Una de las consecuencias de la pandemia ha sido que la gente en masa se ha volcado hacia la montaña generando imágenes de saturación de determinados lugares que han llegado a ser portada de los medios de comunicación.
La creciente presión hacia el medio natural no es nueva. Se podría decir que en la última década ha ido creciendo como consecuencia de un mayor interés por el ejercicio físico y los hábitos saludables. No sólo el senderismo se ha popularizado, también el incremento de actividades deportivas de toda índole: el running, la escalada, el barranquismo y diversas actividades que combinan el ocio y los retos personales.
Esta situación de presión sobre los espacios naturales nunca se había dado con tanta intensidad como a partir del pasado mayo cuando, a los habituales de estas prácticas, se han sumado aquellas personas que han encontrado en la montaña el lugar saludable en tiempos de pandemia. Quizás esta actitud nos conecta con el excursionismo clásico que respondía a una preocupación higienista, deportiva, cultural e intelectual en la que el contacto con la naturaleza y el paisaje forma parte de una educación integral.
Pero precisamente la falta de educación o mejor dicho de conocimiento sobre el entorno que se visita ha generado conflictos que van más allá de las valoraciones, hasta cierto punto estéticas, de mucha o poca gente.
Es cierto que jamás ha habido tanta gente en el mundo y viviendo en las ciudades como ahora y que esta desconexión del medio natural no ha sido sólo física. Ha sido esencialmente de conocimiento. No sólo se desconocen los impactos que la presión humana ejerce sobre el entorno, se desconoce también, el medio social que lo sustenta.
En las montañas persiste la actividad del sector primario, existen propiedades privadas de libre acceso, cabe diferenciar los caminos públicos de los privados, es depositaria de valores simbólicos muy importantes, la montaña nos permite estar cerca del cielo y, por lo tanto, la tranquilidad y el sosiego pueden ser valores tan esenciales como los patrimoniales, los naturales o los etnológicos. Su desconocimiento crea conflictos innecesarios.
Esta presión sobre los espacios naturales nunca se había dado con tanta intensidadLa naturaleza tiene claros beneficios sobre la salud y el bienestar, pero también debe crear bienestar entre la población y el medio natural receptivo. El incremento de visitas puede ser un incentivo importante para los negocios de estas zonas, generar nuevos empleos e incluso frenar la despoblación.
Por lo tanto, que la gente vuelva la mirada, aunque sea de forma masiva, a la montaña, es una oportunidad que se deberá acompañar de un conjunto de actuaciones para poder aprovecharla: un plan de choque que contemple la limitación de acceso a determinadas áreas; la creación y dimensionamiento de infraestructuras de acogida; un plan de diversificación de los lugares de visita para descongestionar los de mayor presión; la gestión adecuada de los residuos que implique a los visitantes, y, sobre todo, una mayor inversión en educación.
Los espacios receptores son espacios frágiles, de aquí su belleza y su atractivo. Algunos como el Parque Natural de Montsant intentan, mediante la Carta Europea de Turismo Sostenible, regular las actividades turísticas. Sin embargo, se trata de un camino que requiere de la complicidad de la sociedad y de referentes que den ejemplo, así como de la inversión pública necesaria, ya que se trata de un bien común al que no pueden responder de manera efectiva las comunidades receptoras, para que se logren avances realmente notorios en beneficio del conjunto de la sociedad.
El acceso al medio natural ordenado y educado es un bien común y puede contribuir al reequilibrio territorial, a la mejora de las economías rurales y al bienestar de la población en general. No podemos perder esta oportunidad.