Golpe final a Hizbulá

La muerte de Hasan Nasralá, líder del partido-milicia chiíta libanés, oculta la metódica eliminación de todo su estado mayor por Israel en dos meses. El futuro es muy incierto

«No nos ocurre sino lo que Alá ha escrito para nosotros», dice el sura 9:51 del Corán. El asesinato de Hasan Nasralá, el líder de Hizbulá, tan espectacular y a la vista, puede ocultar lo ocurrido en estos últimos dos meses: Israel ha decapitado metódicamente el liderazgo militar de la organización y ha degradado seriamente su capacidad de combate. Las bombas que este viernes mataron en Beirut a Nasralá, también acabaron con Ali Karki, comandante del Frente Sur, el teatro de operaciones más importante del partido-milicia chií libanés. La muerte de Nasralá es espectacular, pero apenas el grand finale de una operación que Israel planea desde hace 18 años.

Las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) comenzaron a ejecutarla el pasado 30 de julio con la eliminación del principal jefe militar de Hizbulá, Fuad Shukr. Uno tras otro, han matado a los quince comandantes de más alto rango; han dejado fuera de combate —en algunos casos para siempre— a un millar de oficiales de segunda línea mediante la explosión de buscapersonas y walkie-talkies modificados, y han destruido numerosos arsenales: analistas israelíes estiman que el 50% de los entre 150.000 y 200.000 cohetes y misiles que se atribuyen a Hizbulá ya no existen. ¿Es el golpe definitivo? Muchos pensaron lo mismo cuando el predecesor de Hasan Nasralá, Abbas al-Musawi, murió en febrero de 1992 en un ataque de precisión desde un helicóptero. Pero apareció Nasralá para convertir la pequeña escisión radical de Amal —el partido chiíta libanés tradicional hasta 1982— en «el actor no estatal más fuertemente armado del mundo», como define a Hizbulá un informe de 2018 del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Hasta hoy, casi nada se movía en Líbano si Hizbulá («partido de Dios», en árabe) no lo toleraba.

El líder muerto tenía 64 años. Llevaba 32 al frente del partido-milicia respaldado por Irán y declarado organización terrorista por la UE y los EEUU. Bajo su liderazgo, el grupo ha obtenido gran apoyo entre sus electores por la vía de sustituir al Estado en la prestación de servicios sociales gratuitos o casi —hospitales, escuelas, viviendas...— a las comunidades chiítas. Su prestigio en el mundo árabe era colosal gracias a que supo capitalizar en su favor la confusa retirada del ejército israelí del sur del Líbano en mayo de 2000, sus despiadadas acciones terroristas y su decisiva intervención en la actual guerra de Siria en favor del presidente Bashar el Assad.

Matar a Nasralá parecía imposible. El caudillo chií apenas salía del complejo de catorce plantas subterráneas construido bajo los cuatro edificios destruidos en el ataque del viernes. Nasralá no usaba el teléfono móvil desde la guerra de 2006 contra Israel. «La seguridad en torno a él era extraordinaria [...]. Cuando concedió una rara entrevista en 2002, vendaron los ojos al reportero y al fotógrafo y los marearon por los suburbios del sur de Beirut un rato antes de la reunión. Su equipo de seguridad inspeccionó absolutamente todo lo que entraría en la habitación, incluso desenroscaron los bolígrafos para asegurarse de que solo contenían tinta», recuerda Neil McFarquhar en The New York Times.

Nuevo Orden

La operación Nuevo Orden —como las FDI llaman al bombardeo del viernes— revela un trabajo preciso y minucioso de la inteligencia israelí en Líbano, el mismo que echaron de menos en Gaza para prevenir el asalto del pasado 7 de octubre que originó el actual conflicto en la zona. Esta vez, los israelíes se han empleado a fondo n usado su mejor tecnología: cazabombarderos F-15 y F-35 y bombas guiadas anti-búnker capaces de atravesar hasta 60 metros de hormigón antes de estallar. Tras el ataque, efectuaron otros 140 hasta el sábado a mediodía en todo el territorio libanés, para evitar cualquier respuesta a gran escala de Hizbulá, y no darle respiro.

