Antes que poetas fuimos nómadas. Primero se viaja, luego se cuenta lo vivido. De ahí vienen los cronistas, que son la primera infantería del periodismo. Y de ahí brota todo un ramal de la escritura, que es la literatura de viajes, tan prolífica en su repertorio. En tiempos de Google Maps, Lonely Planet o TripAdvisor, el escritor asturiano, afincado en El Vendrell, José Luis Espina, reivindica la pausa en su último libro, Namibia. Apuntes ilustrados de un cuaderno de viajes, que presentará este jueves, 27 de marzo, en la librería Abacus de Tarragona.
Allá donde el turista desenfunda el selfi, Espina planta el caballete (es un decir) y perfila las acuarelas de un paisaje, sin prisas, junto a unos apuntes breves, descripciones minuciosas, que van hilvanando su cuaderno de campo, a la antigua usanza, recuperando los mimbres del género puro. Y en ese peregrinaje es donde despunta el asombro. El bostezo de un hipopótamo cuando atardece sobre el río Chobe; los troncos de las acacias achicharrados de sol; la sombra bajo la copa de un mopane o la lentitud hipnótica de las bestias desfilando, provocan el deslumbramiento en mitad de una luz tan intensa que “en lugar de iluminar, ciega”. Pero la ruta sigue su curso: las imponentes dunas de Sossusvlei, la cresta majestuosa de las Big Daddy, las trenzas de arcilla de las mujeres himba... Y de pronto, algo chirría: cierta toponimia, el amago de una especie de Oktoberfest o una escultura de los músicos de Bremen, sustituidos aquí por un mono, un león, un antílope y un facóquero. Son los estragos de un colonialismo inoportuno que desluce viejas costumbres como la que todavía hoy mantienen ciertos hombres, esa de arrancarse los incisivos para pronunciar bien los sonidos de su propia lengua. Como ven, todo son contrastes. Las parejas jóvenes se bañan en una piscina de agua turbia. Sobre las ramas de un árbol, fuera de foco, descansa una ristra de pelucas que las chicas han dejado para evitar que se mojen, símbolo de un estatus de quitaipón.

Namibia como metáfora. Uno de los países más jóvenes del mundo con el desierto más antiguo del planeta. José Luis Espina cumple con creces uno de sus sueños de niño. Fue entonces cuando se enamoró de un ejemplar de países del mundo que yacía en el cajón de la mesilla de noche de casa de sus abuelos junto a un puñado de tebeos de Tarzán, el Sargento Gorila y el Capitán Trueno. Ahora toca revisitar aquel espejismo de la infancia, “ponerse en marcha para descubrirse a uno mismo”, escribe. Si quieren saber qué significa capitoné o epimelético, deberán aventurarse en sus páginas.