Hubo un tiempo en que algunas personas se dedicaban a pasear por el bosque con la intención de recoger bellotas dulces que luego tostaban para comer. Esta anécdota, explicada por su abuela, inspiró a Joan Montserrat (Esparraguera, 1982) a querer recuperar este fruto seco y la tradición de consumirlo, todo en el marco de una agricultura más sostenible y amable con el entorno.
Desde hace unos siete años, junto a Francesc Ribera (Esparraguera, 1982), técnico en agroecología, trabajan en Balanotrees, un proyecto de vivero especializado en encinas de este fruto destinadas al consumo humano. «De cultura de bellota dulce hay mucha en Mallorca y Andalucía. También en Extremadura y en els Ports», explica Montserrat sobre las localizaciones más habituales de estos árboles, y de su cultura, que en Cataluña, en general, se ha ido perdiendo. «Hemos encontrado en Horta de Sant Joan, donde todavía quedan algunos vestigios de esta cultura de comer bellotas y de gente que las recoge para comer tostadas».
Cabe destacar, que no todas las encinas producen bellotas dulces. En la mayoría de casos, se trata de frutos con un gusto amargo, similar al del café o algunos frutos verdes como las uvas sin madurar. Cuando son dulces se debe a que son ejemplares del árbol con una mutación genética que los emprendedores han encontrado a partir de viajes y gracias a la colaboración ciudadana, sobre todo de gente en pequeños pueblos.
«Seleccionamos árboles y trabajamos para contribuir a que se produzcan más, como ha pasado durante siglos con los almendros, por ejemplo». En este sentido, según Montserrat, este proceso no ha avanzado tanto con las encinas, por lo que hay mucho trabajo de campo.
«Es importante tener en cuenta que una parte de los cultivos estén adaptados al territorio»
«Llevamos siete u ocho años haciendo prospecciones por el territorio buscando estas bellotas, hablando con gente, probando el fruto y valorándolas para empeltar y producir como planta de vivero. De momento no vendemos el fruto en sí». En Balano Trees están especializados en la producción y venta de estos árboles, que de momento se limitan a unos mil ejemplares.
En 2018, se materializó el vivero en el Tarragonès y un año más tarde, durante el 2019, empezaron a vender encinas injertadas con variedades de bellota dulce, un proyecto que sigue en fase experimental y de desarrollo y que no ha sido nada fácil. «Nos encontramos muchas incógnitas. Hay mucho trabajo con respecto a la selección y no hay mucho mercado todavía, es todo muy artesanal e incipiente, de momento».
Ahora toca seguir impulsado el proyecto, pero más adelante se plantean que su producción vaya unida a la trufa, «un hongo que vive en simbiosis. Para su cultivo se ayudan sobre todo de encinas. La idea sería comercializar encinas truferas, con el hongo en las raíces y empeltadas para tener una doble producción con estos dos alimentos», destaca Montserrat.
La voluntad de estos emprendedores es continuar recuperando este fruto y su tradición de tostarlo, visitando árboles de bellota dulce del territorio, por lo que siempre están dispuestos a hablar con más gente. «Si alguien tiene ganas de colaborar y conoce alguna encina de bellota dulce, se puede poner en contacto con nosotros, estaremos encantados».