Uno de los mayores fastidios de un surfero es que no haya buenas olas. Y el Mediterráneo suele ser un mar bastante benévolo y tranquilo. Pero, ¿y si pudiésemos practicar, sin depender de la generosidad de la naturaleza y fuera del mar, sobre la arena?
Isidro Alpáñez (Málaga, 1985), llegó a Tarragona con 18 años y desde entonces su vida gira en torno a esta ciudad. Actualmente vive en el casco antiguo de Els Pallaresos y todo el mundo le conoce como Siro. «Por motivos laborales familiares -su madre es empresaria y su padre, arquitecto- he vivido en muchas ciudades distintas. Así que siempre me he movido bastante, desde mi juventud he recorrido mucho», cuenta en una conversación relajada.
Se indentifica mucho con la vertiente artística y siempre le gustó elaborar cosas con las manos. «La pintura es en lo que más tiempo llevo, tanto industrial como decorativa, pero mi hobbie siempre fue la carpintería. Una cosa llevó a la otra y acabé convirtiéndolo en otra de mis profesiones», explica Alpáñez, que unió ambos oficios bajo el nombre de Carpintura.
Con sede en Tarragona, su actividad principal es la fabricación de muebles de diversa índole en distintos materiales como la madera, el junco, el mimbre o la caña. «Todo el mundo quiere estudiar algo que dé futuro, sobre todo temas digitales, que es lo que más se lleva ahora; pero si se pierden estos oficios, se va todo al garete porque en realidad todo el mundo necesita un pintor, un mecánico...», comenta, apuntando que «desde el covid, se observa una vuelta a lo artesanal, pero yo aún no veo a tantas personas que se dediquen a estos oficios como me gustaría... y muchos menos de mi edad». Además, la mayor complicación del sector radica en que «a la gente le encanta lo artesanal, una pieza única y personal, pero a precio de Ikea».
Su espíritu creativo y curioso - «siempre pienso en cómo están hechas las cosas»- le ha llevado a elaborar muebles y productos singulares y diversos. Cuenta Alpáñez que su chica, que es surfera, se quejaba que muchos días no había olas, así que para su último cumpleaños, le relagó una tabla soportada por un aparato que le permitía ‘surfear en la arena’. Un artilugio que junto a ella, Nuria Soler diseñadora gráfica e ilustradora, denominaron No Waves surf-board. «Es un soporte en el que se tensa una tabla de surf y queda suspendida en el aire. Es como un slackline (la cuerda floja), pero con una tabla en vez de una cuerda». Además de imitar los movimientos que se realizan en ese deporte acuático, cuenta con distintos niveles de dificultad. «En cada extremo de la tabla hay varios agujeros que permiten cambiar la cuerda de un sitio a otro: cuanto más separados pongas la cuerda en los agujeros, más estabilidad tienes, pero si lo juntas, es al contrario y aumentas la dificultad. Y en el mismo soporte que sujeta la tabla, también tiene cuatro dificultades, con lo cual en un mismo aparato, tienes hasta ocho niveles». No Waves es desmontable y muy fácil de transportar, así que «puedes llevártelo donde quieras».
Lo que surgió como un regalo de amor, ha desperado interés en particulares y alguna escuela de surf, porque «quien lo ha probado, le gusta» y es una gran herramienta para aprender. «No tienes la base del agua, estás suspendido sobre un eje no transversal de punta a punta, cuesta mucho más mantener el equilibrio». Y es que, «cuando disfrutas de lo que haces, lo haces mejor».
