Cuando Sara Blanch (Darmós, 1989) llegó a Barcelona, con 18 años, para estudiar música lo que más le llamó la atención fue la velocidad a la que andaba la gente. «Me estresaba un poco. Preguntaba dónde estaba un sitio y me decían que cerca, aunque, para mí, estuviera en la otra punta. En mi pueblo, mi abuela vivía a dos calles de mi casa y me parecía lejos, así que imagínate. Al final, me acostumbré a caminar rápido», cuenta la soprano desde Niza (Francia), donde acaba de estrenar la ópera La sonnambula, de Vincenzo Bellini. Interpreta a Amina, el personaje principal.
Blanch mamó la música desde niña. Su padre, Joan Carles, es compositor y director de coro y orquesta y su madre, Mercè, profesora de piano. Se veía venir que en cualquier momento iba a entonar aquello de «quiero ser artista». La banda sonora de su infancia tiene mucha música clásica y sinfónica y algo de ópera. Con ocho años estaba loca por ir al programa de televisión Menudas estrellas –versión infantil de Lluvia de estrellas–, pero sus padres le sacaron la idea de la cabeza.
«Me dijeron que si me quería dedicar a esto primero debía estudiar canto para tener una base sólida. No les gustaba que siendo tan pequeña me presentara a un programa que creaba estrellas fugaces, con mucho éxito al momento pero luego nada. Y la verdad es que les agradezco muchísimo su decisión y la comparto a día de hoy», recuerda.
Su tranquila y feliz vida en su pueblo de apenas cien habitantes, donde todos se saludan cuando se cruzan, transcurría entre partituras en casa, las clases en el colegio, las extraescolares de danza... y el fútbol. Siempre estaba con una pelota en los pies. Después de comer bajaba sola a la calle a dar unos toques y se montaba sus circuitos, y cuando tenía ocasión iba con otros chicos al campo que había en Darmós para echar algún partido.
«Me gustaba más regatear que chutar a puerta», dice. Culé confesa, su ídolo era Ronaldinho. «Me encantaba su forma tan natural y expresiva de jugar. Hacía del juego un arte, de la misma manera que yo entiendo el canto. Se puede cantar muy bien y tener una gran técnica, pero no transmitir nada. Yo trato de tener una buena técnica que me permita expresar todos mis sentimientos y conectar con la gente. Ronaldinho tenía ese punto en el fútbol», afirma.
Blanch dio sus primeros pasos musicales en familia, en el coro local del que formaban parte sus padres. A los 14 años se apuntó a la Escola Municipal de Música i Dansa de Móra d’Ebre con la profesora de canto Isabel Cañas. Se formó también en piano y danza. Convencida de que quería convertir su vocación en su profesión, cumplida la mayoría de edad hizo las maletas y se mudó a Barcelona. Pasó un año preparando su ingreso en el Conservatori de Sabadell, donde estudió cuatro cursos, y después completó tres más en la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC) y uno en el Conservatori del Liceu.
El rodaje lo hizo en concursos que ganaba uno tras otro: premio del público en el de Canto Montserrat Caballé (2014), el Josep Mirabent i Magrans de Sitges (2015) y el Tenor Viñas (2016). «No le daba mucha importancia a los premios, para mí era como un aprendizaje, una ocasión para probarme a mí misma», reconoce. De hecho, continúa formándose con la cantante italiana Mariella Devia.
Ahora es una soprano consagrada a nivel internacional, que ha actuado en las mejores plazas: el Teatro Real y la Zarzuela de Madrid, el Palau de la Música, el Théâtre des Champs-Élysées de Paris, el Maggio Musicale Fiorentino de Florencia, Turín, Salzburgo, Rusia... Recientemente ha interpretado a Norina, de Don Pasquale, en el Liceu.
Cada vez que trabaja en una ópera se pasa un mes y medio fuera de casa. Está más de viaje que en su piso de Barcelona. En las ciudades en las que actúa se coge «un apartamento para poderme cocinar, porque miro mucho mi alimentación, y hago vida normal: voy a la compra, me cocino, lavo la ropa... A veces, una persona me ayuda con la limpieza», dice. Apenas tiene tiempo libre, ensaya entre seis y ocho horas al día, pero siempre que puede busca un spa, con masaje incluido, para relajar todas las tensiones del cuerpo, descansar mejor... «y porque me gusta mucho».
Se autodefine como una artista muy pasional, perfeccionista y emocional. No se considera una diva, si entendemos por diva a una estereotipada cantante distante y arrogante. Tampoco cree que la ópera sea elitista. Cuida su físico al máximo, pero sin obsesionarse, hace deporte y le da mucha importancia a dormir bien. Su voz es su principal herramienta, la mima en exceso. «En los ensayos no canto siempre, hay días que solo marco. Y luego no hablo mucho, evito encadenar una llamada de teléfono tras otra. Llamo a mi pareja, mis padres y mi hermana y ya está», explica.
El personaje que más le ha llenado es el de Lucía de Lammermoor, de la obra homónima de Gaetano Donizetti, aunque «me divierto con cada cosa que hago». Lleva mal la rutina, «no me gustaría cantar siempre lo mismo», y está abierta a probar nuevos géneros musicales. Le va el pop noventero de las Spice Girls, Britney Spears y Jennifer Lopez, a las que imitaba de niña. «Me apetece hacer algo pop más moderno o incluso flamenco, pero no sé si me saldrá la ocasión o si sería muy compatible», concluye.