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Miedo y desconfianza

Hizbulá no solo es una organización descabezada. La sucesión de los líderes de primera línea está muy dañada por la desconfianza. El temor a la capacidad de Israel para infiltrar a sus enemigos es hoy más vivo que nunca. Cualquier militante chií duda antes de pulsar el mando a distancia de su tele o entrar en un coche. El pánico ha llegado lejos. En Irán, el líder supremo Alí Jamenei ha sido trasladado a un lugar secreto bajo estrictas medidas de seguridad, según la agencia Reuters. Por si acaso.

En el otro lado, los más pesimistas en Israel y los partidarios de Hizbulá insisten en que los comandantes chiíes muertos pronto serán sustituidos y la milicia volverá a lanzar cohetes; que los civiles israelíes evacuados nunca regresarán a sus casas en el norte del país; que las posibilidades de un acuerdo con el Líbano están ahora bajo cero; que Benjamín Netanyahu sale políticamente más fuerte. «Es probable que Hizbulá conserve una significativa capacidad para actuar», dice el veterano corresponsal de The Guardian en Jerusalén, Peter Beaumont.

Aparte del miedo y el desánimo, las consecuencias de la muerte de Nasralá son extensas e intensas en cualquier dirección. El mismo viernes del ataque, la agencia de calificación crediticia Moody’s rebajó el nivel de la deuda de Israel a Baa1 —solo dos grados por encima del, digamos, suspenso— y su perspectiva de calificación es «negativa». Los taxis que van de Damasco a Beirut han triplicado su tarifa y un viaje cuesta ahora 150 dólares. Decenas de miles de refugiados de la guerra de Siria bajo el amparo de Hezbolá están regresando a ese país. Los hospitales libaneses, que ya no podían adquirir ni lo más básico debido a la crisis financiera —tienen que pagar a la vista, cash—, lo tienen peor tras la escalada militar israelí: apenas quedan suministros para dos semanas. Así todo.

Está por ver si, tras la degradación sufrida, Hizbulá pierde peso en las zonas que controla y si declina su influencia en la política libanesa. Hoy, este partido militar ejerce un poder significativo: sus banderas amarillas señorean gran parte de las áreas de mayoría chiíta del Líbano, incluidas amplias zonas de Beirut, el sur del Líbano y la región oriental del valle de la Bekaa. También controla de hecho la frontera con Siria y usa el puerto de Beirut para transportar drogas, armas y material explosivo dentro y fuera del Líbano, sin supervisión ni intervención estatal.

Probablemente, podría apoderarse del Estado libanés por la fuerza, pero siempre ha considerado más eficaz ejercer el poder manejando las débiles instituciones sin asumir muchas responsabilidades oficiales. Entre los chiíes —el 32% de país— ha sido la fuerza dominante, pero también suma el apoyo de otros libaneses, que perciben a Hezbolá como la única fuerza que ofrece oposición efectiva a las incursiones israelíes, que no gustan a casi nadie, sea cual sea su color religioso o político.

La razón de ser de la organización es exactamente esa: oponerse violentamente a Israel («la entidad sionista», como la llamaba Nasralá) y a las potencias occidentales que operan en Oriente Medio y más allá. El grupo ha sido acusado de actos terroristas contra objetivos israelíes y judíos en el extranjero y hay pruebas de sus operaciones en África, América y Asia. Actúa también como representante de Irán, su patrocinador.

No solo la estructura política frágil y defectuosa del Líbano ha permitido a Hezbolá ejercer su poder. También su habilidad para esconderse y actuar a través de terceros. Suele obtener menos de 15 de los 128 escaños del parlamento, pero lo domina manejando a sus aliados. En las elecciones de 2018, por ejemplo, obtuvo 13 escaños. Con sus aliados sumaba 72.

Descontento sin precedentes

En 2022 se acabó la suerte: Hezbolá mantuvo sus 13 puestos, pero los aliados cayeron y perdió la mayoría a causa de un descontento sin precedentes. Buena parte de la población no chiíta (el 68%, dividido por mitades entre musulmanes suníes y cristianos) les acusa de ser el principal responsable de la gravísima crisis política y económica del país. Desde las elecciones de 2022, Hezbolá y sus aliados bloquean la elección de presidente de la república, que corresponde a un cristiano, según la constitución.

Matar a Nasralá era el objetivo principal de Israel desde el pasado 8 de octubre, un día después de los ataques de Hamás contra el sur de Israel, que se cobraron 1.200 muertos y desencadenaron la actual guerra en Gaza, en la que han muerto unos 35.000 palestinos, según el ministerio de Sanidad de Hamás.

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