Sandra Aza concluye con Estirpe de sangre la bilogía histórica que inició con Libelo de sangre, ambas publicadas por Planeta. Una aventura por el Madrid del siglo XVII que en esta ocasión se centra en buena medida en la aristocracia: un honor familiar por restaurar y una venganza que cumplir.
Cumplió la promesa y escribió una segunda parte.
Sí, igual que Alonso, el protagonista.
El azar es muy importante en ‘Estirpe de sangre’.
Más que casualidad lo llamaría causalidad. Es como la justicia, la verdad, siempre sabe caminar. De alguna manera, los hilos se mueven. Personalmente, no creo en las casualidades, sino que siempre todo pasa por algo.
Que entre en contacto con la aristocracia y le dé un vuelco la vida, eso no le ocurre a todo el mundo.
Es una novela. Si no pasan cosas, no hay novela. Efectivamente, es el vuelco.
¿Es justicia o venganza?
Yo hablo de justicia, porque la venganza... La venganza es el ojo por ojo: tú me has hecho daño y yo te voy a hacer daño, pero prescindiendo de toda norma, prescindiendo de toda ley. Aquí no, aquí Alonso quiere hacer justicia en minúscula desde la justicia en mayúscula. Y eso implica una fe en la justicia. Lo cual no es nada trivial teniendo en cuenta la injusticia que se ha cometido. Y a pesar de todo, seguir confiando en la justicia por parte de Alonso es todo un reto, es un desafío también, uno más de todos los que tiene que afrontar. Y bueno, en ese sentido es bonito.
¿La justicia en aquella época podía ser justa?
No siempre porque la justicia es una institución que, como todo, puede fallar. Y sobre todo en aquella época en la que era muy difícil resolver un crimen, un delito, por lo que era muy fácil caer en la injusticia. Hoy día tenemos muchos medios, las huellas dactilares, los móviles, la geolocalización, el DNI, las tarjetas de crédito. Es decir, es complicado esconderse, pero en aquella época no, en aquella época era muy fácil cambiar el nombre, decir que eras otro, que venías de otro sitio fuera de Madrid. Y entonces quién iba a ir a buscarte o a averiguar si de verdad eras de Salamanca, de Sevilla o de Córdoba. A pesar de todo, en la época se hacían muchos expedientes de limpieza de sangre, que eran los cristianos que tenían ancestros hasta una determinada generación. Y hay expedientes de limpieza de sangre, de identificación y de investigación sobre los antecedentes de las personas. Por ejemplo, en las órdenes militares era absolutamente necesario acreditar la limpieza de sangre. Por lo que se hacían investigaciones muy exhaustivas. Es muy admirable porque hoy día parece que si no tenemos un ordenador es muy difícil hacer nada. Pero hasta hace bien poco las cosas se hacían sin ordenador.
¿No se ha animado, escribiendo la novela a indagar en su árbol genealógico?
Pues la verdad es que no. Pero es muy buena idea.
Dibuja la situación de las mujeres. Siempre oprimidas, de todas las clases sociales.
Sí. La condición de la mujer en esta época, en el siglo XVII, era muy complicada. Me da igual si hablamos de pobres, de ricas, de monjas, de criadas... En cualquier tipo de clase social, era muy difícil abrirse camino, abrir puertas a la jaula donde estaban metidas. Y lo que me interesaba mucho era ver la sagacidad y la inteligencia de las mujeres, de arriba y de abajo, para conseguir abrir la puerta. Pero lo conseguían. Abrían cualquier resquicio, cualquier fisura que encontraban la aprovechaban para respirar un poquito de aire fresco. Porque la mujer en aquel momento vivía bajo el yugo del velo y de la celosía. Y era un ente anónimo. Afortunadamente hemos evolucionado mucho desde entonces. En algunos países del mundo siguen llevando el velo que llevaban aquí las del 17. Pero esto ha ido cambiando, tenemos mucho camino que recorrer, pero ya no estamos en las mismas condiciones.
