La cultura financiera brilla por su ausencia

La Gran Reclusión y la necesidad de tirar de ahorros para aguantar las caídas de ingresos de los ERTE evidencian la falta de planificación de muchas familias

15 junio 2020 13:51 | Actualizado a 15 junio 2020 14:17
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Un 36% de los españoles asegura haber consumido todos sus ahorros en apenas un mes de confinamiento, según un reciente estudio publicado por Open Evidence -una spin-off de la UOC- y titulado Estudio longitudinal sobre los efectos del Covid 19 y el confinamiento en Italia, España y Reino Unido.

Los motivos que hay detrás de una señal tan llamativa son diversos, pero podrían resumirse en dos. Por un lado está la precarización del mercado laboral y la incapacidad material para hacer algo más allá que ‘vivir al día’. Por el otro, una de las grandes asignaturas pendientes en nuestra sociedad: una muy baja cultura financiera, cuando no directamente analfabetismo.

Un estudio de la UOC revela que un 36% de los españoles gastó todos sus ahorros en apenas un mes de reclusión

La Gran Reclusión ha puesto de manifiesto estas carencias, cuando muchas economías familiares en situación de ERTE y reducción de ingresos, a la espera de unos pagos por parte del Servicio Público de Empleo (SEPE) que no llegaban, han tenido que echar mano de unos ahorros que no eran precisamente abultados.

Descontados los ciudadanos con situaciones laborales (y, en consecuencia, financieras) precarias, ¿qué sucede para que esa ‘clase media’ que sí que cuenta con ingresos suficientes con los que plantearse viajes en vacaciones y compras de coches nuevos en el concesionario, no tengan ahorros para aguantar dos o tres meses sin ingresar nada?

Elisabet Ruiz-Dotras, profesora de los estudios de Economia i Empresa de la UOC, tiene una explicación: «La gente tiene un ‘colchón’ de ahorros para un mes, e incluso menos; vive muy al día, y lo hace porque somos la sociedad de la inmediatez, donde se está dispuesto a pagar un precio más alto por tener algo ya mismo, haciendo que perdamos la consciencia de lo que pagamos y compramos».

«No hay educación financiera, y eso es lo que nos lleva a que no haya ningún tipo de ahorro» (Elisabet Ruiz-Dotras, UOC)

«Al final -prosigue esta profesora de la UOC- ni saben cuánto compran ni cuánto gastan. Y, cuando a final de mes no tienen para pagar los gastos, van al banco a pedir crédito. Esto es algo que no debería ser así, pero lo es porque no hay educación financiera».

En este punto, Ruiz-Dotras se muestra crítica con la Administración Pública: «Nos enseñan a tener una dieta equilibrada, pero no a cómo utilizar el dinero. No hay educación financiera, y eso es lo que nos lleva a que no haya ningún tipo de ahorro, porque no hay nada que lo incentive».

«Tampoco hay cultura en inversión -prosigue-, y hay muchísimas personas que desconocen que no pueden destinar más de un 30% o 40% de sus ingresos a vivienda. ¿Por qué destinan más del 50% si la vivienda tampoco es una inversión o, en todo caso, lo será cuando la alquiles? Pues porque no nos lo han enseñado».

  • Ahorro mensual: Ahorrar un 20% de lo que se ingresa es una meta ‘aspiracional’. En un mundo perfecto, ese sería el porcentaje óptimo. Un nivel de ahorro de entre el 10% y el 20% de lo que se ingresa, sin embargo, es más que saludable. Pero… ¿qué entendemos por ahorro? Mientras ese dinero no se gaste, es ahorro. Tanto si se guarda en una cuenta corriente como si se mete en un fondo de inversión.
  • Autonomía financiera: La autonomía financiera es el tiempo que uno puede pasarse manteniendo el mismo nivel de gasto que tiene hoy, pero sin recibir ningún ingreso. Es ese ‘colchón de seguridad’ en forma de ahorros. El objetivo ‘óptimo’ se situaría en los seis meses. Medio año tirando de ahorros, planes de pensiones... Hoy por hoy, sin embargo, una horquilla prudente estaría entre los tres y los seis meses.
  • Vivienda: El esfuerzo económico destinado a la vivienda es, sin duda, uno de los que más recursos financieros consume. Hay quien asegura que la inversión en una vivienda habitual en propiedad es la principal forma de ahorro de los españoles. Según los expertos, es esfuerzo debería estar en un 33% de los ingresos, aunque mantenerse por debajo del 40% estaría también dentro de los límites ‘saludables’.
  • Endeudamiento: Tarjetas de crédito, cuotas de créditos al consumo... Cuanta menos deuda, mejor. La línea roja estaría entre un 30% y un 35% de los ingresos, aunque algunos profesionales de las finanzas la sitúan bastante más abajo. En todo caso, fundir la tarjeta de crédito cada mes no es la mejor idea si se quiere mantener una economía personal mínimamente saludable.  
«Insisto: sabemos por ejemplo cómo comer y, en mayor o menor medida, cómo cocinar. Pero la educación financiera no está en ninguna parte, y no parece que haya ningún interés en que las personas sepan gestionar su dinero. No interesa que la gente sepa qué es una TAE. ¡La mayoría de la gente no sabe lo que es el precio del dinero!», añade Elisabet Ruiz-Dotras.

«¿Cómo nos pasa esto? ¿Tú comprarías por 3.000 euros un teléfono que puedes comprar por 500 euros? Eso es lo que haces cuando lo compras a crédito. Y sucede porque hay analfabetismo: las familias no prorratean los gastos que llegan una vez al año a lo largo de todo el año, no ahorran durante todo el año para los regalos de Navidad... Esta ignorancia financiera, junto a una tecnología de consumo inmediato, es un cóctel explosivo», concluye esta profesora.

