Dejaba atrás la bulliciosa Osaka para dirigirme a la península de Kii. Un trayecto de cuatro horas en tren de cercanías me llevaría hasta Shingu, mi campamento base para descubrir uno de los lugares más espirituales de Japón. Aquel paisaje costero, en el que el tiempo parecía correr a otra velocidad, era tan solo el preludio de todo lo que viviría después. Me esperaba el Camino Kumano Kodo. Con más 1.000 años de antigüedad, es el camino de peregrinación más importante de Japón.
Lugar sagrado del sintoísmo, Kumano Kodo no es una única ruta de peregrinación sino toda una extensa red de caminos que conectan los tres grandes santuarios de Kumano Sanzan, como se llama al conjunto de estos santuarios. Me disponía a recorrer esos caminos por los que ya en el siglo VIII peregrinaban los emperadores durante el período Heian.
Los sitios sagrados y rutas de peregrinación de los montes Kii son y el Camino de Santiago de Compostela son las dos únicas rutas de peregrinación consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
A pesar de estar separadas por 10.000 kilómetros, su conexión espiritual es tal que es incluso posible conseguir el reconocimiento de doble peregrinación para los que realicen ambos caminos. Ver, en no pocos sitios, el dibujo de la vieira junto al cuervo de tres patas, símbolo de Kumano Kodo, me emocionó si cabe más aún. Algo me decía que la experiencia me marcaría para siempre.
El otoño en Japón me estaba regalando unos paisajes de acuarela. Sobre el verde intenso aparecían ocres, ámbares y rojizos que pintaban los bosques y cubrían con sus hojas quebradizas los caminos, crujiendo bajo mis pies al caminar. La espiritualidad de Kumano Kodo va mucho más allá de sus preciosos templos, la naturaleza es un elemento fundamental y sagrado del Camino, la armonía es total y mis cinco sentidos comenzaban a ser conscientes de ello a cada paso.
Crucé el gran torii de madera, el viento que movía las hojas de los árboles centenarios me susurró algo al oído, estaba entrando en terreno sagrado. Tras él, unas empinadas escaleras que parecían eternas me condujeron hasta el santuario Hongu Taisha. Tradicionalmente, es el primero de los tres grandes santuarios que visitan los peregrinos. Considerado el centro espiritual de Kumano Kodo, todas las rutas de peregrinación confluyen en él.
Tras cruzar la puerta de madera, apareció ante mis ojos el majestuoso Hongu Taisha. Es el más austero de los tres santuarios y el único que no está pintado de colores vivos. Su imponente techado de madera queda visualmente integrado entre los bosques que lo rodean, una comunión perfecta con la naturaleza, pero aún faltaba un elemento.
El cielo se abrió y comenzó a llover. Las gotas caían por el grueso tejado de madera de ciprés como un torrente. Los pocos peregrinos que allí se encontraban desaparecieron, dejándome en la más absoluta soledad y regalándome un momento íntimo. Tenía el santuario solo para mí, en un silencio solo roto por el sonido del agua al caer.
Aquella experiencia mística había sido todo un regalo, pero no iba a ser el último. En mi camino al santuario Hayatama Taisha, la lluvia volvió a hacer su aparición, temerosa ella de que me sintiera sola, me acompañó durante todo el Camino, lo acepté, ¡qué remedio! Al fin y al cabo ella era un elemento sagrado más de la naturaleza.
Pintado en tonos rojizos, verdes y blancos, el santuario Hayatama Taisha no es lo único sagrado del recinto. Allí se encuentra también Nagi-no-Ki, una conífera de 800 años considerada también una deidad. El precioso santuario se encuentra en la desembocadura del río Kumano que, además de ser sagrado, también permite llegar allí en barco.
Pero aún me faltaban por ver preciosas estampas que quedarían grabadas para siempre en mi memoria. El santuario Nachi Taisha me tenía preparados muchos regalos, que harían del Camino Kumano Kodo una de mis mejores experiencias en el país del sol naciente.
Volvía a escuchar el sonido del agua, pero la lluvia era demasiado débil para tanto estruendo. Nada más cruzar la gran entrada del recinto sagrado el sonido se hizo más intenso. Al alzar la vista una imponente cascada me dio la respuesta. Tenía frente a mí la cascada Nachi que, con 133 metros, es la más alta de todo Japón. Rodeada de un bosque virgen perenne su visión es hipnótica y, más allá de su belleza natural, es también hogar de dioses.
Siguiendo la armonía de convivencia religiosa, muy próxima a la cascada se encuentra una de las imágenes más icónicas y bonitas del camino Kumano, el templo budista Seigantoji. Esta preciosa pagoda de tres pisos de un rojo brillante tiene a sus espaldas la cascada Nachi. Esta imagen de postal paró el tiempo por completo. No recuerdo si permanecí contemplándolas, a ambas, minutos u horas en plena comunión. Fue mágico.
Un lugar único, en un entorno excepcional, más allá, unos escalones eternos rodeados de árboles que parecían querer acariciar el cielo y otro, también sagrado, un anciano alcanforero de más de 1000 años de antigüedad.
Abrí el libro de Blasco Ibáñez y su ruta por Japón, que me había acompañado durante todo el camino. Sus contraportadas estaban llenas de sellos estampados en distintos colores, uno por cada etapa del camino, lo cerré suavemente y lo guardé como el que sabe que tiene entre sus manos un tesoro, lo que había sido aquella experiencia.