, Segur de Calafell o Miami Platja organizaban corridas con llenos hasta la bandera.

Todo ese flujo de ganado bravo procedente de Sevilla y Salamanca, principalmente, que se demandaba para nutrir a la voraz industria taurina, se transportó en camiones por una precaria carretera Nacional 340.

Aquel tórrido martes, el camión matrícula M-223742, procedente de Jerez de la Frontera, se detenía de buena mañana en el restaurante Pardo de Miami Platja. El Pardo se llamaba entonces Hotel San Cristóbal y estaba situado en la avenida de la Victoria (hoy avenida de Barcelona). Fue uno de los primeros negocios de carretera que aprovecharon el tirón del tráfico de vehículos que se desplazaban entre Barcelona y Valencia.

Según describe el periodista del Diario Español Daniel de la Fuente Torrón (1933-2012), el camión, que era conducido por el joven jerezano de 27 años Miguel Bustillo Romero, venía cargado con nueve estrechos cajones de madera con nueve toros bravos de lidia, uno de ellos de la ganadería José Fernández de Romero. Habían parado a desayunar y estirar un poco las piernas. Su destino era Lloret de Mar (Girona), donde el domingo 13 serían lidiados por los matadores José Morán, Ricardo Izquierdo y el rejoneador Rafael Peralta.

Acompañaba a Miguel Bustillo el mayoral y torero José Salguero Marín, también de Jerez de la Frontera.

Las altas temperaturas de agosto, el cielo encapotado y la humedad del 85% del ambiente hacían que el calor fuera sofocante. El toro de Fernández de Romero se desespera por la paliza del viaje y tal vez porque intuye su trágico final. A las 10 menos cuarto de la mañana, a base de trompazos, consigue que el cajón donde estaba confinado caiga del camión. El impacto contra el suelo debió ser brutal, pero le permitió recuperar la libertad y esquivar momentáneamente su destino.

Desorientado, se llevó por delante todo lo que se puso a su paso. Lo primero, una motocicleta aparcada frente al San Cristóbal que salió volando, literalmente. Después, los coches de los pobres turistas que tuvieron la desgracia de circular frente al hotel en ese preciso momento. El barcelonés Josep Creus Morell, de Barcelona, con su turismo matrícula B-423.303, y el francés que conducía un vehículo matrícula 480-JU-84 nunca olvidarán ese instante. Atrapados con sus familias dentro de los automóviles y sin poder escapar, tuvieron que ver cómo los levantaba como si fueran pompas de jabón, me explicaba mi padre. Algunos veraneantes aprovecharon para inmortalizar el momento desde los balcones. Mientras les hacía fotos, la Guardia Civil del cuartel de María Cristina, se apresuraba a confinar a una parte de la población en sus casas.

Miquel Grifoll Aragonés no estuvo a tiempo de refugiarse. Fue la única persona que sufrió un ataque. Miquel era un masover retirado, de 73 años y de Mont-roig del Camp, que cumplimentaba los ingresos de su jubilación recogiendo cartones en Miami Platja. Estaba sentado en una terraza cuando se cruzaron sus vidas. El toro le embistió y le volteó, cayendo violentamente contra el suelo. Pudo rematarlo allí mismo porque el anciano quedó indefenso a sus pies, pero no lo hizo y siguió su camino. De todas formas, de las fuertes contusiones provocadas por la trompada, Miquel ya nunca se recuperó.

Tampoco hizo hilo con el matrimonio de viajeros franceses que descansaba apaciblemente en la plaza Tarragona. El toro se aproximó hasta ellos al galope, los observó y continuó su carrera en dirección a ninguna parte. El trauma que les produjo el incidente les dejó sin fuerza para continuar el viaje y se hospedaron durante tres días en los apartamentos Costa Dorada, explica Helena Alonso.

El morlaco cruzó como una bala la actual avenida de Barcelona, pasando frente al Bar Victoria de Ginés, las tienda de alimentación de Mercè y la de Agustina, el camping de Poblet, el estanco de Mañé y el Hotel Miami de Esquius. Avanzaba airoso cuando, al llegar al restaurante Le Monaco, le sorprendió una lluvia de balas. Robert, su propietario, envalentonado, le vació el cargador de su pistola, dispuesto a capturar a la bestia. Con escaso acierto.

