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No hay piñas en Mercadona

A las 19 horas, tal y como me había citado la propaganda, no encuentro ni rastro de la fruta milagrosa. Lo de ligar, para otro día

30 agosto 2024 00:16 | Actualizado a 30 agosto 2024 00:16
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Lo de ser soltero en una redacción implica asumir ciertos ‘marrones’ inesperados, algunos de extremo riesgo. A veces, se convierte en la excusa para todo, hasta el punto que te animan a buscar pareja cuando tú te sientes tan feliz alejado de los vaivenes sentimentales.

A todo esto, la propaganda me cita a las 19 horas en Mercadona, dicen que lo de ligar con un carrito es factible. Pues vamos a ello. Imprescindible cargar una piña y hacerla visible para alcanzar el match con alguna mujer en las mismas condiciones. Desde el primer momento me parece el acto más surrealista que he realizado en mi vida. Tengo hasta sudor frío. Una persona avanzada de años me observa con cierto recelo al cruzar la puerta de entrada. Evidentemente voy directo al puesto de fruta. Rápido me doy cuenta de que el rango de edad baja considerablemente en ese lugar. Curioso, no hay ni rastro de la fruta prometida. Ni una piña.

Cuatro adolescentes se preguntan, entre carcajadas, “¿dónde están las piñas?”. Yo, por disimular, le pego un vistazo al teléfono e inmortalizo el mostrador de la fruta. Que no, joder, que no hay, me digo a mí mismo. Lo de ligar, lo veo como una utopía. Si lo veo de normal, imagínense en esa situación. Mercadona no escasea de luz, vas a pecho descubierto, existen pocas artimañas posibles para seducir, a no ser que aparezca la bendita piña. Por lo menos, eso me habían asegurado. Me han vacilado.

Un par de jóvenes tatuadas y con afán de risas buscan lo mismo que yo, se parten con el esperpento. Y eso que, en el recinto de Cambrils, en la misma entrada de la villa marinera, se respira una rutina normal, o todos disimulan mucho o a mí me han vendido una verbena irreal. Margarita, una cambrilense de toda la vida, me regala una sonrisa puñetera que me delata por completo. Yo solo pienso en que, por favor, no aparezca ningún familiar de piel. El cachondeo en la próxima comida, de aúpa. A todo esto, yo sigo con el carro vacío, dando vueltas sin ningún sentido, sin ningún criterio. En algún momento busco la piña en la zona del pan, así de mal me veo.

Con el desespero en el cuerpo, me atrevo a preguntar a una pareja sobre el asunto, evidentemente me miran raro, muy raro. Más sudor frío. No saben ni qué contestar, de hecho se lavan como las manos, me mandan un mensaje claro casi sin hablar. “A nosotros no nos mires, que somos pareja”. Ya lo sé, joder. Era por preguntar. Al final desisto, me marcho del supermercado como he llegado, sin ligue alguno. La conclusión que saco es sencilla; mola mucho la soltería.

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