Música contra los ladrones del tiempo

Los auriculares de grandes dimensiones son una herramienta en auge en los espacios de trabajo abiertos: evitan interrupciones y mejoran la productividad

Les habrá visto por su oficina. Con los auriculares calados (cuanto más aparatosos, mejor), aislados de su entorno mientras teclean ante la pantalla. Quizás sea usted uno de ellos. No se sienta raro. No les mire mal. Porque van a ser más. No pocos trabajadores han encontrado en la música el ingrediente que les faltaba para equilibrar las contradicciones de las oficinas abiertas.

Apenas un puñado de empresas fosilizadas en el siglo pasado conservan todavía hoy esos espacios físicos compartimentados, con sus cubículos que aíslan del compañero, sus despachos para directivos y sus puertas con recepcionista. Con aroma a Mad Men.

Hoy, salvando esas excepciones de museo, las oficinas son espacios abiertos, diseñados así para que fluya la comunicación, para arropar la creatividad y la innovación que surge de la interacción entre personas. Todo son ventajas... hasta que toca concentrarse.

Le llaman ‘coste de reanudación’. Empezar una tarea, arrancar a ritmo de diésel y que, cuando ya estás lanzado a plena producción, alguien te interrumpa, tengas que frenar en seco, saques tu mente de lo que estabas haciendo, atiendas la petición de atención, vuelvas a meter tu mente en lo que estabas haciendo, vuelvas a necesitar tu tiempo para coger velocidad... y vuelvan a interrumpirte. En una oficina abierta, los ladrones del tiempo (las interrupciones físicas son sólo uno de ellos) campan a sus anchas.

Hace unos años, a alguien del mundo de los Recursos Humanos se le ocurrió que podíamos poner banderitas de colores en nuestras mesas para indicar, a modo de semáforos, que estábamos concentrados y no queríamos interrupciones. Igual todavía no ha visto ninguno de esos semáforos por su oficina. Ni usted, ni (casi) nadie. Es un rollo, te hace quedar como un raro... y encima la gente se lo salta a la torera. En su lugar, lo que habrá visto son más y más auriculares conectados al móvil o al ordenador. Grandotes, de colores. La alternativa al ‘semáforo’. Y encima, mejora la productividad y la creatividad.

«En el contexto de las oficinas abiertas –explica Eva Rimbau, profesora de Recursos Humanos en la UOC–, la gente necesita aislarse de alguna manera. Y los auriculares, sobre todo si son grandes, nos aíslan del entorno».

En ocasiones, lo hacen de forma preventiva. «Llevar puestos unos cascos muy grandes– prosigue Rimbau– es una señalización clara de que están concentrados y no quieren que les interrumpan». Aunque tiene su reverso: «Al mismo tiempo –añade–, te pierdes cosas como esos comentarios fortuitos que llevan a la innovación, pero es algo necesario en los entornos abiertos, porque la multitarea te distrae».

Hecho el balance, «sí que se es más productivo con un buen uso de esos auriculares –concluye Rimbau–, sobre todo si no estás escuchando una lista de reproducción nueva. Hay gente que hace un uso muy estratégico de lo que escucha».

Efectos en el cerebro

Simbologías y nuevos códigos sociales de oficina al margen: ¿Afecta a nuestra productividad lo que escuchamos? Un simple vistazo a la tradición de las ‘canciones de trabajo’ (work songs), ampliamente estudiadas por la Antropología Social y Cultural, nos indica que sí. Las sociedades agrícolas están llenas de estas canciones con cadencias ajustadas al trabajo motor que se pretende. En nuestras sociedades urbanas, lo más parecido hoy son las listas de reproducción para entrenar en un deporte.

En una oficina, sin embargo, las tareas motoras (por mucho que tecleemos) son prácticamente irrelevantes. En nuestro cerebro se da la diferencia. Y la música puede ayudar. Lo cuenta Diego Redolar, neurocientífico y profesor de los estudios de Ciències de la Salut en la UOC: «Hay músicas que, por ritmo y frecuencia, ayudan a algunas tareas cognitivas. Si son tareas que no requieren una atención muy elevada, la música es beneficiosa. Aísla del resto y puede ayudar a incrementar la atención».

No hay mejores o peores géneros musicales. «Depende mucho de tu historial y tus gustos», explica Redolar. «No se trata de una determinada armonía de canción –prosigue–, sino de lo que te hace tener un estado de ánimo positivo. Los estudios que tenemos han analizado el estado de ánimo y el nivel de estrés, y la música puede reducir la liberación de las hormonas del estrés, que afectan a la corteza frontal, de control cognitivo».

«Si escuchas música que te gusta –señala Redolar–, se activan áreas de tu cerebro que también se activan en situaciones de placer, como cuando comemos o tenemos sexo. Se libera dopamina, que es un marcador de placer. Eso induce a un estado de ánimo positivo, que te puede ayudar a controlar el estrés».

Y encima, dispara la creatividad: «Con música, las ideas fluyen», remacha este neurocientífico. Preparen su lista de Spotify y pónganse los auriculares.

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