Robert era un súbdito francés conocido popularmente como ‘el Salchichero’. Él y su esposa habían llegado a España al finalizar la Segunda Guerra Mundial cruzando a pie los Pirineos, huyendo de los aliados. Se decía que Robert era sospechoso de colaborar con los nazis durante la ocupación de Francia. ¿Franco o Francia?, pensaron. Eligieron a Franco, que los acogió con los brazos abiertos, como a tantos otros militares perseguidos. Se establecieron en Zaragoza, donde abrieron una carnicería donde se despachaban unas salchichas excelentes. Se cuenta que, al afincarse en Miami Platja, actuó como confidente de la policía franquista. Años más tarde, Robert moriría acribillado a balazos cuando intentó abortar, pistola de fogueo en mano, un atraco que se estaba perpetrando en la sucursal del banco de Bilbao situado frente a su casa. Así lo explica Jaume Argilaga, testigo de excepción y director de la oficina en aquel desgraciado momento.

El toro, sobreponiéndose a las ráfagas, corrió despavorido hasta la avenida María Cristina y logró refugiarse en los apartamentos Costa Dorada de la familia Alonso Cerdá. El hambre, la sed y el inclemente sol de agosto le estaban haciendo más daño que las balas. Asunción Cerdá barría tranquilamente cuando se topó con el animal en la terraza de debajo de la escalera. Su hijo Antonio la apartó de un tirón del brazo y, junto al resto de la familia, se encerraron en casa, aterrorizados. A la pequeña Helena, guarecida en su cuarto, se le quedaría grabado de por vida ese instante.

Tiempo más tarde, dos Guardias Civiles de tráfico que se encontraban casualmente por la zona disparan de nuevo al animal con sus pistolas, pero consiguió escabullirse y huir, ahora en dirección a la avenida del Ferrocarril. Coincide con Pili Latorre, hija de Leonardo y Milagros, los propietarios del restaurante Miramar, que venía de la playa. «Era grande y negro», recuerda.

Cruzó la vía del tren por el paso a nivel y se plantó en el edificio Las Mimosas, en el paseo Marítimo, en ese momento en construcción. Empezó a subir plantas detrás de los albañiles que volaban por las escaleras, esperando que se cansara antes de llegar a la terraza, me explicaba el amigo Roberto Calvera, que hace poco nos dejó para siempre.

Finalizado el ‘mini San Fermín’, bajó hasta las calas, donde se dio un baño, tal como me expresa Alejandro Gutiérrez. En las playas donde antes frecuentaban los contrabandistas, corrían ahora los turistas despavoridos, abandonando toallas y sombrillas.

El mayoral de la ganadería lo perseguía por el núcleo con la esperanza de volver a encajonarlo. Vieron que sería misión imposible. Dos Guardias Civiles del puesto de María Cristina se dispusieron encima de un camión y lo abatieron con sus mosquetones, cerca de la vía del tren. Una muerte triste pero en libertad y en el campo. Peor destino tuvieron sin duda algunos de sus ocho compañeros de viaje el domingo 13 de agosto a las 5 de la tarde en la plaza de toros de Lloret.

En aquellos locos años sesenta, todo era selvático, precario, y los bares, como el Pardo, fueron parte fundamental de la vida social de los primeros pobladores de Miami Platja. Quiero poner una pica en Flandes por uno de los más emblemáticos, el bar Las Vegas, fundado en 1965 por los zaragozanos José y Alicia. En Las Vegas se celebraba el Carnaval, las Navidades, el Fin de Año y los Reyes. Allí los vecinos vieron por primera vez una televisión. Por allí frecuentaron también, no hay que olvidarlas, algunas personas peculiares como el pintor Rafael Cuevas, el Pastor, que llegó con la trashumancia, los albañiles Frasquito o el Inglés, Sádaba guitarrista noctámbulo y algunos buscavidas como el Valenciano, el Malagueño o el Dormilón, que dan, como mínimo, para una canción de Joaquín Sabina.