La última edición del certamen donostiarra ha estado marcada por la presencia de Pedro Almodóvar y de Albert Serra.

28 septiembre 2024 14:34 | Actualizado a 28 septiembre 2024 14:34
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Aquello de que nunca se es profeta en su tierra ha resumido, durante décadas, la carrera de Pedro Almodóvar. Encasillado en el tono festivo, incluso a veces frívolo, de la movida madrileña y de la comedia, no fue hasta “Todo sobre mi madre” que comenzó a ser tomado más en serio. Y eso que, por entonces, su cine ya se había sumergido en las aguas complejas del melodrama. Hoy, Almodóvar ya es considerado lo que realmente es: el director más importante del cine español contemporáneo. Este reconocimiento se ha visto reafirmado en el último Festival de cine de San Sebastián, que le concedió al cineasta manchego el Premio Donostia a toda una trayectoria.

El galardón llegaba de la mano de “La habitación de al lado”, la última película de Almodóvar y el primer largometraje que filma con actrices estadounidenses y que se sitúa en Estados Unidos. La historia de dos viejas amigas que se reencuentran por la enfermedad de una de ellas, arranca en Nueva York, una ciudad con una carga cinematográfica muy fuerte, con un imaginario muy asentado. Más adelante, Almodóvar traslada su película de la ciudad al campo, a un caserón donde las dos amigas pasan los días. Es ahí, donde el cineasta se encierra con sus actrices, con Tilda Swinton y Julianne Moore, que la película levanta el vuelo y se abre hacia lo sugerente, hacia lo abstracto, hacia la muerte no solo como tema sino como representación y, también, hacia lo fantasmal. En ese caserón de alta gama, Almodóvar se afianza tanto en el plano estético –los reflejos en las ventanas, el paisaje, los rostros y las presencias de las actrices– como en lo temático, en la calidez de lo afectivo, en la necesidad de los cuidados, en un posicionamiento también político sobre la enfermedad y la muerte.

“La habitación de al lado” fue una de las diversas películas de este año en el Festival que abordó el tema de la muerte. Otra de ellas fue “Cuando las nubes esconden las sombras”, del director chileno José Luis Torres Leiva. Película pequeña, rodada con un equipo reducido en Puerto Williams, en lo que se considera el fin del mundo, sigue a una actriz (María Alché) que llega a Tierra del Fuego para un rodaje. Cuando el equipo de filmación se queda sin poder viajar a Puerto Williams, la actriz se ve forzada a pasar una suerte de tiempo muerto en aquel lugar. A partir de aquí, la película elabora una serie de encuentros entre la actriz y la gente de Puerto Williams, personas que a veces han llegado ahí por casualidad, o que han nacido ahí, descendientes del pueblo Yagán. La relación entre el paisaje y su gente y la actriz puede recordar un poco a “Nomadland”; una película que no lograba que estos vínculos fuesen del todo orgánicos. En cambio, “Cuando las nubes esconden las sombras” consigue un tono sumamente honesto y generoso. Lo que por momentos parece una película etnográfica, poco a poco se va revelando como otra cosa, en una película sobre el duelo y sobre la muerte, sobre nuestros miedos y sobre la necesidad de encontrarse en el otro.

Almodóvar no fue el único director esperado en Donostia. La película de la sección oficial que más había dado que hablar antes del festival era “Tardes de soledad”, de Albert Serra. El primer largo documental de Serra se centra en el mundo del toreo a partir de seguir al torero Andrés Rocas Rey a lo largo de las diversas fases del ritual de la taurmaquia: desde el coche en el que viaja a la plaza, escoltado por sus compañeros; hasta el momento de vestirse; y, evidentemente, las propias corridas. Serra propone un documental que prescinde de la demagogia, pero que no esconde el sufrimiento del animal y su soledad; y en el que la mirada crítica emerge a través de las imágenes y no de la doctrina. Además, consigue un retrato poliédrico de la figura del torero, especialmente en términos de construcción de masculinidad. Filma un mundo esencialmente masculino, en el que abundan en off comentarios como “olé tus huevos”; y, sin embargo, cuando el torero está solo, vistiéndose y mirándose al espejo, hay una extraña feminidad en él, revelando una ambigüedad que solo se puede poner en escena a partir de la maestría fílmica de un director como Serra.

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