Palestinos en Tarragona: «Supe que, si no me iba, me matarían»

Dos hermanos y el hijo de uno de ellos, residentes ahora en la ciudad, narran sus experiencias en un territorio en el que tienen familia, pero al que nunca han podido regresar. Huyeron en los años ochenta

Mayhoub Shaqadan es palestino y sabe lo que es que lo esposen, que lo encarcelen, que lo torturen y que intenten asesinarlo. Ahora tiene 74 años, pero un día tuvo 19 y vio cómo lo llevaban preso por, según las autoridades israelíes, tener un folleto de la resistencia en su camión: «Es un folleto que ni me enseñaron y que nunca he visto», recuerda.

Confiesa que, hasta entonces, había tenido una gran vida, incluso se atreve a describirla como «fantástica»: «Mi padre tenía una buena posición social». Él fue futbolista, de los más jóvenes de todo el territorio cisjordano.

La parte palestina está siendo ocupada progresivamente por el ejército israelí. Fuente: Getty Images

Comenta que, cuando lo encarcelaron, aún tenía «la mentalidad de un adolescente». Puntualiza que, al entrar en la prisión, sintió algo familiar: «Yo pensé que estaba en el colegio porque todos mis amigos se encontraban allí», recuerda hoy, 55 años después.

Estuvo 21 días y, posteriormente, lo trasladaron a la cárcel de Tulkarem, al noroeste de Cisjordania, donde pasó seis meses entre interrogatorios: «No tenían ninguna prueba concluyente», insiste Mayhoub. «A mí me tocó empezar el segundo día, así que ya sabía, más o menos, qué iban a preguntarme».

Lo interrogó un judío egipcio: «Empezó con preguntas mundanas: ‘¿Qué lees?’, y yo le contesté que Superman, Batman... sabía a ciencia cierta que él era consciente de que yo estaba mintiéndole; prosiguió preguntándome qué música escuchaba, y yo continué en la misma línea».

La ‘conversación’ subió de tono cuando el interrogador le preguntó a Mayhoub que quién tenía la culpa de la guerra de los Seis Días –un enfrentamiento fruto de muchos años de inestabilidad no resuelta entre los países de la región del entorno de palestina, que confrontó al Estado de Israel contra una coalición formada por Siria, Jordania, Irak y Egipto–: «Le dije que él sabía perfectamente que ellos [Israel] habían atacado Egipto y que, por lo tanto, la culpa era suya».

A medida que el interrogatorio se sucedía, el tono se incrementaba. Llegó la pregunta del millón: «¿Cómo podemos solucionar el problema palestino?», espetó el interrogador, a lo que Mayhoub contestó: «Que cada palestino que está refugiado lejos de su tierra pueda volver, entonces podríamos empezar a hablar».

No tardaron las agruras y los chillidos: «Él me dijo que, si tuviera un hijo como yo, lo mataría», narra Mayhoub, que explica que le dijo lo siguiente: «Le pregunté: ‘¿No ves que es imposible que un hombre como tú tenga un hijo como yo?’».

El desenlace fue que acabó expulsado del país y deportado a Jordania en febrero de 1970. No obstante, el parlamento jordano había aprobado, dos semanas antes, no recibir refugiados expulsados del Estado israelí. «Al llegar a la frontera, expliqué mi situación y la parte jordana y la israelí empezaron a negociar; el soldado de Israel dijo: ‘Por mí, traed una tienda de campaña y que se quede aquí, en la frontera’».

Finalmente, Jordania aceptó a Mayhoub y lo detuvo una noche para identificar si se trataba de algún tipo de espía. «Me amenazaron con llevarme a la cárcel y torturarme, pero la verdad es que, habiendo salido de la prisión de Israel, no iba a asustarme», reflexiona.

Pudo salir y hacer vida allí, pero su familia le obligó a marcharse de la zona a estudiar a otro país: «Sabía que, si no me iba, me matarían, y elegí España porque los árabes ya habían estado aquí». Llegó a un Estado en una dictadura que no reconoció a Israel.

No pudo volver a Palestina hasta que una persona relacionada con el Estado israelí buscó al padre de Mayhoub porque había sido amigo suyo en la antigua Palestina: «Le prometió que iba a traerme y así lo hizo; volví en el 1980 porque para mí era importante saber cómo estaba todo».

Intentaron matarlo: «Me amenazaron y, unos días después, me dispararon desde un puesto de observación: Dios me salvó». Supo que no podría quedarse allí, que debía irse si no quería acabar muerto: «Fue la primera y la última vez que vi cómo a mi padre se le saltaban las lágrimas».

Acertó con el país: pese a que nunca ha podido volver a su Palestina natal –afirma que aún la lleva «en la cabeza y en el corazón»–. Tampoco ha podido volver su hermano, Tareq Shaqadan, desde que se fue en 1986, con dieciocho años en aquel entonces.

Primero se marchó a Jordania y, en 1996, a Tarragona. «Vine porque él se encontraba aquí, ya que las cosas están como están en nuestra tierra y, cuando encuentras una oportunidad así...», comenta. Por lo tanto, terminó en Tarragona sus estudios como químico industrial.

Mayhoub y Tareq se llevan casi diecisiete años y vivían en Nablus, en el norte de Cisjordania. Tareq recuerda que se sentía frustrado: «La policía nos ‘perseguía’ y nosotros no hacíamos nada; buscaban provocarnos». «Nunca podíamos estar tranquilos; cuando menos lo esperábamos, siempre podían venir a registrar una casa, recuerdo cómo, desde pequeño, pasaba en la mía... Todo para controlarnos», añade.

Mayhoub terminó casándose con una catalana y hoy tiene cuatro hijos. Saleh Shaqadan es uno de ellos: «Lo que pasa en territorio palestino es un día a día de opresión y de matanzas», destaca. Además, remarca su hartazgo con la situación a nivel internacional: «Muchos países que se consideran defensores de la libertad son cínicos».

La familia Shaqadan tiene familia y tierras en Palestina: «Nos han echado y no podemos volver», denuncian con tristeza. «Israel ha tomado el camino, desde hace ya muchos años, de la manipulación de los hechos, y les da igual que los demás sepan que mienten».

Ha llegado un punto en el que los palestinos ven en la ONU y en la OTAN dos actores inertes: «¿Para qué sirven? ¿Cómo se les puede dar armas? La economía es la que manda sobre todo lo demás», remarcan los Shaqadan, que manifiestan que «para ellos, Palestina no es suficiente, tienen que llegar a Jordania, a Egipto... Dejamos el mundo en manos de locos».

La familia Shaqadan, como muchas, ha perdido gente en Gaza, en una guerra sangrienta. Un conflicto iniciado hace décadas y que, en octubre del año pasado, adquirió una mayor intensidad tras el ataque de Hamás.

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