Una de las características que más valoro en una novela es que sea capaz de zarandear las conciencias de los lectores y que los invite a hacer un ejercicio de reflexión y de asunción de dolorosas realidades que emponzoñan nuestra sociedad. Esto precisamente es lo que ha conseguido Xenia García con su primera novela: Kudryavka (Perra de pelo rizado), la cual viene avalada por el Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones.
La autora, mediante capítulos breves de sugestivos y originales títulos, va desgranando la historia de Pepa, una mujer de 40 años que convive con la niña de doce años que fue, la cual vivió una infancia marcada por la ausencia de cariño materno, por el deseo de tener una muñeca y por oscuros acontecimientos que se irán desvelando progresivamente y que marcarán para siempre a la Pepa adulta. La protagonista, divorciada y madre de un hijo, ha aprendido a sobrevivir a las vicisitudes de la vida e intenta cubrir las heridas con una costra que la proteja de la soledad, del dolor y del fracaso existencial. Pero esta costra empezará a resquebrajarse cuando reciba la terrible noticia de que, el Hombre, su exmarido, ha fallecido supuestamente tras sufrir un paro cardíaco. El Hijo le pedirá a Pepa que se encargue de vaciar el piso del padre y ella accederá. Durante una temporada, Pepa vivirá en ese piso vacío recordando, buscando respuestas y conocerá a la Niña, personaje fundamental en la trama. Obsérvese que, excepto Pepa, el resto de personajes no tienen nombre propio sino que son aludidos mediante sustantivos genéricos, pues son símbolos de todos los hombres, hijos y niñas que viven las experiencias descritas por la escritora.
Tres son las voces narrativas que articulan la obra. La primera persona es empleada por Pepa, quien escribe la novela como ejercicio sanador («elijo escribir y dejar de llorar, porque solo dejando de llorar se puede escribir»), la tercera persona aparece en los capítulos dedicados a la Niña y la segunda persona se emplea cuando se habla del Hombre. Xenia García emplea un «tú» con el que bucea por los intersticios más recónditos del Hombre con un ritmo y una cadencia que recuerdan a los coros de las tragedias griegas. Y es que esta novela es la tragedia del doloroso descubrimiento. Unos archivos ocultos en el ordenador del difunto desvelan su inclinación por los «cuerpos incompletos», por los «cuerpos no acabados» de niñas en las que también Pepa se ve reflejada. Ella también es todas esas niñas. Alrededor de este horror («mi costra ya no es suficiente para esto»), Xenia García articula temas como el suicidio, la presión psicológica que puede ejercer el Opus Dei, la culpa como elemento devastador, la connivencia de una parte de la iglesia ante los abusos a menores y el amor maternal que obliga a Pepa a ocultar la verdad al Hijo («obligada al silencio por mi costra de madre... Por cada herida que le lamo, se me abre una nueva») a la vez que cumple con su deber («Voy a llegar hasta el final, a ese lugar donde todo encaje y la culpa deje de inflamar mi cuerpo»).
El delicadísimo tema que articula la novela es presentado con crudeza, con una prosa directa, en ocasiones con frases muy breves, de ritmo sentencioso, y con un lirismo potente, con imágenes impactantes que van formando en el lector un ditirambo del dolor. Imposible no sentirse indignado ante los deleznables actos que comete el Hombre. Asimismo, Xenia García hace uso de los símbolos, como los gusanos que dibuja la Niña (estremecedor es su significado) o como el apodo de Pepa: Kudryavka, nombre de la perra Laika antes de ser lanzada al espacio. Pepa y las otras muchas niñas, como la perra de pelo rizado, obligadas a vivir un enorme peligro.
Es destacable el capítulo en el que la autora hace un retrato, sin empatía pero con imparcialidad, del Hombre, de cómo ha acabado convirtiéndose en un monstruo, de su lucha interna («hace años que negocias a solas con tu propio deseo»), de cómo ha perdido su esencia humana de antes («te echas de menos») y de cómo ese lado oscuro se ha enseñoreado de su ser. Xenia García expone esta lucha del Hombre y su devastadora evolución y es el lector quien juzga.
En definitiva, Kudryavka es un grito valiente de denuncia, «un pellizco en la costilla» para que no haya más niñas que dibujen gusanos «para evitar un mal menor», para acabar con los «pulgones del guisante» que pudren la infancia de niñas inocentes e indefensas a las que Xenia García aquí da voz.
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