«Es un asedio medieval, ni más ni menos. No puede ser que el resto de Europa lo mire sin hacer nada, una ciudad bloqueada que se muere de hambre». La ciudad es Sarajevo, pero no en el medievo. En 1992, solo tres décadas atrás. La británica Priscilla Morris, hija de madre bosnia y padre irlandés, ha escrito una «carta de amor» a la capital de Bosnia, a la ciudad de su infancia, donde tantos veranos fue tan feliz. Un homenaje en forma de debut literario con la novela Las mariposas de Sarajevo/Papallones negres, publicada en castellano por Duomo y traducida por Begoña Prat y en catalán por Edicions del Periscopi, con traducción de Marc Rubió.
El lector viajará a la metrópolis intercultural, en el momento en que empiezan a oírse tambores de guerra y se cavan las primeras trincheras. Las tropas serbias se instalan en las montañas, los francotiradores, en los tejados. Los habitantes quedan asediados, efectivamente como en la Edad Media, aunque sin muralla tras la que protegerse.
Cada mañana Zora cruza un puente para seguir con sus clases en la Academia de Bellas Artes y para, después, encerrarse en su estudio. Allí la espera otro puente, un enorme lienzo en el que ha trabajado los últimos meses mientras Sarajevo se vestía de barricadas y los jóvenes, de soldados. Su marido, su madre y su hija están a salvo, en el Reino Unido, y ella cree que las hostilidades no durarán más de un par de semanas.
La novela arranca con la tensión de las okupaciones. Como animalillos en el bosque, los habitantes de Sarajevo presienten que el infortunio se cierne sobre ellos. Se mueven, lo abandonan todo. Difícil decisión. Dejar atrás lo construido durante una vida o huir con la suya propia. Quién se va y quién se queda. Pisos vacíos rápidamente okupados.

Desde el primer instante, el lector sabe mucho más que Zora, lo sabe todo. Los cortes de suministro eléctrico, los muertos en las calles, cazados como conejos un domingo cualquiera, la destrucción de la biblioteca, los cortes telefónicos. Aislamiento total. Los cortes de agua, las masacres en los mercados. Los cadáveres abandonados sin posibilidad de retirarlos por temor –real– de recibir un balazo. Zora no sabe nada de todo ello. El lector le susurraría insistentemente que abandonara su bella y querida Sarajevo con presteza. Le susurraría que no serán unas pocas semanas, sino casi cuatro años. El asedio más prolongado en la historia de la guerra moderna. La única certeza que Zora tiene es que desconoce por qué los están atacando, desconoce el «por qué de esta guerra».
Priscilla narra el horror con serenidad. Arte para sobrellevar la barbarie, libros para no pensar en las atrocidades que no se pueden detener. Solidaridad entre vecinos, no importa de qué etnia. Red humana. Misrad levanta la persiana de su librería siempre que puede, Zora se refugia en la pintura y cuando ya no hay lienzos, una pared servirá. Las mariposas de Sarajevo/Papallones negres es un relato angustioso de la barbarie humana, esa que nos devuelve al estado primigenio. Pero lo es, sobre todo, porque el lector se adelanta a los acontecimientos, sabe lo que los personajes sufrirán. Sin embargo, los protagonistas sobreviven en su cotidianidad, las bolsas de basura hacen las veces de los cristales en las ventanas que han saltado por los aires. Los tablones tapan los boquetes abiertos por las bombas, las cartas sustituyen al teléfono, que ya no funciona.
El origen, un tío abuelo pintor
En un encuentro con la prensa el pasado febrero, Morris contó que el origen de la novela es la historia de su tío abuelo Dobrivoje Beljkasic, un pintor que fue a vivir a Inglaterra tras ver arder la biblioteca de Sarajevo y con ella cómo se perdían sus lienzos. En la novela, la protagonista será una mujer, Zora, una serbobosnia no nacionalista, en una forma de constatar los muchos grises de la contienda porque en Sarajevo no todo el mundo era musulmán. Había serbios bosnios y croatas bosnios.
Las mariposas de Sarajevo/Papallones negres es una novela preciosa y, al mismo tiempo, aterradora, aunque de aquí surja una contradicción. La vida contra la muerte. Pánico e incredulidad al cerciorarse de que ninguna mano vendrá a ayudarles. Zora, la pintora de los puentes, verá cómo estos se destruyen, los reales y los pintados, los culturales. ¿Hasta cuándo?
Morris, que vive a caballo entre Irlanda y Catalunya estará en la Diada firmando en Barcelona, a partir de las 16 h. en Passeig de Gràcia, en los estands de las librerías La Impossible, Alibri, Laie La Pedrera, Abacus y Altaïr.