El periodista, crítico y escritor Peter Stothard relata la caza de los hombres que mataron a Julio César en el ensayo El último asesino (Ático de los libros), el primero de sus volúmenes traducido al castellano. El británico, que fue editor de The Times, recupera más de una década de violenta persecución a través de varios continentes, en la que el último en morir fue Casio de Parma, un poeta, dramaturgo y marinero casi desconocido que luchó en todos los bandos durante las guerras civiles de la moribunda República, salvo en el ganador.
¿Por qué se interesa especialmente en Casio de Parma?
Casio era de una pequeña ciudad de lo que aún no era Italia. Era de Parma. Por entonces la ciudad ya tenía fama por el jamón y el queso, pero no era ni mucho menos un destino turístico. Casio era poeta, marinero y uno de los más jóvenes de entre quienes asesinaron a Julio César en los idus de marzo del año 44 a.C., pero, a diferencia de los asesinos más mayores, vivió lo suficiente para ver los resultados del asesinato, el gobierno de un solo hombre, que fue exactamente lo contrario de lo que todos habían esperado. La mayoría de los asesinos políticos, entonces, después y ahora, no tienen la oportunidad de ver las consecuencias de sus acciones.
¿Con su muerte se extingue para siempre la República romana?
El asesinato de Casio de Parma en la década siguiente, en el año 30 a.C., sólo importó al hijo adoptivo de César, Octavio, que había ganado las guerras para convertirse en el nuevo César. Uno de los logros de los que Octavio se sintió más orgulloso, incluso después de haberse convertido en el emperador Augusto, fue haber matado a los hombres que habían asesinado a su padre adoptivo. La mayoría de los asesinos nunca vio los resultados del asesinato, para poder hacer balance entre sus ideales y las consecuencias de sus acciones. Casio, retirado e intranquilo en Atenas, temía que un día un soldado de Roma llamara a la puerta de su casa. Estaba en lo cierto. Nunca regresó a Italia. Tampoco lo hizo la República romana.
Los asesinos querían convertirse en salvadores de esta república. ¿Qué se les volvió en contra?
Los principales asesinos malinterpretaron el estado de ánimo del pueblo romano y de sus soldados. Eran hombres ricos que esperaban recibir las alabanzas y las gracias de los pobres por haber vuelto a la época anterior a Julio César. En su lugar, se encontraron con una ciudad dividida en la que sus detractores superaban rápidamente en número a sus partidarios. En comparación con otras ciudades antiguas, Roma era abierta y democrática, y muchos de sus poderes estaban compartidos. Pero César había sido un brillante populista y numerosos ciudadanos se negaron a luchar para restaurar el control de hombres ricos cuyo ideal de libertad se consideraba que respondía principalmente a la libertad tradicional de su propia clase.
¿Julio César debía morir?
En opinión de Bruto y sus principales conspiradores, César debía morir para evitar que se convirtiera en rey de Roma. Bruto procedía de una familia cuyo principal ancestro había expulsado al último rey de Roma muchos siglos antes. Bruto sentía la necesidad de estar a la altura de su pasado familiar. Otros asesinos se unieron a la conspiración por razones personales añadidas, como el historial de relaciones sexuales de César con sus esposas, la redistribución de sus tierras a su principal amante, el hecho de que no diera a sus amigos suficientes altos cargos, su generosidad con sus enemigos... Pero el miedo a la tiranía, un concepto antiguo incluso entonces, procedente de la filosofía de los griegos, ocupaba un lugar central.
Una cosa es pertenecer a una conspiración y otra muy distinta tener el valor de empuñar un arma. ¿El magnicidio fue en sí mismo un acto simbólico?
A los romanos no les temblaba el pulso si tenían que empuñar las armas. Desde niños se les había entrenado para ello, y muchos convirtieron las armas en su oficio. Pero el simbolismo era vital. Tenía que ser una empresa conjunta en un lugar público, un asesinato por parte de los amigos e iguales sociales de César, no un apuñalamiento en un callejón. Tenía que ser un acto político público para ganar la legitimidad que buscaban.
¿Qué papel tuvo Cicerón en todo ello?
Que Cicerón, el principal intelectual y orador de Roma, conociera el complot de antemano se consideraba un riesgo demasiado grande para el plan. Sigue siendo un hecho asombroso que tantos hombres de menor importancia, incluido Casio de Parma, fueran capaces de guardar el secreto. Una vez consumado el hecho, Cicerón se mostró encantado y se erigió en intermediario entre Bruto y Marco Antonio, que era el principal aliado de César en Roma. Pero el acuerdo no sobrevivió al regreso a Roma del adolescente Octavio. Los soldados y partidarios de César entre el pueblo querían venganza y fue Octavio, más que Antonio, quien pudo dársela. Cicerón, tras meses de retórica ultrajante e intentos de negociación, acabó con la cabeza y las manos cortadas, y con la lengua atravesada por un alfiler del vestido de la mujer de Antonio; todo ello se expuso públicamente en el Foro, escenario de sus mayores triunfos pasados.
¿Por qué Octavio Augusto quiso acabar con todos? ¿Tenía miedo de que le ocurriera lo mismo que a César?
La madre de Augusto, hija de la hermana de César, temía lo suficiente el asesinato de su hijo como para intentar disuadirlo de aceptar el legado político de César. El dinero, pensó, sería suficiente. Octavio y Antonio vengaron a algunos de los asesinos mediante la «proscripción» legal, una invitación para que las esposas traicionaran a los maridos, los endeudados a sus banqueros y los vecinos resolvieran disputas por tierras. Primero los asesinos, y luego cualquiera que los hubiera apoyado, Cicerón el primero. Pagaron por sus cabezas. Fue una época de terror y guerra civil en la que, uno a uno, murieron los asesinos.
¿Por qué cree que el asesinato de César fue tan emblemático?
El asesinato causó una conmoción inmediata. Pronto pasó a significar algo más que el acto en sí. Para Augusto fue la principal legitimación de su gobierno, primero la venganza y luego la paz, aunque más tarde su principal énfasis se puso en la ausencia de guerras civiles y la extensión del imperio. Siempre que en siglos posteriores se habló de destituir a un líder dictatorial -desde la ejecución de Carlos I en Inglaterra hasta el asesinato de Abraham Lincoln en Estados Unidos- surgía el ejemplo de Julio César. ¿Justifica el fin los medios? ¿Hasta qué punto tiene que ser mala una dictadura para que sea correcto acabar con ella? ¿Y si un asesinato provoca el resultado que los asesinos intentan evitar? Todas estas eran preguntas candentes cuando Casio de Parma llegó por primera vez a Roma, y sobre ellas tuvo la oportunidad de reflexionar durante más tiempo que nadie. Antes de El último asesino, nadie había escrito una historia vista desde el punto de vista de Casio de Parma. Escribir este libro ha supuesto unirme a una larga y perenne conversación.