Me despido antes de las vacaciones con este artículo en el que intento compartir una de mis creencias esenciales sobre la dirección de empresas: la actitud básica en que se desarrolla el trabajo. Y lo titulo Alegría o miedo porque últimamente soy muy consciente de las mil y unas formas para generar miedo en las estructuras organizativas y muchas menos para generar alegría y felicidad.
Me gusta comparar lo que ocurre en las empresas con lo que ocurre en nuestras vidas privadas. Creo que es obvio que la búsqueda de la felicidad, de la alegría, de la risa, del bienestar es un pilar enorme en la manera en que vivimos actualmente.
No piensen que siempre fue así porque en épocas remotas el sufrimiento, la falta de alicientes y recursos hacían que pocas veces se oían algarabías por aquí o por allá. Todo se concentraba en las fiestas de bautizos, bodas o en los bares tomando vinos o cerveza. Allí sí aparecían las historias, las risas y los chistes. Eran épocas en que tenían que estar tristes, concentrados y serios o así nos lo han contado las películas.
Hoy la búsqueda de felicidad y de la adrenalina -como escribí en mi artículo anterior- son principios indiscutibles. Vemos esperanzados cómo muchos jóvenes cambian a menudo de trabajo porque les aburre el anterior, porque el nuevo es más prometedor y, sobre todo, porque el trato es mejor.
Y no solamente en forma de mayor salario sino en mejoras en la carrera profesional, los horarios, en los días de trabajo a distancia o beneficios sociales. Mi hija es un ejemplo perfecto: 30 años y ha trabajado en cinco empresas diferentes y todas sus deserciones por las causas que acabo de contar.
Por lo tanto, toda empresa que desee tener el mejor talento y ser apreciada y deseada por los potenciales colaboradores, debe tener presente cuáles son aquellas teclas sobre las que tienen que actuar para no solamente atraer sino para fidelizar a su gente.
Si no se hace así, nos encontramos con organizaciones que reconocen tener rotaciones de personas superiores al 30% anual, es decir, que cada año tienen que cambiar a un tercio de la plantilla. Y eso acarrea un tipo de organización basada en la dirección de personas que deben vender sus bondades en universidades y escuelas de negocios con altas promesas y algunos equívocos sobre la vida futura en aquel hábitat.
Hay cada vez más empresas que lo ven claro desde el inicio. Porque tienen un sueño que cumplir, porque desean mejorar el mundo en que vivimos o la calidad de vida para sus colaboradores. Esas son las que me han permitido descubrir todas esas teclas que precisan para concentrarse en cómo hacer grandes a los demás y no solo al jefe. Poco a poco su maestría rezuma por los poros de sus empleados y se nota solo entrar en la recepción.
Pero, a la vez, también contemplamos con sorpresa y profunda amargura que muchos con quienes nos encontramos no son felices en su trabajo y ahí surgen todo tipo de argumentos que, una vez más, tienen que ver con la retribución, el estar sometido a los números constantemente, el mal trato, la severa exigencia por encima de las horas acordadas, la sumisión a los de arriba, la imposibilidad de tomar iniciativas, el sentir que se trabaja sobre todo por el sueldo, la burocracia inútil, el trabajo sin sentido para complacer a los jefes...
Es la otra cara de la moneda que también requiere de una filosofía compleja para que su aplicación produzca resultados positivos. El elemento común en ese tipo de organizaciones es el miedo. Miedo a llegar tarde, miedo a no llegar a los objetivos, miedo a no cobrar los bonos sin explicación razonable, miedo a ser ignorado, a ser despedido, a ser reñido, a ser ninguneado en público, a no poder elegir las vacaciones cuando coincidan con la pareja...
Es un ímprobo trabajo para vencer la autoestima y reducir al colaborador en un esclavo de las decisiones de los listos que viven en los pisos superiores y en grandes despachos. Eso se logra con el miedo. A nivel de ejemplo, a un amigo mío le retiraron las llaves de su coche de empresa que formaba parte de su paquete retributivo, porque no había cumplido los objetivos del mes. Le dejé el mío encantado para que pudiese acudir a la boda de su hermana. Y cuando encontró otro trabajo se marchó sin pensarlo dos veces.
Si todos buscamos la felicidad con mayor o menor profundidad, ¿por qué tantas empresas no ponen todo su empeño para tener colaboradores felices, lo que redundará en mayor innovación, mejor calidad, mejor atención a proveedores y clientes y finalmente en mejores resultados?
Piensen en ello y mientras, les deseo lo mejor en su verano e intenten ser felices en cada instante que la vida nos regala.
Xavier Oliver es profesor del IESE Business School