La sala del Fortuny, llena hasta los balcones, vibraba con una expectación contenida. Luar Na Lubre, los gritos vetustos y distantes de la banda gallega de música folk, que estaba a punto de subir al escenario, ya resonaban entre un público entregado.
Desde los primeros compases quedó claro que no se trataba de un simple concierto, sino de un viaje en el tiempo y el espacio, una travesía poética por los paisajes verdes y brumosos de la Galicia más legendaria, por sus leyendas, sus orígenes, su historia y su melancolía atávica.
El grupo, liderado por Bieito Romero, desplegó su habitual maestría con cada instrumento llenando el aire con temas como O Son do Ar y Chove en Santiago, transportando a los asistentes a tierras de meigas y antiguas romerías. Entre cada canción, Romero o la violinista Nuria Naya se dirigían al público con la calidez de un anfitrión de lujo que recibe a sus invitados en casa, narrando las historias detrás de cada melodía, como si fuesen cuentos contados al calor de una lareira, recordando su compromiso con la cultura gallega y demostrando que va más allá de la música cantando al mundo la riqueza de su tierra y las encrucijadas de su historia. Las raíces y la identidad son fundamentales para comprender la importancia y trascendencia del grupo. Nuestras raíces representan el origen, la historia y la cultura que nos han moldeado, y la identidad es la forma en que internalizamos y expresamos esa herencia en nuestra vida cotidiana. Luar Na Lubre encuentra un equilibrio entre tradición y modernidad demostrando que no se trata de vivir en el pasado, sino de honrarlo mientras construimos el futuro con conciencia y respeto por nuestra historia.
La conexión entre la banda y el público fue absoluta. Cada aplauso, cada ovación, cada silencio entre notas confirmaba que la música de Luar Na Lubre es más que entretenimiento: es un vínculo con una identidad, una emoción compartida.
El final llegó demasiado pronto con un público que se entregó en palmas. Pero incluso cuando las últimas notas se desvanecieron, quedó flotando en el aire una sensación de plenitud, como si cada asistente se llevara un pedazo de Galicia en el alma. Luar Na Lubre no solo ofreció un concierto, sino una experiencia sensorial, un canto a la memoria de un pueblo y a la belleza de su música. Y al salir de la sala, aún resonaban entre las paredes los ecos de la gaita y el susurro del viento entre las hojas, como un recordatorio de que somos herederos de un legado eterno y milenario.