Las iglesias, lugar de culto y de cortejo.
La iglesia les permitía salir a la calle para ir a misa y para dar el paseo, hacer la rúa, pero siempre iban acompañadas de la dueña, de un escudero, escoltadas. ¿Qué ocurría? Que muchas aristócratas, en los palacios tenían su propio oratorio, su propia iglesia privada, su capillita y su capellán. Entonces no necesitaban ir a la iglesia. Pero lo que ellas querían era salir de casa, lucir palmito. Había una serie de iglesias que eran las preferidas y a sus puertas, un enjambre de galanes porque ellos también querían ver mujeres. Muchos se enamoraban de una sombra negra, decían que debajo de los ropajes había una afrodita y luego resulta que no era nada de eso. A veces incluso era un hombre. Imagínate. El velo se utilizaba para muchas cosas. Entonces, las iglesias... claro aquello era un intercambio de suspiros brutal. Y eso que había tribuna de mujeres y tribuna de hombres. Pero eran espacios muy grandes, muy diáfanos, no era la iglesia que conocemos llena de bancos, no había bancos. La gente se sentaba en el suelo, estaba de pie... Muchas capillas eran financiadas por los ricos y en ellas tenían lugar muchas de esas salidas.
¿Y para remendarse el virgo?
Había que ir a la remiendavirgos. Se deduce que si había mucha oferta es que había mucha demanda. La pasión hacía estragos muchas veces. Y en los abortos, primero descosían y luego cosían. Esta era una de las triquiñuelas de las damas. También había otros trucos, por ejemplo, algunas se escondían una bolsita de sangre y llegado el momento manchaban la sábana. Todo para vivir algo diferente a lo impuesto por los padres y por las familias porque eran una moneda de cambio y verdaderamente se las compraba. Las vendían porque cuando se casaba a una hija tenían que dar una dote, encima pagaban por casar a la hija, pagaban por colocar a la hija. Era una vida dura, la de las ricas y la de las pobres. Por ejemplo, las que estaban casadas con un maestro de algún gremio, con un impresor, un bordador... pobre de ellas que se quedaran viudas porque el gremio no les permitía estar al cargo del negocio. Tenían que casarse con un hombre, que fuera el que firmase y el que estuviese a cargo del negocio. Con lo cual había muchas mujeres que realmente estaban trabajando de puertas para adentro y el que se llevaba la gloria era el que firmaba.
Tampoco podían mendigar.
Un hombre sí podía pedir limosa, pero si pillaban a una mujer haciéndolo se la llevaban porque consideraban que tenían una vida descarriada.
Me viene a la cabeza Afganistán.
Eso es lo triste. Estamos hablando del siglo XXI. Y actualmente todavía hay lugares en donde estas cosas que ocurrían y que nos parecen absolutamente del paleolítico, no lo son tanto, y si nos adentramos en el siglo XX, encontramos muchas cosas muy parecidas al siglo XVII. Es decir, que esta evolución y este desarrollo que ha tenido la condición femenina es relativamente reciente y en algunos países han vuelto para atrás.
¿Cómo describiría la aristocracia que se encuentra Alonso, esa aristocracia de doble moral, como luego fue la burguesía?
Hay buena y mala gente en la pobreza y también hay buena y mala gente en la riqueza. En aquella época los actos de caridad por parte de la aristocracia eran muy grandes. Algunos eran por esa doble moral y otros lo hacían de corazón. La religión estaba muy presente en la vida de todos, de pobres y ricos. Los primeros debían portarse bien porque de lo contrario no iban al cielo. Y a tal efecto los ricos hacían donaciones y daban limosna y muchos aristócratas, en los testamentos, dejaban dinero a la Corona. Era muy complicado vivir y sobrevivir porque como no tuvieras dinero, conseguir un trozo de pan era una gesta. Y entre los ricos, en las situaciones políticas, todo eran cargos de confianza, si militaban en el bando equivocado... Había una fragilidad grande en todos los sentidos.