Faltaban sólo un par de horas para irnos de un festival en Tenerife hacia el aeropuerto cuando recibí una llamada. Jango Edwards, que era el cabeza de cartel y que había actuado justo la noche anterior con su compañero Peter Ercolano, quería hablar conmigo en su hotel. No dudé en dejarlo todo e ir hacía allá en taxi. Por fin nos conocimos en persona. Charlamos desenfadadamente los tres. Les puse sobre la mesa algunas propuestas, y quedamos en volver a vernos más adelante en Barcelona.
Meses más tarde desembarcaban en Tarragona, en la malograda Plaça Friki, Jango Edwards y todo un séquito de payasas y payasos, a los que llamábamos «pollos». Era la edición 2006, en la Plaça de l’Antic Escorxador, hoy llamada Plaça de la Rumba (no sé a quién le gustaba más la rumba que los frikis... bueno, sí lo sé). Fue un éxito rotundo, con las sesiones llenas, y con diferentes cabarets con clowns venidos de todo el mundo y con Jango al frente. Supimos que sería algo especial desde la rueda de prensa, accidentada a más no poder, con un Jango ido, rompiendo cosas, gritando por el Ajuntament de Tarragona, provocando... como solía hacer. Tenía esa aura que le permitía hacer cosas que a los demás no se les hubiese tolerado.
Años más tarde, en 2010, estrenamos el espectáculo Big Boss & Tandarica Circus. Big Boss, el gran jefe, era Jango. Tuvimos la suerte de reinventar un espectáculo y ponerlo a él enfrente. Estrenamos en el Festival de Dixieland, y luego estuvimos en Fira Tàrrega, y luego de gira por España y Holanda.
Siempre me he preguntado qué vio Jango en Cia. Passabarret, una compañía de circo y payasos de Valls, de Tarragona, para tenernos presentes. En un mercado tan grande de payasos, siempre estuvimos cerca, siempre lo sentimos al lado. Tengo la suerte de haberme sentido su amigo, su alumno, su mánager, su admirador. Hemos viajado juntos, incluso en una interminable gira que nos llevó a dar la vuelta a Alemania con un show junto a su novia Cristi Garbo. Una gira en la que nos amamos y nos odiamos a partes iguales. Jango fue un genio y un cabrón. Pero tan humano, tan auténtico.
Edwards ha sido un referente para todos. A nivel mundial. El payaso de los payasos. El que abrió las puertas de los teatros a los clowns, el que los valorizó cuando antes estaban relegados a las carpas de circo y las fiestas infantiles. Él era rock’n’roll. Mordaz, atrevido, duro, adrenalina escénica. Si hoy nosotros no somos payasos blandos («payasitos» lo solemos llamar) es por gente como él. ¡Los payasos no son solo para niños! También los hay agresivos, histriónicos y completamente locos. Eso sí, con un corazón enorme, como el de Jango. Y a quien no le gusten estos payasos, que no se preocupe, hay otros.
La muerte de Jango no nos ha pillado a ninguno por sorpresa. Estaba anunciada desde hace meses. Desde que lo anunció, nos hemos despedido varias veces. Es increíble cómo ha sobrellevado su enfermedad, siempre con humor y con un chiste. Pero el nuestro no es un caso especial. Son muchos los payasos y payasas que llevan a Jango dentro. Su fallecimiento nos ha unido de nuevo, porque deja un rastro perenne entre los que nos dedicamos a esto.
Hace apenas dos semanas un grupo de amigos estuvimos en la que iba a ser su última fiesta. Rodeado de los payasos a los que alimentó con su genialidad y su locura. Grandes amigos y compañeros, unidos por el que todos sabíamos era un mito viviente, una leyenda en el mundo de los payasos. Ahí nos cantó ‘Dead Flowers’ de los Rolling, con su hijo Mickey Edwards acompañándolo a la guitarra. Recuerdo el último abrazo. Estaba agotado, pero feliz. «See you soon, Big Boss», le dije. Ahora deberemos intentar ser payasos, en la época de post Jango Edwards.