Se intuye en el Calafell cierto poso de credibilidad, como que fluye una construcción de presente interesante. Es así desde este verano, cuando la entidad, acostumbrada casi siempre a merodear las tinieblas, decidió realizar una inversión más ambiciosa y apostó por una propuesta con mirada firme. Le ha resultado porque no han tardado en comparecer los premios. Con Ferran López al mando de las operaciones, el nuevo ejército verdiblanco ya ha colocado la primera piedra de su nueva obra. Tiene nombre y apellido; Europa Cup. O lo que es lo mismo, el primer título europeo de su historia.
En la gran final precisó soportar la madurez y el afán competitivo del Follonica, un rival sin estridencias técnicas, pero con una enorme capacidad de supervivencia. Obligó al Calafell a conservar su tesoro hasta el último segundo, no le permitió ni un suspiro. En parte cosa lógica en Europa y más en una final. El mismo Follonica resultó un profesor de enseñanza avanzada para el futuro.
Probablemente sin actores con un millón de cicatrices en sus espaldas como Sergio Miras, Martí Casas, Jordi Ferrer o Umberto Mendes, los verdiblancos no hubieran soportado la exigencia que les pidió su rival. Justamente, esos nombres aterrizaron hace nada para vivir tardes como la de ayer en Paredes. El ojo clínico de la entidad y de Ferran López no falló.
El desafío vivió su instante idílico en el arranque, en un abrir y cerrar de ojos, los verdiblancos secuestraron un botín que parecía definitivo. Primero, a los dos minutos, gracias a una cuchara de Umberto Mendes, que perforó por sorpresa a Barozzi, el eterno portero italiano que todavía no dispone de fecha de caducidad. Mendes disparó escorado, pero su osadía obtuvo el grito del gol. Martí Casas, segundos después, se apuntó al derroche de contundencia calafellense. Convirtió con un disparo de pala y encendió a los hinchas presentes y a los que se encontraban a un millar de kilómetros. Casas completó el show con una falta directa que iluminó el 3-0. Los que pensaron que llevaba la etiqueta de definitivo se equivocaron gravemente.
La final no solo se ajustó a una batalla hockística entre dos protagonistas con hambre de gloria, también se convirtió en una montaña rusa emocional, de difícil gestión. Antes del descanso, con el juego más parejo y cuerdo, hubo espacio para dos aciertos más. El Calafell golpeó primero con una maniobra exquisita de Arnau Xaus, pero a pocos segundos del intermedio el viejo rockero argentino Montigel definió una bola parada.
La fase del miedo provocó más precauciones y menos ritmo. El desenlace disfrutó de menos pulsaciones y acumuló más cerebro. Los riesgos se ataron en cadenas. Se veía tan cerca la orilla que ni Calafell ni Follonica querían desnudarse más de lo debido. Quiso acabarlo el equipo de Ferran López con el 5-2 de Jan Escala, que desvió un tiro exterior de Sergio Miras en primera instancia. El rechace le favoreció para culminar ante la estirada de Barozzi.
El respondón enemigo italiano no tardó en reducir diferencias. Francesco Banini secundó a su hermano en labores ofensivas. Entre los dos manejan el cotarro en el Follonica. El 5-4 traía un mensaje claro; en Italia no existe la bandera de la rendición.
El final cardíaco lo dibujaron Xaus, de falta directa, y Davide Banini, con un remate en boca de gol que llevó la pelota llorando a la red. Barozzi sujetó las esperanzas del Follonica porque maniató dos intentos de tiro directo verdiblancos y eso obligó a los de Ferran López a achicar agua en los segundos del sufrimiento. Imprescindible dominar la intendencia en partidos a corazón abierto, a todo o nada. Lo hizo el Calafell que escribió su nombre con letras mayúsculas en el libro de oro del hockey continental.