Jon Rahm entró en el olimpo hace dos años con su victoria en el US Open y ayer, 9 de abril de 2023, abrió las puertas del cielo y de la inmortalidad con un triunfo superlativo en el Augusta National que es ya parte de la historia del golf. Un 9 de abril de hace 66 años nació el irrepetible Severiano Ballesteros, el ejemplo inspirador del vizcaíno en el juego y en la actitud en el campo y también fuera de él, y un 9 de abril de 2017 triunfó en este venerado escenario el castellonense Sergio García.
Parecía predestinado el vizcaíno a repetir la hazaña de sus predecesores -no hay que olvidar a José María Olazabal- en una fecha tan simbólica que quedará grabada para siempre en el calendario como una de las principales gestas del deporte español. El perfil del jugador de Barrika trasciende ya su disciplina para adentrarse en el terreno de figuras mundiales únicas tocadas por los dioses. Scottie Scheffler, como campeón de la pasada edición, le puso la chaqueta verde en una imagen que recorrerá el planeta: la prenda vale un segundo major y tiene como premio añadido la recuperación del número uno. Casi nada.
Qué difícil es ganar en esta especialidad. Hay tantos elementos que condicionan lo que ocurre durante un recorrido que las predicciones casi no tienen valor. Debe producirse una conjunción perfecta de técnica, talento, intuición y fortaleza mental para que todo fluya sin excesivos sobresaltos. Saber superar las crisis, que siempre se producen, es un factor determinante para salir airoso del desafío. Y el que ha conseguido la confluencia de estos elementos en el Masters ha sido un Rahm inmenso que llegaba a esta cita como uno de los favoritos tras sus victorias en el PGA Tour en Hawái, el American Express y el Genesis Invitational.
Camaleónico para afrontar vueltas diferentes con climas diversos -las cuatro estaciones se han concentrado esta semana en este bello rincón de Georgia-, su golf ha sido como un metrónomo, en el ritmo y en la precisión. Ha dejado a sus rivales atrás al convertir sus palos en herramientas inmejorables en las salidas y al hacer magia cada vez que se ha encontrado problemas en los alrededores de los greenes. El putter, muy afilado, ha funcionado como nunca y la cabeza, una de las virtudes que más respetan sus adversarios, ha permanecido inalterable.
Hay que conocer la mística y la liturgia de este santuario de Estados Unidos para ensalzar en su justa medida lo que ha conseguido el vizcaíno, que ya puede compartir mesa y mantel con las leyendas de este deporte. Los espectadores se volcaron hoyo tras hoyo con él en la vuelta decisiva en su cara a cara de alto voltaje con un Brooks Koepka encomiable en el esfuerzo pero que tuvo que rendirse a la superioridad del jugador llamado a marcar una nueva era. Día duro para el de Florida, que además de perder el torneo -hubiera sido su quinto major-, comprobó que un amplio sector de la afición parece no haberle perdonado que aceptara el contrato multimillonario de la Superliga de los petrodólares.
Una máquina Fue un domingo eterno para ganarse la eternidad. Las lluvias obligaron la víspera a suspender parte de la jornada y ayer se jugó lo que había quedado pendiente más las dieciocho banderas del día, para un total de treinta. Una paliza que obligaba a estar bien físicamente y concentrado hasta el extremo. Rahm y Koepka abrieron la sesión en el green del hoyo siete con cuatro golpes de ventaja para el norteamericano. Y aunque faltaba un mundo para terminar, el vizcaíno quiso dejarle claro desde el principio que no iba a permitir que se le escapara la chaqueta verde con un putt canjeado por un birdie. En las seis ediciones anteriores nunca había llegado al momento de la verdad con opciones, y oportunidades así no se pueden dejar escapar.
Koepka salió en la ronda final con dos golpes de ventaja sobre el de Barrika. Por la mañana estuvieron parejos, pero por la tarde Rahm fue una máquina en todas las facetas del juego y le minó la moral para acabar arrollándole. Firmó en la casa club una tarjeta de menos tres, para un menos 12 en el cómputo global, frente al menos 8 de su contrincante. Tendrán que pasar unos días para que el vizcaíno sea realmente consciente de lo que ha hecho. Ya ha igualado a Olazabal con dos grandes y apunta a la cifra de Ballesteros, que consiguió cinco. Había salido un día nublado en Augusta, pero el viento desplazó poco a poco a las nubes hasta despejar el cielo. Y Jon Rahm, enorme, saltó para tocarlo.