El preocupante auge de los partidos ultras y xenófobos en Tarragona
La extrema derecha ocupará 13 escaños en el Parlament, con los 11 de Vox y los dos de Aliança Catalana, dos formaciones en las antípodas en términos identitarios pero que confluyen en su discurso de odio hacia el inmigrante
A pesar de la victoria del PSC de Salvador Illa, el análisis de los resultados de las elecciones del domingo en Catalunya deja ver un escoramiento hacia la derecha por parte del electorado, pues a los batacazos de Esquerra, los Comunes y la CUP se suman el crecimiento de Junts, la multiplicación por cinco de los escaños del PP, el aguante de Vox y la irrupción en el Parlament de Aliança Catalana, un fenómeno este que merece una profunda reflexión.
Hace tres años, en los comicios de 2021, la sociedad catalana, que se creía vacunada contra la extrema derecha, sufrió un shock cuando Vox logró entrar en el Parlament con nada menos que 11 escaños. Aquello se vio entonces como una respuesta radicalizada al procés de una parte de los votantes que, bajo el principio acción-reacción, apostaban por el extremismo ante la amenaza del separatismo. De hecho, Vox se llevó por delante al PP, que se quedó con tres escaños, y a Ciutadans, que pasó de ser la fuerza mas votada en 2017, con 36 parlamentarios, a solo seis.
Los buenos datos cosechados el domingo por el PP indican que los populares han recuperado buena parte del voto antinacionalista, pero la realidad es que eso no ha hecho mella en el electorado de Vox, que incluso creció en número de apoyos. Esto supone un gran éxito para la ultraderecha, que, después de no lograr presencia en el parlamento gallego ni crecer en el País Vasco, donde tiene un solo diputado, ha encontrado en Catalunya un terreno propicio para sus tesis populistas.
Esto, unido a la irrupción en el Parlament de una segunda fuerza de extrema derecha, Aliança Catalana, es un síntoma preocupante al que merece la pena prestar mucha atención. Si bien ambos partidos, Vox y Aliança Catalana, se sitúan en las antípodas en el ámbito identitario –Vox propugna la unidad de España a muerte y el partido de Sílvia Orriols es independentista–, ambos beben de la misma fuente, la agitación xenófoba y el discurso de odio hacia los inmigrantes, a los que culpan de la inseguridad y de prácticamente todos los males que padece la sociedad catalana.
Uno de cada diez votos
Se trata de un discurso simplista no exento de bulos y fake news y con grandes dosis de populismo que sin embargo ha calado con fuerza en una buena parte del electorado. Así lo demuestran los datos, que dicen que uno de cada diez catalanes apoya a estas formaciones racistas: Vox obtuvo el domingo el 7,96% de los sufragios en Catalunya, un porcentaje que se eleva al 10,12% en la demarcación de Tarragona. Y Aliança Catalana alcanzó el 3,78% en Catalunya y el 3,51% en Tarragona. O sea, que un 13,63% de los tarraconenses dieron su voto a una formación xenófoba.
En las zonas más deprimidas
Claro que este voto no es homogéneo, sino que se concentra de forma alarmante en las zonas más deprimidas y con mayor cifra de inmigrantes tanto de Catalunya como de Tarragona, lo que pone de manifiesto que las políticas de integración –en el caso de que las haya– no han funcionado ni cumplido su objetivo de contribuir a una mejor convivencia. De hecho, el auge de estas formaciones en determinadas zonas de nuestra geografía tiene mucho que ver con el sentimiento de abandono del que se quejan no pocos vecinos de los barrios más pobres y problemáticos. Así lo confiesa Alberto, un vecino de mediana edad de Bonavista que antes votaba socialista y que ahora ha entregado su papeleta a Vox: «No comparto muchas de las cosas que llevan en su programa, pero dicen cosas que aquí son el pan nuestro de cada día y tenemos la sensación de que lo que aquí pasa no le importa a ningún otro partido. Nos sentimos muy abandonados por los partidos tradicionales».
«Es cierto –interviene otro parroquiano que no votó–, las instituciones han desaparecido de aquí, donde a veces la vida transcurre en la más absoluta informalidad, muchas veces al margen de la ley. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando. Es por ello que estos partidos xenófobos y populistas encuentran en este ambiente un caldo de cultivo ideal para que sus ideas calen, aunque son muy peligrosas para la convivencia pacífica».
La gravedad del problema interpela al conjunto de la sociedad y de manera especial a todos los partidos. Se impone una reflexión sobre las concesiones que se hacen al peligroso discurso antiinmigración, que solo sirven para abonar el extremismo, una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento.