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Los siete pecados de la tele

La televisión acaba el año en estado de shock esperando que algo cambie en 2025 después de 10 temporadas lamiéndonos las heridas. La TV tradicional ha asistido casi impasible a una progresiva fuga de espectadores

28 diciembre 2024 21:01 | Actualizado a 29 diciembre 2024 07:00
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Acaba un año apasionante en televisión, a la batalla entre Motos y Broncano hay que sumar, desgraciadamente, la guerra entre la televisión de los ‘bulos’ y la televisión que los desenmascara. Ha surgido un nuevo fenómeno, la bulosfera. La peor tragedia social de los últimos diez años en España embarró las calles de Valencia y las redacciones televisivas. Quizás, envalentonado por 20 años de juegos con conspiraciones relacionadas con el mundo del misterio, Iker Jiménez, se ha creído con la potestad de jugar a esas conspiraciones con temas serios. Los fantasmas no existen, los muertos sí.

La tele debe entretener y para ello la fantasía es muy importante, yo mismo he construido parte de mi carrera sobre la frivolidad o la intrascendencia, como me gusta llamarla, pero siempre dentro de un universo sintético y de vodevil. Cuando hemos abordado temas serios como la violencia de género o durante la pandemia, hemos procurado contar con diferentes visiones acreditadas y contrastadas.

La televisión de 2024 ha vivido cómo se lanzaba la hipótesis absolutamente creíble de que en un parking de Valencia podía haber centenares de muertos para enseguida pasar a la afirmación categórica de que los había y a la putrefacta y peligrosísima tesis de que si los medios no lo decían era porque las autoridades lo estaban tapando.

Aquello del «no quieren que lo sepamos y nos lo quieren ocultar», ¿les suena? Primer mandamiento del negacionismo. Nosotros también nos hemos equivocado muchas veces. Lo hemos reconocido y hemos asumido sus consecuencias. El problema no es equivocarse, lo es cuando no se reconoce o cuando se persiste porque no se considera un error o porque no se quieren asumir las consecuencias.

Entre una cosa y otra la televisión acaba el año en estado de shock esperando que algo cambie en 2025 después de 10 temporadas lamiéndonos las heridas. La televisión tradicional, la de los 6 primeros dígitos del mando a distancia, ha asistido de manera casi impasible a una progresiva fuga de espectadores, especialmente jóvenes, hacia plataformas y redes sociales. Y la tele ha bajado los brazos como si fuera un fenómeno irremediable e irreversible en lugar de perfectamente compatible.

Y tenemos delante de las narices las dos formas en las que la televisión se está defendiendo de esa fuga. Dos casos que parecen aislados y distintos y que son dos caras de la misma moneda. Uno, la exitosa irrupción de ‘La Revuelta’, un show de humor y entrevistas, irreverente y aparentemente anti televisivo, un programa del que se decía que era para un público que ya no veía la tele, los jóvenes, y que estaba condenado al fracaso. Y la otra cara, la televisión de Iker y de algunos otros, dirigida a la parte más oscura e irracional de todos nosotros que siempre se activa en los momentos más vulnerables. La situación es tan grotesca que me he preguntado cómo hemos llegado a ella y me han salido los 7 pecados capitales de la tele. Y como el año acaba, voy a enumerarlos deseando que se queden en el pasado para siempre.

Pecado número uno:
la efebofobia

Los directivos y productores de televisión en abierto habíamos asumido que el público joven no volvería a ver jamás la televisión tradicional. O lo que es lo mismo, que la televisión tal y como la conocíamos estaba condenada a desaparecer. Harakiri catódico. La mayoría tiró la toalla y se dedicó a salvar los muebles envejeciendo los contenidos para contentar a una audiencia adulta que lógicamente irá desapareciendo por la sencilla razón de que la inmortalidad aún no existe.

Pero cuando la tele acierta no hay público que se le resista. Alfonso Arús, el verdadero aunque silenciado rey de las mañanas, lo demuestra cada día con audiencias que rondan el 20 por ciento. Y eso significa que te ve mucho público de todas las edades y de todos los rincones de este país.

Pecado número dos:
la abdicación

Mantener en la tarde dos programas que a duras penas alcanzan el 10% de audiencia es seguramente el ejemplo más claro de cuando la televisión convencional abdica. Las dos principales cadenas intentan atrapar al público adulto con dos productos casi idénticos y celebran alternativamente la victoria cuando uno de ellos adelanta al otro por una décima cuando la realidad es que ninguno de ellos es un éxito.

