Novelas de madres e hijas, más allá del reproche

Cuando le pasa por encima el departamento de marketing a una novela, cualquier virtud literaria no de moda queda tapada

26 octubre 2024 19:36 | Actualizado a 27 octubre 2024 07:00
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Nada más a mano que culpar a la madre de las desgracias: siempre están ahí, todo lo aguantan. Hay madres negligentes, madres egoístas, madres sobreprotectoras, madres torpes, madres de avergonzarse, madres caricaturizables, madres despiadadas, madres que dan para novelas. De un tiempo a esta parte, me asaltan libros bajo un mismo paraguas temático que podríamos llamar el ajuste de cuentas a la madre. Recuerdo un primer ejemplo de esto que digo: Llamadas de mamá, de Caroline Fives, en Sexto Piso, que abandoné por la incomodidad que me provoca este tipo de libros. Ese reparo me ha hecho sortear algunos hitos recientes, en español y no ficción, que ahondan en el asunto bajo el paraguas “las complicadas relaciones madre-hija”. Lo son, como suelen ser en general las relaciones personales. Madre-hija, padre-hijo, tío-sobrina, entre amigos, con la parejas, etc., porque las relaciones humanas son complicadas. La insistencia en la etiqueta es una muestra más de la industrialización: esto funciona, prepáreme mil. Cuando le pasa por encima el departamento de marketing a una novela, cualquier virtud literaria no de moda queda tapada, arrollada como el Correcaminos tras el atropello de la apisonadora. Antes de esa moda, hubo libros sobre “las complicadas relaciones madre-hija”, retratos de madres extremas, como El club de los mentirosos de Mary Karr o Tú no eres como las otras madres de Angelika Schrobsdorff –los dos en Errata naturae en coedición con Periférica–. Este mismo año se publicó Lo que cabe en un instante, de Abigail Thomas (también en Errata, traducción de Regina López Muñoz), libro de memorias más bien fragmentario y deliberadamente errático. En la primera parte, Thomas se comporta como una madre un poco negligente: es joven, muy joven; pero no trata de excusarse, no hay culpa, no hay juicio moral.

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Título: Lo que cabe en un instante

Autora: Abigail Thomas

Editorial: Errata naturae, 2024

Mis fantasmas, de Gwendoline Riley (Sexto Piso, traducción de Ce Santiago), se anuncia como “Una incursión mordaz y original al eterno campo de batalla de las relaciones entre madres e hijas”. En la novela, la narradora y protagonista, Bridget Grant, trata de entender a su madre, Helen Grant, con quien la relación nunca ha sido muy fluida. Es una madre en fuga, con dos matrimonios y sendos divorcios a la espalda, de la que Bridget se avergüenza o desconfía, si no ¿qué explica que no quiera presentarle a su novio o invitarla a su casa? Madre e hija tienen conversaciones por teléfono y la hija, que estudia literatura, le da a leer a su madre las novelas de Elena Ferrante, que a Helen le resultan muy confusas: demasiados personajes y además, se pregunta con razón, por qué las dos protagonistas tienen nombres tan parecidos, Lina y Lila. Pero ella persevera aunque no se entere de mucho. Helen es torpe, sí, seguramente sea cierto lo de su mal ojo con los hombres, y probablemente como madre sea mejorable.

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Título: Amada y perdida

Autora: Susie Boyt

Editorial: Muñeca infinita, 2024

La saga de La amiga estupenda de Elena Ferrante, por cierto, contaba con muchas madres e hijas, relaciones en tensión, y más allá de la confusión de los nombres y la cantidad de personajes, había una exploración en los modos de ser mujer y en cómo esos modos varían con el tiempo y, sobre todo, con el dinero. Ferrante ha explorado el asunto en otras novelas, La hija oscura, por ejemplo. Hay muchas madres negligentes o caricaturizables en la literatura, pero lo que me genera rechazo es el juicio moral que les niega a los personajes de ficción la condición humana, los acartona y los convierte en símbolos rígidos.

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Título: La amiga estupenda

Autora: Elena Ferrante

Editorial: Debolsillo, 2018

La llegada de Amada y perdida (Muñeca infinita, traducción de Magdalena Palmer), primera novela de Susie Boyt que se traduce en España es como abrir la ventana a última hora en una clase de cuarto de la ESO. Una novela en la que hay dos madres, al menos, negligentes: una porque se demuestra incapaz de ayudar a su hija adicta a la heroína, otra porque no es capaz de cuidar a su bebé. Ruth, la madre de Eleonor, decide quedarse con el bebé de su hija yonki, a lo que la hija no se opone. La manera en que sucede no es algo de lo que Ruth esté orgullosa, como tampoco lo está de algunas otras cosas, dolorosamente paradójicas: es profesora, para sus alumnas adolescentes es la profesora de confianza, cercana y a la vez una figura de referencia; a ella la atormenta que sus alumnas la tengan en buena consideración mientras que ha sido incapaz de salvar a su hija. La bebé, Lily, crece y recoge el testigo de ser la narradora en la segunda parte de la novela. No tiene reproches hacia su madre, ni hacia su abuela, que la ha criado. Y no será por falta de motivos: una es adicta, a la otra se le podría reprochar que trataba de reparar sus carencias como madre con la hija de su hija. Nada de eso sucede en esta novela luminosa y divertida, aunque está llena de asuntos de lo más doloroso, porque elige un punto de vista humanizador y compasivo sin caer ni en la condescendencia ni en el tremendismo, del que se aleja con una gracia envidiable. Los personajes de la novela de Boyt –es curioso que no se escuche el punto de vista de Eleanor, la hija adicta– son complejos. En Amada y perdida hay una comprensión de la naturaleza humana mucho más enriquecedora y plural que la que arrojan novelas como Mis fantasmas, donde el principal reproche de la hija a la madre torpe viene de una exigencia egoísta: Bridget, la hija y narradora, quiere que Helen sea siempre y por encima de sus otras facetas una madre, su madre. Me viene a la cabeza un cuento de Lydia Davis, “Devoción de madre”: “Sacrificaría el brazo derecho con tal de verlo bien y feliz. Bueno, el brazo derecho quizás no. Pero el izquierdo seguro”.

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