A veces veo orcas (Varia Editio) es el cuarto libro de relatos del tarraconense Enrique Gómez León, escritor, profesor y doctor en Filosofía. También conocido por su paso por el concurso televisivo Saber y ganar de La 2. El autor, acompañado por el profesor de Literatura Juan Carlos Elijas y de Agnès Martí, del colectivo TeclaSmith, lo presentará esta tarde en El Teatret del Serrallo (19 h). Está prevista también la participación de Santiago J. Castellà, presidente de Port Tarragona. Un libro que «está escrito para que la gente se pueda reír. Si alguien me dice que se ha reído con él, me sentiré extraordinariamente pagado», dice Enrique.
Relatos, ensayo... Géneros combinados. Incluso con un ‘abstract’, como si fuera un trabajo de final de Grado.
Cargado de humor, espero. No pienso que tenga que haber fronteras infranqueables entre los géneros de escritura. También estoy muy sesgado por mi propia formación. Pero como no busco a cualquier precio el aplauso ni la victoria social, entonces hago un poco lo que quiero y que me parezca bien.
El relato del DJ es el que incluye el ‘abstract’. De inadaptado a artista. ¿Cómo surgió?
Siempre funciona de la misma manera. Hay una escena, o bien un juego de palabras, o una situación particularmente simbólica, que se convierte en el desenlace de un determinado relato. Mi trabajo consiste en escribir todo lo previo que haga necesaria esa conclusión. Y en el caso del DJ, el ambiente en el que surgió la idea, fue acompañando a mi hija adolescente a una fiesta de estas y aburriéndome como una ostra dije, voy a pensar. Y se me ocurrió algo muy vengativo. Este fue el origen.
¿Hizo mentalmente el experimento de la gota que colma el vaso?
No fue lo primero que pensé, sino en el final, como en todos los demás. En este sentido, es una tortura dulce porque es un trabajo casi me atrevería a decir más cercano a la lógica o a las matemáticas que a otra disciplina. Yo tenía que montar de un modo verosímil una conclusión, que es la primera ocurrencia que tuve. Pero hice físicamente el experimento. Aunque no es necesario hacerlo para escribir, formo parte del conjunto de individuos que son un poco maniáticos cuando quieren redactar algo. Cuando hablo no soy así, ni cuando daba clases. Cuando era profesor lo fundamental era saber cuál era la primera frase que iba a decir. Pero jamás programé dónde quería llegar. Como orador, le dejo todo a la improvisación. Como escritor, no le dejo nada.
El origen de los relatos, normalmente, es cotidiano. Menos las orcas en Tarragona. ¿Usted sería el hombre que se las encontraría o el que no las vería?
Soy el que contaría a los demás que alguien las ha visto.
Tengo la manía de buscar siempre una conexión entre los cuentos. ¿La hay?
Este libro nace al hilo de un ensayo que bauticé como Antropología festiva, que publiqué hace un año y medio, que se titula Mamotretos y armatostes. Es un ensayo en el que intento revelar una figura contemporánea muy significativa a la que llamo cursifacha. Tenía que haber más erudición que invención. Pero al hilo de lo que reflexionaba se me ocurrían cosas y quedaron anotaciones. Con ellas armé una cosa de ficción, que es muy tributaria de lo que se me ocurría escribiendo el otro libro. O sea, tienen el mismo aroma excepto un cuento, el último.

¿Y cuál es ese aroma que hace de nexo?
Tiene que ver con la portada que, además, tuve la suerte de poder escoger. Busqué la imagen de Giotto, de uno de los vicios, la Estulticia, que está en Padua.
Me ha recordado su editor, Manuel Rivera, sus muchos programas de ‘Saber y ganar’.
Cien en una primera época, que me dieron un premio. Después, regresé y estuve 37 más.
¿Qué tal la experiencia?
Muy positiva, para ser sobre todo algo que yo no había programado, porque fue una sorpresa que me dio mi familia. En un principio me resistí como gato panza arriba porque pensé «voy a ser el hazmerreír de todo el instituto». Pero como salió bien se convirtió en un premio increíble. A los chavales les hacía gracia. Me trataron con mucho cariño.
¿Le recriminaron algún error?
Dos pifias que cometí con películas de Disney. Por ejemplo, me equivoqué con el nombre de una hada madrina.
Volviendo a los cuentos. ¿Cuánto cuenta un detalle?
Todo. Literariamente, tiene mucha gracia montar una trama secundaria que incluso puede ocupar el 90% del texto llena de ciertos detalles. Pero luego tiene que haber esta especie de estallido final. Como en Los muertos, de Joyce. Hay una subtrama perfecta y nutritiva que te dice muchas cosas. Pero sabes que lo que está moviendo al señor Joyce a escribir es lo que cuenta al final.
Como usted.
Como yo pretendo.