‘Erasmus babies’: los hijos de la integración europea nos interpelan

La primera generación de europeos transnacionales ya es adulta: ¿son caso de éxito o mera excepción histórica?

El término ‘Erasmus baby’ fue acuñado por la Unión Europea hace poco más de dos años, en el marco de la celebración, el 20 de enero de 2022, del 35 aniversario del programa Erasmus+, una iniciativa de intercambio y movilidad de la que se han beneficiado más de 12 millones de ciudadanos europeos.

Tras empezar en el año 1987 como Erasmus (un programa de movilidad exclusivamente universitario), en 1995 se le añaden los programas Leonardo da Vinci para la formación profesional y Comenius para la educación infantil, primaria y secundaria. En 2014, todos los programas europeos de intercambio y movilidad en educación, formación, juventud y deporte se reúnen en el actual Erasmus+.

En este contexto, la Unión Europea calculaba, en 2022, que había más de un millón de ciudadanos europeos cuyos progenitores se habían conocido en el marco de este programa de intercambio. Unos ‘Erasmus babies’ que, con padres y madres originarios de distintos estados miembros de la Unión, son hoy la realidad más cercana al ideal de ciudadanía europea que imaginaron los impulsores de este ambicioso proyecto compartido. Bastantes de ellos, ya adultos, acuden a votar ahora con una pregunta que nos interpela a todos: ¿quiénes son ellos para nosotros?

Junto al euro, el programa Erasmus+ ha sido un pilar en la construcción de una identidad europea post nacional de derechos, libertades, respeto a la diversidad y a las minorías, que ha buscado superar un modelo de Estado-nación que llevó a dos guerras mundiales en el siglo XX y que hoy, nuevamente, vemos reproducirse en el corazón de Europa, con una invasión militar rusa de Ucrania plagada de nacionalismo.

El proyecto de construcción de una ciudadanía europea post nacional es la propuesta de la Generación Silenciosa (los hijos de la guerra y los padres de los Baby Boomers) para evitar esas rimas de la Historia que ahora asoman. Es, en esencia, un proyecto de demolición del Estado-nación. ‘Más Europa’ significa a la vez ‘menos Francia’, ‘menos Alemania’, ‘menos España’. Con el Tratado de Roma para una Constitución Europea (firmado en 2004) sin ratificar, tras el ‘no’ de Francia y Países Bajos en sendos referéndums estatales celebrados en 2005, ese camino hacia la unión política y unos futuros Estados Unidos de Europa quedó congelado. Aunque el tren ya estaba en marcha, y no descarriló.

Ese millón de ‘Erasmus babies’ y sus respectivos progenitores no están solos en su condición de europeos post nacionales. A ellos se le añade un número sin determinar de ciudadanos que, gracias al espacio Schengen de libre circulación de personas y mercancías (iniciado en 1985 y aplicado hoy en 25 de los 27 estados miembros de la UE), viven, trabajan y ejercen plenamente sus derechos en cualquier rincón de la UE.

Con ellos, una mayoría (todavía) de europeístas que cree que dar marcha atrás en la integración europea (como plantean hoy diversas propuestas reaccionarias) nos empobrece y abre las puertas a repetir los horrores del pasado.

En estas elecciones se decide, también, qué mensaje damos a esos ‘Erasmus babies’. ¿Son un ejemplo de éxito a seguir o les decimos que fueron un error, una nota a pie de página en la Historia?

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