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‘Los bosnios’, de Velibor Čolić: Memoria erosionada

Un sentido homenaje a todos aquellos que nunca aparecerán en ningún libro de Historia

11 enero 2025 11:07 | Actualizado a 12 enero 2025 07:00
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Siempre se ha pensado que el tiempo lo cura todo. Y si no todo, en el mejor de los casos, sí casi todo. Con su manto entretejido de olvido es capaz de zanjar las disputas más enconadas, cicatrizar (des)amores que parecían destinados a latir en carne viva hasta el fin de los días, dar a aquellos que se fueron un lugar nuevo en el recuerdo. El tiempo, con su fuerza implacable, termina por arrinconarlo todo en los recovecos más ocultos de la memoria –el motivo que desencadenó la disputa, la herida que truncó el amor, el lugar que ocuparon los que nos dejaron–, de suerte que en algún momento nos habremos de olvidar de todo. Como si nada de aquello hubiera tenido lugar. Y es que a veces el olvido puede ser la mejor de las soluciones; otras, un simple remedio con el que resignarse, un no remover las aguas más de la cuenta por temor a despertar lo que sea que se esconde bajo el lodo, pero la mayoría de las veces el olvido que trae consigo el correr del tiempo es una injusta condena para algo que nunca debería haber sido relegado a las antípodas de la memoria.

El olvido asociado al paso del tiempo opera de igual manera en la memoria colectiva, ese ente vivo en permanente estado de cambio que, hoy más que nunca, es pasto de intereses espurios de todo tipo. Gobiernos, multinacionales, credos, nacionalismos y un larguísimo etcétera hacen cola para meterle mano. La memoria actual se ha convertido en un ring de boxeo de narrativas contrapuestas, en el que poco o nada interesan las personas y mucho unos fines tan elevados que no hay cuello humano que alcance a otearlos siquiera. Por todo esto –porque hay que combatir el olvido y la naturaleza caprichosa de la memoria en manos de terceros– es importante que se sigan escribiendo y leyendo libros como los de Velibor Čolić. Los bosnios, primera obra de su autor, a la que han seguido un buen puñado de excelentes títulos, lleva al lector a los Balcanes de principios de los años noventa, a lo que fuera el hervidero de Europa. Sus algo más de cien páginas constituyen un testimonio único de lo que allí se vivió. El hecho de que el autor combatiera en el bando bosnio no convierte la narración en una interpretación maniquea de la guerra, al contrario, le confiere una carga de realidad sobrecogedora que de otro modo no hubiera sido posible.

$!‘Los bosnios’, de Velibor Čolić: Memoria erosionada

Título castellano: Los bosnios
Autor: Velibor Čolić
Editorial: Periférica
Traductora: Laura Salas Rodríguez
Páginas: 128



Musulmanes, serbios y croatas. Soldados de ambos bandos, niños y niñas, ancianos y ancianas, hombres y mujeres de todas las edades
. Todos fueron víctimas injustas. Como lo son todas en cualquier guerra. Gradačac, Jajce, Mostar, Sarajevo o Goražde. Los nombres de cinco ciudades nombradas al azar. El nombre de otras cinco hubiese servido igual para ilustrar esta guerra, una de las grandes tragedias del pasado siglo. Ni una sola piedra escapó de la barbarie y el sinsentido. En uno de los relatos vemos cómo el soldado serbio Zdravko Ilincic, poeta de Modriča, muere a causa de la metralla generada por un obús de su propio ejército, mientras en ese mismo instante, en Milosevac, un pueblo cercano, su hermano Budimir es condecorado y ascendido a grado de capitán de la artillería del ejército serbio. Pero, como siempre, entre tanta estupidez y violencia, un resquicio de luz por el que se infiltra un rayo de humanidad. «No todos los serbios son iguales» escribió alguien en cirílico sobre una bomba destinada a no cobrarse ninguna vida en aquella contienda inútil.

Los bosnios, compuesto por decenas de capítulos breves encabezados por los nombres y los apellidos de los muertos de ambos bandos, es un alegato contra el paso del tiempo, el olvido y la erosión de la memoria. Es un sentido homenaje a todos aquellos que nunca aparecerán en ningún libro de Historia, ni siquiera en una triste nota a pie de página, condenados a ser mera unidad de una cifra siempre mucho mayor. Y es que hay cosas que nunca deberían olvidarse. Esto último lo tenía muy claro Daŝsa Drndič, que en sus novelas Belladona y Trieste dedica, respectivamente, once páginas a recordar el nombre de los mil cincuenta y cinco judíos que fueron desterrados en una fosa común de Zasavica, en 1945, y quince para hacer lo propio con los dos mil sesenta y un niños judíos de La Haya que fueron separados de sus padres por los nazis, con destino a Auschwitz, Sobibor, Bergen-Belsen y Theresienstadt. Porque, ahora más que nunca, hay momentos de la Historia que no deberíamos olvidar.

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