La primera imagen de Jordi Mariné que guardo en la retina es en el Passeig Marítim de Cambrils, a la altura de la Llosa. Montado sobre su peculiar y original bicicleta (más alta de lo habitual y con respaldo para pedalear sin molestias), equipado con una gorra de la Penya Cicloturista, saludando amablemente a todo el mundo y tocando el timbre a los más pequeños cuando se cruzaba con ellos en el carril bici. Siempre con una sonrisa en la boca. Siempre mostrando su carácter afable cuando hacía un alto en el camino para intercambiar algunas palabras. Su enorme bondad era, sin duda alguna, su signo identitario.
Habíamos fraguado una muy buena amistad sobre todo a raíz de la publicación del libro ‘Olímpics tarragonins’ (es protagonista de un capítulo tras participar en Tokyo’1964). Durante la presentación, y con su don de gentes, tuvo la fantástica idea de promover un encuentro entre los deportistas de la demarcación que habían competido alguna vez en los Juegos. Celebramos tres convocatorias, dos en el Castell de Riudabella que regenta Pedro Gil y otra más en Deltebre. Él era el alma mater de aquel grupo marcado por el espíritu olímpico del que tanto hacía gala.
A Mariné le encantaban esas trobades. Solía hacerlas también con los ciclistas de su época, los tarraconenses y los estatales. Y confeccionaba álbumes para recordarlas una a una. Álbumes de sus amics, coneguts i saludats, como los apodaba.
Es un buen momento para recordarle con su propio libro: Jordi Mariné, una vida, no només en bicicleta.
Jordi Mariné falleció este pasado sábado a los 83 años. Aquí puedes conocer su trayectoria