Ni convencen a los jóvenes ni mantienen la audiencia adulta. Ana Rosa, Sonsoles y sus respectivos equipos, son excelentes profesionales, pero sus propuestas actuales no son lo suficientemente competitivas y le restan fuerza a la televisión. No lo digo yo, lo dicen los datos. Y desgraciadamente hay más ejemplos de franjas ‘abandonadas’ en las parrillas de Antena 3, Telecinco y La Primera, como el prime time, aunque duela reconocerlo.

Pecado número tres:
la autocomplacencia

Siempre se encuentra una referencia positiva para auto convencerse de que un dato objetivamente malo es bueno. «Está muy bien hecho», «tiene muy buena curva», «da muy buena imagen». Los autoengaños en televisión son cada día más retorcidos y surrealistas. Los hay que incluso se referencian así mismos para justificar mantener un programa en emisión. Basta mejorar una décima respecto a la semana anterior para festejarlo y seguir insistiendo.

Vivir al margen del mundo que te rodea es otro pecado muy dañino para la tele. Sobre todo, cuando en una estrategia más propia de la comunicación política que televisiva, algunos mienten a la audiencia vendiéndole éxito incluso cuando la competencia te saca 5 puntos. Atribuir expresiones como «arrasa» o «datazo» a un programa que ocupa el 4º puesto en el ranking de audiencias no sólo es mentir sino que es muy ridículo además de muy pernicioso para la industria.

Pecado número cuatro: pedir paciencia sin modificar nada

Dejemos de repetir aquello de «hay que tener paciencia con los programas», como si el espectador fuera tonto y acabará dándose cuenta de que, aunque no le guste lo que la tele le ofrece, es lo mejor para él. Como si el espectador no tuviera criterio y no tuviera más opción que tragar sí o sí lo que alguien ha decidido programar.

La tele se tiene que mover hasta encontrar al espectador y no al contrario. Arrancamos ‘Todo es Mentira’ con datos absolutamente insostenibles. Tras sólo 4 emisiones Paolo Vasile nos dijo «o cambiáis completamente el programa o el lunes ya no salís». Y nos replanteamos todo el formato, probando cosas, dando algún que otro bandazo, hasta que por fin encontramos la fórmula que la audiencia quería. Hay que tener paciencia, claro, pero también hay que actuar y moverse rápidamente cuando un programa no cae de pie. Lo contrario perjudica seriamente a toda la televisión.

Pecado número cinco:
la medición de audiencias

Es un clamor pero nadie lo dice públicamente: la medición de audiencias actual es deficiente por incompleta. Si nos pusiésemos las pilas en tener unas audiencias más reales quizá podríamos haber previsto el éxito de Broncano y quizá podríamos trabajar para conseguir resultados parecidos en otras franjas, como el prime time, que fracasa una noche tras otra, después de dos access que arrasan.

Sería muy útil un sistema que midiese la audiencia lineal, la conversación generada y el consumo bajo demanda como hacen consultorías como Parrot Analytics. Esa consultoría fue la primera, hace más de cinco años, que anunció que ‘La Resistencia’ de M+ tenía más relevancia real que ‘El Hormiguero’, a pesar de que el programa de Motos tuviese dos millones más de espectadores que el de Broncano en aquella época. Es una pena que hayamos tenido que esperar a José Pablo López, entonces director de contenidos de TVE, para que una tele generalista se atreviese a probar esa teoría.

Tengo la sensación, y aquí reconozco no ser nada imparcial, de que la tele de barrio que hacemos en ‘Ni que fuéramos Shhh’, siendo un gran éxito en TEN, es también víctima de esa medición insuficiente. A golpe de esperpento el programa de María Patiño, Belén Esteban, Víctor Sandoval, Lydia Lozano, Chelo Gª Cortés o los Kikos es una máquina de generar conversación social, una fábrica constante de viralidad y titulares. Y lo más sorprendente para la vieja guardia televisiva, arrasa entre los jóvenes de mediana edad. ‘Ni que fuéramos Shhh’ y su living show lidera muchas tardes entre el público de 25 a 44 años. Que un formato que se emite en un pequeño canal de la TDT cuya media es del 1.4% tenga más espectadores jóvenes que Telecinco, Antena 3, TVE, Cuatro, La Sexta y todos los demás canales, algo nos está diciendo.

