El Stade de France alzó la mirada hasta el cielo para poder chocar visualmente con la figura de Armand Duplantis. Para encontrarlo en su zona de confort hay que acudir con la mirada hacia donde las estrellas duermen. El atleta sueco había soltado su pértiga y con su cuerpo superaba el listón de los 6,25 metros. Se dejó caer con la satisfacción plena acompañándole en el aterrizaje. El ángel sueco lo había vuelto a hacer. Antes ya había ganado su segundo oro olímpico tras el de Tokyo, pero a Duplantis le faltaba superar de nuevo su propio récord del mundo. Lo hizo por novena vez en su carrera y en unos Juegos Olímpicos. Había cumplido su sueño y corrió cuando dejó de volar a la grada para celebrarlo con los suyos. No era casualidad. Su novia es su apoyo mental y sentimental y sus padres son sus referentes deportivos y sus entrenadores. Su padre le pule la técnica, mientras que su madre le moldea físicamente. Nada es casualidad en la carrera de Duplantis. En el mejor pertiguista de la historia con solo 24 años. Todo empezó mucho antes...
Solo tenía tres años cuando Armand Duplantis comenzó a saltar en la colchoneta del jardín de su casa en Lafayatte (Luisiana). Lo hacía por pura inspiración, no divina, sino de sus padres. Hijo de un pertiguista estadounidense y una heptatleta sueca, desde bien pequeño encontró en el atletismo, concretamente en el salto con pértiga, su forma de expresión. No lo sabía en un primer momento, ni él ni sus padres, pero aquella era la mejor manera de batallar contra su hiperactividad. Una manera de templar esos nervios que corrían por cuerpo y mente.
Mondo, su mote familiar
Con solo siete años ya hacía lo que quería al volar sobre aquella colchoneta que marcaría el resto de su vida. Con esa temprana llegó su primer récord del mundo, en este caso infantil, y que le sirvió para recibir el apodo de Mondo. Un mote que le pusieron los amigos italianos de su padre. Su físico, tan delgado, era tan especial que no había pértigas para él. Tuvieron que hacerle una especial que consiguiese doblar con su espigado cuerpo. Le dieron el aparato perfecto para dominar la disciplina desde bien pequeño. A ese récord del mundo logrado con siete años se unieron varios más tanto en categoría infantil como juvenil. En agosto de 2010 ya había batido el récord del mundo de su edad hasta en cuatro ocasiones. Lo dejó en 3,85 metros.
🖼️LA IMAGEN DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS
— Teledeporte (@teledeporte) August 5, 2024
🔥Una postal para la HISTORIA DEL ATLETISMO
👑Armand "Mondo" Duplantis asaltando el olimpo estableciendo el récord del mundo en 6.25m
¿Dónde está el límite?#ParísRTVE5a #París2024 pic.twitter.com/vgP30eRfUl
Duplantis llegó un momento en el que tuvo que decidir tras competir internacionalmente representando los colores tanto de Estados Unidos, el país en el que se crió y de su padre, o con los de Suecia, el país natal de su madre. Finalmente se decantó por la segunda opción. Ahí su hermano, Andreas, también fue inspiración porque anteriormente se decantó por Suecia creando un precedente que Armand decidió seguir.
Campeón de Europa con solo 18 años
Con 17 años, y con los focos ya apuntando sobre su figura de manera irremediable, la estrella de la pértiga batió el récord juvenil en 2017 con un increíble salto de 5,90 metros. Ya no había marcha atrás. La historia estaba preparada para acogerle. Solo tardó un año en demostrarlo contra los mayores. En agosto de 2018 se proclamó campeón de Europa absoluto con un concurso memorable, saltando 6,05 metros en Berlín. En 2019 ya fue subcampeón del mundo en Doha con solo 19 años. Todavía no lo sabía, o sí, pero el segundo puesto no iba a ser su destino en la vida.
En febrero de 2020, Duplantis ya saltó más que nadie en la historia con apenas 20 años. 6,17 y 6,18 metros fueron los récords conseguidos y solo un año después logró su primer oro olímpico en Tokyo. Se quedó con las ganas de batir el récord mundial en la cita olímpica y en París se desquitó. Saltó 6,25 metros en una marca histórica, pero superable. Sí, lo es, pero solo para él. Porque con su 1,62 metros salta más que nadie con una pértiga en la mano. Nadie conoce su límite, ni él tampoco. En el horizonte anda campando la barrera de los 6,40 metros. A día de hoy parece lejana, mañana no lo será tanto. Es la historia de Duplantis, el niño que no se conformó con el suelo y quiso volar.