¿Qué pasó durante la Guerra Civil en la Abadía de Montserrat? ¿Por qué no fue atacada como otros templos? Martí Gironell desentraña algunas de estas incógnitas en La muntanya del tresor (Columna/Destino), una novela narrada desde los ojos de un niño. El autor la presentará esta tarde en la librería La Capona de Tarragona (19 horas).
Ha aprovechado el aniversario del milenario de Montserrat, que es el año que viene.
No fue buscado. Surgió de la visita de Obama y Spielberg. En aquel momento hablé con Òscar Bardají, responsable de prensa de Montserrat hasta el verano pasado. Me comentó que la bibliotecaria de la abadía, Àngels Rius, estaba trabajando en un libro sobre los años de la Guerra Civil. Y aquí empezó todo.
¿Cómo se salvó de los saqueos, teniendo en cuenta lo que ocurría en el resto del país?
Precisamente es una de las cosas que me sorprende. Consiguió salvarse gracias a la rápida maniobra del abad Marcet con el conseller de cultura, Ventura Gassol. La genialidad del gobierno republicano fue que la Generalitat de Catalunya se apropió, se incautó de la abadía y la convirtió en una propiedad del pueblo. Entonces, cuando subieron los primeros milicianos con ganas de quemar se encontraron, primero con el destacamento de Mossos d’Esquadra y después esto: ¿no quemaréis una propiedad del pueblo?
Subir a Montserrat tampoco sería tan fácil...
Funcionaban el cremallera y el aéreo. Cuando después el monasterio se convirtió en un hospital militar, ayudaban en el transporte de heridos. Las carreteras estaban en muy mal estado y llenas de milicianos. También había autobuses fletados desde Barcelona para que los turistas visitaran Montserrat. Es sorprendente, teniendo en cuenta que había una guerra.
Le recuerdo que también van turistas a Afganistán.
Exactamente. Precisamente Carles Gerhard, hermano de Robert Gerhard, hijos de Valls, tenía el mandato de la Generalitat de que Montserrat debía continuar siendo el centro cultural y de referencia que era antes de la guerra, despojado, eso sí, de toda característica religiosa y sacra. Fomentaron que la gente subiera al monasterio. De hecho, muchos iban allí a refugiarse. Hubo un momento en que había 700 personas.
El propio Azaña.
Manuel Azaña se trasladó durante tres meses a este lugar de paz, de calma y de tranquilidad. Una especie de oasis que ambos bandos respetaban.
¿Un acuerdo tácito entre contendientes?
Montserrat aguantó porque tanto republicanos como nacionales consideraron que se debía preservar. Unos por el patrimonio que reflejaba el pasado. Los otros, los nacionales, por el entorno espiritual y religioso.
Comenta que se acabó convirtiendo en un hospital militar.
El Govern demandó más espacio para crear el hospital militar, que al final tuvo 3.000 camas. Allí el doctor Trueta desarrolló su técnica para evitar amputar los miembros gangrenados. Todo esto permite ir explicando el día a día de la guerra.
Pero en medio de la guerra, la gente intentaba vivir.
Efectivamente. Los Mossos se quedaron a vivir con sus familias. La gente continuaba haciendo sus quehaceres y en la novela se refleja a partir de los ojos de un niño. Incluso fue la Bella Dorita. Se habilitó un garaje para espectáculos y subieron unos cuantos vecinos de los pueblos de la falda de Montserrat para no perdérselo. La gente intentaba hacer su vida lo mejor que podía.