Dos años de un asesinato: Mahsa Amini muere cada día
Tenía 22 años. Su muerte a manos de la Policía Moral iraní desató una revuelta que corre el riesgo del olvido
El 14 de septiembre de 2022, Mahsa Amini visitaba, con su hermano Kiaresh, a sus parientes en Teherán. En el metro, Mahsa fue arrestada por la Policía Moral. Dijeron que llevaba el velo mal puesto: exponía demasiado cuello y cabello. La golpearon y la encerraron en un furgón, según testigos. A Kiaresh le dijeron que se la llevaban a la comisaría de Vozara para recibir formación sobre el código indumentario islámico vigente. El chico protestó. Los policías le apalearon.
Pasadas unas horas, Mahsa ingresó en coma, bajo custodia, en el Hospital Kasra. Dos días después, murió. Tenía 22 años.
Este 16 de septiembre se conmemora el segundo aniversario de esa muerte (o asesinato). Mahsa Amini es el nombre más conocido de la larga lista de personas que han perdido la vida a causa de la brutal represión.
Armita Garavand. Zahra Kazemi. Sattar Beheshti. Haleh Sahabi. Estos nombres -y más- no son tan conocidos. Son repeticiones del caso Amini y ni los medios ni, seguramente, la gente, quieren más. Siempre igual. Es aburrido. Sus casos se pierden en el marasmo de otras noticias, chismes y el ruido mediático que ganan, o roban, la atención de los medios y de la gente, mientras la dictadura de clérigos chiís mantiene a Irán cerrado, aislado, reprimido.
El silencio, la indiferencia o la cobertura intermitente del periodismo es buen aliado de los totalitarios. Más de 500 personas han muerto desde septiembre de 2022, víctimas de la represión, según Amnistía Internacional. Otras 22.000 han sido detenidas, entre ellas muchas mujeres y 41 menores. Otras han sido y son sometidas a torturas y juicios arbitrarios. Se habla poco de ellos.
En entrevistas con prisioneras, publicadas en White Torture, la activista Narges Mohammadi, detenida por primera vez en 1998, documenta el método cruel de la dictadura islámica para controlar a quienes la desafían: prisión sin juicio, aislamiento, privación sensorial extrema, abuso sexual.
Algunos médicos cómplices dirigen las torturas. Encadenan a las mujeres, les inyectan drogas y manipulan sus enfermedades y sus tratamientos para controlarlas bárbaramente. El resultado es que se desorientan, se desestabilizan, se vuelven desconfiadas. Despersonalizadas, son manipulables, sumisas, poco conflictivas.
No importa. Las mujeres de Irán han estado en primera línea de la lucha por la igualdad desde la campaña del millón de firmas de 2006 hasta las revueltas feministas de 2022, a raíz de la muerte (o asesinato) de Mahsa.
El movimiento por los derechos civiles en Irán es frágil y está bajo ataque permanente. Pero existe. La resistencia es todavía palpable. Su lema es «Mujer, vida, libertad». Reparten folletos. Movilizan activistas. Desobedecen. Son una fuerza, un frente contra la impunidad de los mandatarios chiíes.
«Pese a que las protestas se han reducido, la incesante rebeldía de mujeres y niñas es un recordatorio constante que aun viven en un sistema que las relega a ciudadanas de segunda clase», ha dicho la comisión de investigación de la ONU para Irán.
La reacción de protesta —especialmente en las ciudades y entre los jóvenes— a raíz de la muerte (o asesinato) de Mahsa Amini provoca ansiedad al régimen. Lógico. La revuelta es también consecuencia de la educación y de la incorporación de la mujer al mercado laboral. Una muestra: un tercio de los médicos de Irán son mujeres. Las expectativas de esta generación de iraníes han cambiado y cada vez más mujeres desafían al gobierno con los cabellos al aire.
La respuesta del régimen ha sido más represión. En septiembre de 2023 propuso la Ley de castidad y del velo, que intensifica los castigos contra las mujeres y niñas acusadas de llevar el velo mal puesto.
Aunque todavía no ha sido aprobada por el Consejo de los Guardianes -el organismo que vela por la constitución y el derecho islámico, por encima del mismo parlamento-, las fuerzas de seguridad ya la aplican a las mujeres que van descubiertas en público: las arrestan violentamente, las multan, se incautan de su coche y les niegan el acceso a servicios públicos y privados esenciales, como bancos y mercados. Las empresas y organizaciones que han permitido a las mujeres llevar el cabello a la vista han sido sancionadas o cerradas, según el Centro para los Derechos Humanos en Irán.
¿Por qué Amini inquieta tanto al régimen? Porque una sola persona encarna el desafío a sus obsesiones: chiísmo, machismo, nacionalismo persa.
Mahsa era suní, mujer, kurda. Tres voltes rebel de nacimiento, como dice el poema.
El historiador estadounidense nacido en Irán Abbas Amanat, catedrático en la Universidad Yale, detalla en Iran: A Modern History, la manía de la república islámica por controlar el cuerpo femenino. El velo no es solo un pañuelo que cubre el cabello, sino «un deber religioso sobre el que se irguió la base de la revolución islamista” de 1979, encabezada por el ayatolá chií Ruholá Jomeiní. Sin velo, las mujeres «van desnudas», dijo. La Policía Moral, añade Amanat, es la «patrulla de la venganza de Dios». Quitarse el velo, resistir la obligación de cubrirse la cabeza, no es una pataleta, sino un atentado a los fundamentos de la dictadura islamista. Desafiar el uso del velo es desafiar al régimen.
Un factor crítico en la estrategia del régimen para proyectar y proteger su poder es la capacidad de mostrar el consentimiento público masivo a su gobierno. Los medios publican imágenes de manifestaciones progubernamentales creyendo que estas representaciones, emitidas en todo el país, son prueba de que la gente abraza el sistema. Las protestas desencadenadas por la muerte de Mahsa derribaron esta máscara. Las mujeres sin velo, las que publican vídeos as’i en Instagram... son la demostración de la mentira. Estos actos individuales y simbólicos se suman a las manifestaciones en el mayor espectáculo de disidencia pública desde 1979.
El régimen solo sobrevive. Los clérigos de línea dura vuelven a controlar el poder desde que Donald Trump se retiró del acuerdo nuclear con Irán en 2018, lo que dejó como incompetentes a los reformistas que dominaban gobierno y parlamento. El presidente de la época, Hassan Rouhani, «ofreció altísimas expectativas: resolver la cuestión nuclear pondría todo en orden. Lo gestionaron muy mal», explica Dina Esfandiary, analista iraní del King’s College.
Escribió el poeta persa Rumí: «Amantes de Dios, a veces se abre una puerta y un ser humano se convierte en un camino para que la gracia pase». Ese camino se llama Mahsa Amini.