Josep Oliver, catedrático emérito de Economía Aplicada de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), estuvo esta semana en Tarragona para presentar los datos locales del Anuari Econòmic Comarcal 2023 de BBVA, del cual es director desde sus inicios. Algunos titulares de la fotografía de 2022 que muestra este informe: el Valor Añadido Bruto (VAB) del Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre aumentó el año pasado un 5,4% y un 4,2%, respectivamente, aunque sin recuperar los niveles prepandemia. Por sectores, los servicios crecieron un 7,9%, seguidos por la construcción (+5,6%), pero hubo retrocesos en la industria (-2%) y el sector primario (-13,9%).
Cae el Valor Añadido Bruto (VAB) de la industria. ¿Qué ha pasado?
Este retroceso se explica por el fortísimo crecimiento de los inputs en 2022 y por la compresión del valor añadido. Pero, mirando en perspectiva la industria, se está abriendo un horizonte más importante de lo que se esperaba.
¿En qué sentido?
La Covid-19 y la guerra de Ucrania han hecho renacer la idea de que los países occidentales han de tener un tejido industrial propio, porque no estaban preparados para la rotura de la cadena de valor que se produjo. Eso, sumado a la guerra tecnológica entre China y EEUU, da como resultado un cambio sobre el hecho de que el Estado intervenga en la Economía, que hasta entonces en Europa se veía como algo condenable, y ahora se ve como una obligación de los gobiernos. Por primera vez en los últimos 30 años, los gobiernos están interviniendo en la Economía como no se había visto.
Fondos Next Generation en Europa, PERTE en España, IRA en EEUU... ¿Es eso?
Sí. Y en este contexto de nacionalismo económico reconsiderado, la economía catalana tiene capacidad de mejora.
¿Y está dando los pasos adecuados, en el ámbito industrial?
Hasta el año 2010, el problema en Catalunya eran las deslocalizaciones. Que si Seat se iba, que si Nissan... Ahora, esto ha virado: el tono intelectual ha cambiado y ahora todo el mundo habla de política industrial. Por aquí, el horizonte industrial es más brillante y favorable que hace diez años.
Pero no todas las políticas industriales son iguales. Nuestra industria petroquímica, por ejemplo, lamenta que la descarbonización en Europa sea para evitar sanciones, mientras que en EEUU se premie con dinero...
La Inflation Reduction Act (IRA) de EEUU, a la que usted aludía, ha puesto sobre la mesa 350.000 millones de dólares en ayudas, y eso le está costando un choque a la UE. Pero si miras los Next Generation EU y los PERTE (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica), ves que el problema aquí en Europa es qué pasa con los mercados interiores.
¿A qué se refiere?
A que ese proyecto europeo de lograr un mercado homogéneo, los EEUU ya lo tienen de origen. Pero si analizas al detalle los PERTE, hay algunas intervenciones serias, de calado. Antes de la Covid, esto era impensable. Y si bien es cierto que en la Unión Europea estamos en un mercado único con países diferentes, y las ayudas de Estado las hacen los estados, el tono general y las intervenciones concretas de los PERTE son positivos, estamos hablando de relocalizaciones. Podemos discutir que la gigafactoría de baterías eléctricas pueda estar en Sagunt, en la Franja de Ponent o en el Baix Llobregat, pero es indiscutible que está aquí, y eso significa que hemos hecho un viraje muy importante respecto a los años ochenta, cuando el entonces ministro de Industria, Carlos Solchaga, decía que «la mejor política industrial es la que no existe». Ha habido un cambio estructural, y ahora viene una situación favorable.
«Por primera vez en los últimos 30 años, los gobiernos están interviniendo en la Economía como no se había visto»
Hablemos de política industrial, pues. ¿Hacia dónde deberíamos ir?
¿Qué queda por hacer? Infraestructuras, pero sobre todo capital humano. Partiendo de que, si en Catalunya hemos de recuperar tejido industrial con fuerza, eso tendrá que darse en el eje entre el Camp de Tarragona y el área metropolitana de Barcelona, tenemos carencias en capital humano. Por ejemplo, faltan ingenieros industriales para la próxima década. Hace 25 años, la ocupación industrial en Catalunya era casi del 30%, lo cual nos situaba entre las principales regiones industriales de Europa. Pero, de ser líderes pasamos a estar en la cola, con una ocupación industrial de un 13% o 14% en 2015. Una pérdida de peso de la industria en ocupación y valor añadido espectacular.
