Los hijos del Libro contienen la respiración bajo las bombas
Musulmanes, cristianos y judíos, en el Líbano, Israel e Irán, ven como la tensión en Próximo Oriente aumenta, mientras la región avanza hacia el peor escenario de violencia regional en décadas
Era el peor escenario en las cábalas. Pero ya está aquí. Desde el inicio de la guerra entre Hamás e Israel, el 7 de octubre de 2023 –hace casi un año–, los habitantes de Próximo Oriente, más allá de la enorme pérdida de vidas humanas, temían lo que está sucediendo ahora: una escalada de la violencia que involucrara al Líbano e Irán. Y al Yemen. Y a los que vendrán. Es el motivo por el que casi no queda ninguno de los extranjeros que conocí en mis dos años y medio como corresponsal en Jerusalén. Y el pronóstico que me llevó a abandonar la ciudad, junto con mi familia, hace ocho meses.
La situación es terrible e inaudita: una guerra abierta en Gaza, que ya se ha cobrado la vida de 41.000 personas; una contienda soterrada, con estallidos de violencia extrema, en Cisjordania; una invasión terrestre israelí en el Líbano, donde siguen cayendo las bombas y se siguen lanzando misiles hacia el norte de Israel, por mucho que Hizbulá haya sido descabezada; unos hutíes disparando lo poco que tienen contra Israel desde el Yemen; un régimen iraní lanzando en represalia misiles balísticos sobre Jerusalén o Tel Aviv; un gobierno israelí valorando si responde destruyendo refinerías, centrales nucleares o ciudades enteras en la antigua Persia... Y los hijos de las tres religiones del Libro, musulmanes, cristianos y judíos, conteniendo la respiración.
Este es el peor escenario bélico en la región en décadas. O incluso más. La guerra en Gaza hasta ahora ha sido terrible. Sin duda la más dura para los palestinos desde la creación del estado de Israel en 1948. Más letal que la guerra de los Seis Días de 1967. Más larga y dura que la del Yom Kippur, en 1973. Más devastadora que cualquier intifada, escalada y guerra en Gaza o Cisjordania hasta la fecha. También los israelíes han sufrido enormemente: nunca antes habían perdido tantos civiles –en el ataque de Hamás del 7 de octubre–, que unidos a los soldados caídos suman más de 1.715 muertos. Y ahora, escalada regional.
La guerra fría ha terminado
El lanzamiento de cohetes de Hizbulá hacia el Líbano fue, al inicio del conflicto entre Israel y Hamás, un mero gesto solidario hacia los palestinos. Más adelante, con el aumento de sus bajas por la respuesta israelí, pasó a ser más duro. Pero no dejaba de ser un contraataque cosmético: Hizbulá no deseaba un conflicto abierto con Israel, pero había que demostrar fortaleza y apoyar a Gaza.
La guerra continuó, la tensión aumentó, y el 17 de septiembre los buscas de miles de milicianos de Hizbulá explotaron simultáneamente, en una acción a todas luces israelí. Diez días después, Israel bombardeaba el cuartel general del grupo y eliminaba a su líder, Hasán Nasralá. El martes, tropas israelíes invadían el Líbano por tierra, mientras seguían bombardeando desde el cielo. E Irán rompía su abstinencia guerrera.
El régimen de Teherán ha estado inmiscuido en la guerra entre Hamás e Israel desde antes que se iniciara. Irán es el principal socio y financiador de Hamás y Hizbulá, y el más grande enemigo de Israel y Estados Unidos. Ha armado y entrenado a ambos grupos, ha sostenido una guerra fría y silenciosa con Occidente –y con Arabia Saudí y sus socios– durante años, y ha alimentado la confrontación contra el «enemigo sionista». Pero, hasta ahora, su intervención estaba fuera de los libros. Entre las sombras. Siendo el «pulpo» que movía los tentáculos que se cernían sobre Israel, tal como interpretaban los servicios de inteligencia hebreos.
Es cierto que, en abril, Irán lanzó un ataque masivo con drones contra Israel, después de que éste atacara su embajada en Damasco (Siria). Pero tanto el ataque en sí, como la respuesta israelí, se entendió como un gesto y un «borrón y cuenta nueva». Pero ese no es el actual escenario. A menos que, en un giro de los acontecimientos y contradiciendo la historia reciente de la región, Israel decida no responder al lanzamiento de misiles del 1 de octubre... E Irán dé carpetazo al asunto, olvidando los ataques israelíes contra sus fuerzas –Israel asesinó en 2020 a su general más importante, Qasem Soleimani– y decida abandonar a uno de sus principales aliados, Hizbulá. Sólo el miedo a una gerra total en Próximo Oriente podría evitarlo.
Pero al régimen de Teherán cada vez le cuesta más hacer caso omiso a los ataques israelíes y seguir dando la espalda a Hamás y Hizbulá. Y el gobierno israelí, liderado por el pirómano Benjamin Netanyahu y sus socios ultraderechistas, está demasiado enfrascado en la guerra. El conflicto, no sólo es lo único que mantiene al primer ministro Netanyahu en el poder, si no que sigue viéndose –también por buena parte de la ciudadanía israelí– como la única salida posible. La derrota total del enemigo –sea Hamás, Hizbulá o Irán– es la única opción. Es, incluso, una cuestión de «supervivencia» para el pueblo judío y un «deber nacional», en palabras del exembajador israelí en EE.UU., Michael Oren.
Poco importa si Israel se adentra en una guerra multi-frente, de la que ni los poderosos ejércitos de la alemania nazi o la Francia napoleónica salieron victoriosos. Poco importa si cada vez más voces en Israel, Palestina y también en Irán –donde hay mucha juventud urbanita contraria a los ayatolás– clamen por un alto al fuego. Que el mundo entero pida tregua y poz. No se escucha tampoco a las advertencias continuas de la administración Biden, que ha tratado de atar encorto a Netanyahu sin éxito, al tiempo que llenaba sus arsenales y le enviaba sus mejores cazas. Tampoco parece preocupar que Irán pueda ser una potencia nuclear –nunca ha quedado claro si han obtendido la bomba atómica, pero sin duda tienen uranio que lo haría posible–, Israel disponga de este arma –un secreto a voces–, o Estados Unidos –potencia nuclear– pudiera verse arrastrado al conflicto. Nada importa...
Esperanza
En los próximos días y horas, en gran parte según cual sea la actitud tome Israel respecto a Irán, sabremos si nos adentramos definitivamente en una guerra total en Próximo Oriente, que podría desencadenar un conflicto mayor. Los elementos para la esperanza son cínicos y basados en la practicidad. Aunque la guerra nunca sea práctica y sigue produciéndose.
Cabe la posibilidad que Israel entienda que tratando de destruir al enemigo, sólo consigue ponerse en mayor peligro, y retire sus tropas del Líbano: tanto Hamás como Hizbulá surgen de las cenizas de antiguos enemigos aparentemente derrotados por Israel. Puede que Estados Unidos opte por cortar el grifo armamentístico a Israel, el único maná que le mantiene con vida, alertado por la posibilidad de una escalada mayor o, simplemente, porque se acercan elecciones a la Casa Blanca. Puede que, incluso si Israel decide contratacar con fuerza, Teherán prefiera dejarlo ahí. Como en abril. O puede que todos se cansen de la sangría y piensen en los civiles... Aunque esto, no es probable.