Tarazona consumió al Nàstic en su particular infierno. Ese en el que ha reposado su inercia ganadora en las últimas semanas, cuatro victorias consecutivas, y le ha colocado fuera de la permanencia ya incluso con colchón. Ese en el que la pelota siempre quema y en el que cada balón disputado te acerca al precipicio porque ellos han entendido que su milagro pasa por la intensidad, por correr y por pelear más que nadie. El conjunto grana pagó un mal inicio de la segunda mitad para encajar y salir sin vida. Era un partido en el que uno no podía dormirse, al equipo tarraconense le sobraron cinco minutos en la reanudación. Una jornada malísima porque el ascenso directo se va a siete puntos y el colchón con el playoff se reduce a cinco puntos. Nadie dijo que fuera fácil.
Tarazona inició la siesta con sus calles repletas de aficionados granas y la terminó con su Municipal alentado por los 300 aficionados tarraconenses que habían acudido al feudo a animar a su Nàstic. Los de Dani Vidal no estaban solos, una vez más, porque la ocasión la merecía. Un ascenso directo anda en juego y todo el mundo es consciente de ello. Tras el triunfo ante el Depor, perder no era opción si se querían conservar intactas las opciones de gloria directa.
Dani Vidal apostó por un once reconocible con la gran sorpresa de la ausencia de Borja Martínez en la medular. Por segunda vez en la temporada se quedaba fuera del once. Gorostidi y Montalvo le pasaron por delante para un partido que apuntaba a presentar brega y disputa en cada jugada. En ese escenario tampoco podía faltar la presencia de Pablo Fernández que regresaba a la titularidad tras su suplencia en la jornada pasada. Demasiado se le echó de menos en la primera parte ante el Fuenlabrada como para volver a añorarle.
Lo que sucedió en los primeros minutos fue lo que se presuponía. Dos equipos que buscaron el juego directo. Allí querían imponer su ley porque las dimensiones del terreno de juego no invitaban a otra cosa. Cada acción era el límite. Cada despiste un suicidio. Trigueros lo comprobó al cuarto de hora cuando dudó en un control y se llevó la amarilla. Le pidieron la grada desde la roja porque podía ser último hombre cuando derribó a Guiu, pero el colegiado no lo considero así. No hubiera sido una piedra, hubiera sido un muro en el camino.
En un contexto tan hiperactivo de partido se le veía mucho más cómodo al Tarazona porque estaba jugando a algo que sabe, que conoce y que interpreta con naturalidad. Al Nàstic solo le quedó otra que intentar adaptarse a ese escenario de encuentro, lo estaba logrando, pero a base de acudir a cada duelo como si fuese el último. El partido no estaba en el acierto propio, estaba más bien en el error del rival.
Tras la media hora, llegaron los primeros golpes. Primero el Nàstic con una volea que se marchó por encima del larguero de Pablo Fernández. Casi al instante contestó el Tarazona con una doble ocasión de San Emeterio y Asamoah. La primera la sacó bajo palos Tirlea tras un tiro cruzado, la segunda pasó rozando el palo tras un disparo lejano del centrocampista rival.
Se había agitado el avispero, pero sin premio para ninguno de los dos equipos. Así se llegó a descanso con un último ‘uy’ que generó Jardí con un chut desde su casa que pasó cerca de la portería del Tarazona. 0-0 en aquella guerra, de momento, no había ganador.
En la segunda mitad, el partido dio síntomas evidentes de ruptura. Aviso el Tarazona con dos ocasiones de gol que casi castigan el sesteo inicial de los granas en la reanudación. A la tercera no perdonó. San Emeterio le cogió la espalda a Oriol y metió un centro tenso que Liberto empaló de primeras colocando el cuero en la escuadra y superando a Varo. Tocaba remar contracorriente, aunque aquello de agua tenía poco porque el infierno era más bien lo parecido.
El Nàstic necesitaba reaccionar de inmediato y Vidal decidió meter refresco desde el banquillo en el ataque. Sentó a Marc Fernández y Mula para meter a Andy y Gorka Santamaría. Talento y remate en acción. No quedaba otra.
El paso de los minutos confirmó que el Nàstic no estaba. No se intuía remontada porque no salía nada. Los ataques no encontraban una hoja de ruta para el peligro y la precipitación y el desespero hacían acto de presencia. El Tarazona mascaba el chicle sintiéndose ganador. Tenía el partido dónde quería. Dónde no sucede nada, pero a la vez les sale todo.
Ni la entrada a la desesperada de Godoy y Mario por Tirlea y Montalvo, claramente ofensivo, despertó al Nàstic. El Tarazona acabó espoleado por su inercia. Esa que frenó al Nàstic.