¿Pero remontamos?
Estábamos en proceso de recuperación, pero con la Covid eso cae. Ahora esto está cambiando de nuevo, y hemos de seguir recuperando peso industrial. En términos de valor añadido, ahora estaremos en un 18% o 19%, pero hay que ir hacia un 25% o incluso 30%, como está por ejemplo Baviera. Y, en este contexto, el área metropolitana de Barcelona y el Camp de Tarragona es el lugar natural.
Y eso, en plena transición energética. ¿Cómo se hace sin grandes instalaciones de generación renovable, ni centrales nucleares, ni conexión eléctrica de alta tensión desde Aragón?
Con la conexión eléctrica con Aragón, lo que estamos haciendo [obstaculizando esa conexión] es una locura, porque no querer molinos y a la vez no querer línea de alta tensión es pegarte un tiro. Hay que fomentar la conexión. Pero déjeme decir, también, que soy un poco escéptico sobre la rapidez del proceso de descarbonización en Europa.
¿Qué le lleva a pensar eso?
Lo estamos viendo en Alemania, que ha cerrado las nucleares pero está quemando carbón a mansalva, y que ha conseguido que la Comisión Europea acepte que si un motor de explosión puede funcionar con biodiésel, no se pueda prohibir. Después de una primera fase de optimismo desbordante sobre la producción de energías verdes, el tono general en Europa ahora es «cuidado». Todo el mundo está empezando a posicionarse de forma más seria, porque los costes se han de internalizar. Mi percepción es que el proceso de descarbonización será mucho más lento de lo que se había imaginado. Entre otras cosas, porque tiene implicaciones laborales muy grandes.
También la Inteligencia Artificial generativa está teniendo estas implicaciones laborales. ¿Qué piensa que llega?
La cuestión principal es cuántos trabajos de calidad quedarán afectados con la IA generativa, y el choque de la IA en Occidente yo lo veo terriblemente peligroso.
¿Por qué?
Si a un médico lo puedes sustituir por una máquina en un primer diagnóstico, lo acabarás haciendo, porque es un tema de costes. ¿Qué trabajo no puede ser algorimizable ahora? Esto afecta por primera vez a las capas medias.
La Historia nos ha mostrado que todo salto tecnológico que destruye empleos implica la creación de otros nuevos. Pero hay quien duda de que esta vez vaya a ser así. ¿Coincide con esa visión?
La cuestión ahora no es si se generarán más o menos puestos de trabajo, sino la calidad de los que se destruyen en comparación con los que se crean. En América, en los últimos diez años, un 55% de los nuevos puestos de trabajo son en servicios de muy poco valor. Para mí, la discusión es si los puestos de trabajo que se están creando sustituyen en términos de capacidad de compra a los que se están destruyendo. Y la respuesta es que no. En los años ochenta, con la robotización industrial, estabas suprimiendo puestos de trabajo industriales de bajo valor, pero creabas otros terciarios de alto valor. Eso ahora no es así, y lo que intuyo que pasará es que habrá una revolución social muy importante.
¿Veremos ludismo? Ya se han visto ataques a taxis autónomos y robots de reparto en EEUU...
Es lo que habrá, sí. Veremos luditas.
La respuesta de estas empresas tecnológicas es proponer una renta universal, por el simple hecho de ser humanos con una inteligencia natural. ¿Es viable?
Es wishful thinking. Las personas son felices no solo por lo que ingresan, sino por su consideración social. La renta absoluta no importa, sino lo que gana respecto al vecino. Además, antes de distribuir has de generar. Toda nuestra sociedad ha de entender que, en este contexto, o eres muy bueno produciendo, o lo tienes crudo. La única defensa es ser extraordinariamente buenos en lo que podemos, y aquí sí que soy pesimista con nosotros, porque el sistema educativo no funciona, y no estamos preparados para afrontar lo que llega.
Algo se podrá intentar, ¿no?
Si hemos de hacer alguna cosa, es ser más productivos para poder distribuir mejor. Con buena investigación, buena infraestructura y buen capital humano. Porque aquí, el que no corre, vuela. Y Corea del Sur, que en los años sesenta era un país del Tercer Mundo, a base de invertir en educación, mire ahora dónde está. Nos encontramos en un mundo ultracompetitivo.