Pecado número seis:
las frasecitas de despacho

Todavía hay jefes de canales que dicen «esto a mi madre no le interesa», una frase que genera mucha vergüenza ajena y que algunos llevan 30 años repitiendo. Esa pobre madre que se usa como excusa ya tiene más de 80 años, pero sigue siendo el gurú de muchos que mandan en la tele. Los hay que repiten una y otra vez que «a los jóvenes no le gustan los culebrones» pasando por alto que ‘La Promesa’ lidera las tardes gracias a ellos.

Otras frasecitas que esgrimen los directivos para suplir la falta real de datos y de atrevimiento es «ese contenido es muy de nicho», como si eso fuese malo. Hoy en día todo es nicho. Y el nicho es mainstream. Un youtuber divulgador de música clásica (sí, Mozart, Bach o Beethoven) tiene más espectadores que los programas de tarde diseñados para gustar a toda la familia. ¿Dónde está el nicho?

Más frases a desterrar: «eso es demasiado masculino» o, «ya tenemos un programa femenino» (porque hay cuotas), «eso no se va a entender», «¿eso se puede consumir troceado?», «¿se puede ver en el móvil?»... Frases que enmascaran la inoperancia de los que toman decisiones. Quizá hace unos años, cuando vivíamos en la opulencia televisiva era posible esconderse tras esos argumentos. Ahora que el ecosistema audiovisual es mucho más complejo habría que jubilar las demoledoras frasecitas que han encerrado en un cajón grandísimos proyectos.

Pecado número siete:
la polarización

Justo en el momento más comprometido de la televisión lineal en abierto, justo ahora que hay más competencia que nunca y que en internet han saltado por los aires los límites a la creatividad y a la transgresión, justo ahora, a los grandes de la televisión lineal les da por intentar sentar a la vez a toda la familia a ver en la tele algo que no les haga sentir incómodos a ninguno.

Las teles grandes se han autoimpuesto tantos condicionantes que casi les es imposible ser coherentes sin rescatar formatos de los años 90 o 2000 que pocos quieren ver. Porque ni las familias son como las de antes ni se quiere consumir lo mismo que hace 20 años.

Mientras, vivimos una polarización que divide la tele y su audiencia entre la fachosfera y el sanchismo. Una división que, lamentablemente, empieza a colocar a los profesionales de la tele y a los medios a ambos lados de la trinchera. Los que hacemos tele tenemos nuestra historia personal y cojeamos de pies muy diversos, pero el entretenimiento no debería tener color y es responsabilidad nuestra no caer en esa trampa. El día que Pablo Motos incorporó una tertulia política en el mejor programa de entretenimiento o el día del «rojos y maricones» de Jorge Javier o el día en el que Ana Rosa decidió arrancar el mejor magazine con sus editoriales, el entretenimiento en este país tiró la toalla. La televisión de entretenimiento no debería tener más poder que el de entretener, y es un muy volátil.

La redención

Directivos y productores, si hay algún momento para arriesgar e innovar es justo ahora. La producción de televisión es ciencia, la menos exacta de todas. Y probablemente la profesión con mayor índice de fracasos. Bien. Pero esos fracasos duelen más cuando tras ellos hay conservadurismo y miedo a arriesgar.

El meneo del efecto Broncano en la tele es positivo, supone un cambio generacional y un mensaje de optimismo para el futuro de la televisión tradicional. Confiemos en los que nos traen ideas diferentes, que incluso nos incomodan, confiemos en creadores y creadoras de televisión. Hay muchísimos en las productoras.

No hagamos programas Frankenstein ni a golpe de Excel juntando cosas que se supone que van a funcionar. Fijémonos en aquellos formatos en los que la televisión demuestra su fortaleza: La Revuelta, El Hormiguero, el regreso de Operación Triunfo en 2017, Aruser@s, La Ruleta, La Isla de las Tentaciones, Supervivientes e incluso el clan Campos descuartizándose entre sí cada viernes por la noche. Confiemos en los equipos y no en los algoritmos. Y recordemos cuando teníamos 20 años y aspirábamos a engrandecer la tele. Cuando no éramos directivos. Y no dejemos pasar ni un bulo más, denunciémoslos y luchemos contra ellos, porque la tele no debería perder jamás su credibilidad. Feliz Navidad y no olvidemos que solo es tele.

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