  1. El balance: Saber elaborar y leer un balance no es algo tan evidente. Forma parte de la alfabetización financiera básica, pero a menudo suele asociarse al mundo de la empresa y de la banca. Nada más lejos de la realidad. El balance es una herramienta muy útil para las finanzas familiares y personales. De un vistazo, permite saber en qué situación nos encontramos, para empezar a poner remedio cuando tengamos las cosas claras. ¿En qué consiste? La resta de activos y pasivos nos dará nuestro patrimonio neto. Es decir, nuestra riqueza familiar o personal. Entre los activos distinguimos dos tipos: los fijos y los circulantes. O, lo que es lo mismo, los bienes a largo plazo y los que tenemos a corto plazo. Como ejemplos de activos fijos (largo plazo) podemos listar nuestra vivienda en propiedad, un coche, un terreno o un fondo de inversión. En el capítulo de activos circulantes (a corto plazo) entraría todo aquello con una ‘caducidad’ temporal más próxima, tal como ropa, electrodomésticos... Sin duda tienen un valor, pero en algún momento pueden ser sustituidos. Se trata, sin embargo, de unas indicaciones generales: un automóvil también pierde valor a medida que transcurren los años, aunque puede volver a ganarlo cuando pasa a ser un vehículo de coleccionista. A todos estos activos tendremos que restarles nuestros pasivos. Es decir, la cifra global de lo que debemos. La hipoteca que nos queda por pagar, el crédito del coche... De restar estos pasivos a nuestros activos nos saldrá nuestro patrimonio neto. Es decir, nuestra riqueza. Que nos puede llegar a dar una cifra negativa.
  2. Pérdidas y ganancias: La cuenta de pérdidas y ganancias es la segunda gran herramienta que nos servirá para tomar el pulso a nuestra salud financiera. Es el resultado de sumar nuestros ingresos y restarle a ellos nuestros gastos. Si la cifra nos sale positiva, tendremos beneficios. Si sale negativa, tendremos pérdidas. Tan sencillo y tan difícil de controlar en demasiadas ocasiones. Un resultado positivo podrá leerse también como nuestra capacidad de ahorro. Un resultado negativo nos llevará, irremediablemente, a tener que echar mano del endeudamiento para poder cubrir el déficit de ingresos respecto a nuestros gastos o, en lugar de eso, a desprendernos de parte de nuestro patrimonio para lograr esos ingresos que nos hacen falta para cubrir esas pérdidas. Lo cual, en cualquiera de las opciones que tomemos, nos lleva a perder patrimonio neto. Es decir, a empobrecernos.
Más emocionales e impulsivos
Las perspectivas que se abren con la crisis de la Covid-19 no ayudan a cambiar esta realidad. Francisco Lupiáñez, investigador y cofundador de Open Evidence, la spin-off de la UOC que ha elaborado el estudio que pone de manifiesto que más de un tercio de los españoles consumieron todos sus ahorros en apenas un mes de estado de alarma, explica que «el confinamiento ha hecho que la gente redujese su capacidad cognitiva, y eso tiene consecuencias brutales en la toma de decisiones, con un mayor riesgo de tomar decisiones más emocionales e impulsivas».

«A corto y medio plazo -prosigue Lupiáñez-, el ahorro se puede ver afectado. Esto, ligado a las expectativas tan malas que se tienen sobre el 2020 [en su informe, un 92% de los españoles teme una depresión económica y un 63% espera que el año 2021 sea peor que el 2020], tendrá efectos sobre las pautas de consumo y ahorro, al menos a corto plazo».

«Habrá decisiones más emocionales, con lo cual ahorro como un loco o consumo como un loco» (Francisco Lupiáñez, Open Evidence)

¿Significa eso que nos pondremos todos a ahorrar como si no hubiera un mañana? No necesariamente. «Las personas somos muy malas en la previsión. Si todo esto tiene un impacto en la capacidad de tomar decisiones financieras más racionales, me temo que será al contrario: habrá decisiones más emocionales, con lo cual o ahorro como un loco o consumo como un loco. Todo lo relacionado con la economía del comportamiento adquirirá mucha relevancia».

De nuevo la alfabetización financiera es la clave aquí para tratar de reconducir estas tendencias. «La gente -explica Elisabet Ruiz-Dotras, de la UOC- siempre busca la culpa fuera: culpa del virus, de la empresa que ha hecho un ERTE... la gente no aprende. De la crisis de 2008 teníamos que haber aprendido que se tenía que ahorrar. La mayoría de las familias no aprendió nada: entonces culparon a los bancos y ahora culpan al virus; no reconocerán que estaban planificando muy mal los gastos. Si hubiesen aprendido, tendrían dinero ahorrado. La realidad demuestra que en 2008 no aprendieron nada».

«Siempre hay gente que aprende -prosigue-, pero la tendencia suele ser siempre culpar al exterior. Y esto está relacionado con que no hay una educación financiera que te permita tomar consciencia de ello. La educación financiera ha de empezar en casa. Si los padres se gastan todo el dinero y cada día piden un crédito, los hijos verán que eso es lo más normal del mundo».

«Es lo mismo que pasa con la comida. En la manera en que los padres se relacionen con el dinero, eso se trasladará a los hijos. Pero eso es algo que debe continuar en las escuelas. El problema -concluye- es que los profesores que dan esta educación financiera no están preparados: ellos mismos tienen niveles de educación financiera muy bajos, y así difícilmente entenderán bien lo que tienen que explicar».

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